(Enchiridion Physicae Restitutae)
Jean d´Espagnet
1
Dios es el ser eterno, la unidad infinita, el principio radical de todas las cosas. Su esencia es una luz inagotable; su poder, una omnipotencia; su voluntad, es el bien soberano y, su menor deseo, una obra perfecta. Quien quiera sondear más la profundidad de su gloria, sería sorprendido por el espanto, el silencio y el abismo. ( 1 )
2
En su mayoría, los Sabios enseñaron que, desde toda la eternidad, el Mundo fue trazado y manifestado en su Arquetipo. Pero este Arquetipo, que es la luz total, antes de la creación del Universo, estaba doblado sobre sí mismo como un libro y sólo brillaba para sí. Se abrió y desenvolvió en la producción del Mundo, como si diera a luz. Por medio de una extensión de su esencia, hizo manifiesta su obra, que antes estaba escondida en el espíritu como en un molde. Fue así como produjo el Mundo ideal y, después, el Mundo actual y materia como imitando una imagen aumentada de la divinidad. Fue lo que Trismegisto ( 2 ) quiso decir cuando afirma que Dios cambió de forma y que todas las cosas fueron repentinamente reveladas y convertidas en luz. En verdad, el Mundo no es otra cosa sino una imagen manifestada y visible de la divinidad oculta. Parece que los Antiguos quisieron hacer entender este nacimiento del Universo valiéndose del mito de Palas: Salió del cerebro de Júpiter por gracia de Vulcano, o sea, con la ayuda de un fuego o de una luz.
3
El eterno autor de las cosas, tan sabio en sus disposiciones como poderoso en su creación, distribuyó la masa orgánica del Mundo en un orden de tal modo admirable que las cosas más elevadas se mezclan, sin confundirse, con las más profundas y, las más bajas se mezclan con las más altas sin confundirse, estableciéndose entre ellas, una semejanza por obra de una analogía. Así, las extremidades de toda la obra merced a un vínculo secreto y esencial, están unidas estrechamente entre sí por grados intermedios insensibles y, todas obedecen espontáneamente al moderador supremo con respeto a la dirección de la naturaleza inferior, siempre prontas a disociarse a la menor orden de aquel que las unió es por eso por lo que Hermes afirma, con razón, que lo que está arriba es como lo que está abajo. ( 3 )
4
Aquel que pone la autoridad suprema del Universo en una naturaleza diferente de la naturaleza divina, niega la existencia de un Dios. En efecto, no está permitido reconocer otra voluntad increada a no ser esta naturaleza, tanto para producir como para conservar las individualidades de la máquina amplia. Pues no fue sino el propio espíritu del Divino Arquitecto, ese espíritu que al comienzo se espejaba sobre las aguas, que hizo que las semillas de todas las cosas confundidas en el caos pasasen de la potencia al acto, el que, después de haberlas sacado de allí, trató a las esencias inferiores haciendo girar la rueda en una constante alteración, para componerlas y disolverlas según un modo geométrico.
5
Ignora las leyes del Universo todo aquél que desconoce que este espíritu es el Alma del Mundo, espíritu creador y rector del Mundo, que se haya esparcido e infuso en las obras de la Naturaleza como por un soplo continuo, y que se mueve todos los universales según su género y todos los singulares por medio de un acto secreto y perenne. Pues el creador se reserva el derecho de gobernar aquello que creó. Y es preciso confesar que este Espíritu inmutable preside la creación, la generación y la conservación.
6
Aquel que sin embargo, que reconozca que la Naturaleza es la causa segunda universal, que está al servicio de la primera, cual instrumento y sujeto al poder que mueve sin (otra) meditación y con orden de todas las cosas del Mundo material, ése no se alejará del pensamiento de los Filósofos y Teólogos que, a la primera, dieron el nombre de Naturaleza naturante y, a la segunda, Naturaleza naturada.
7
Aquel que fue instruido en los arcanos de la Naturaleza no tendrá la mínima duda en aceptar que esta segunda Naturaleza, que sirve a la primera, es el Espíritu del Universo, o sea, una virtud vivificante dotada de una fecundidad secreta por la luz que fue creada al comienzo y concentrada en el cuerpo del Sol. Fue a este Espíritu de Fuego a quien Zoroastro y Heráclito dieron el nombre de fuego invisible, el Alma del Mundo.
8
El Orden de la Naturaleza no es otra cosa sino la continuación, formando con ellas textura, de las leyes eternas que fueron formuladas y promulgadas por el supremo Soberano e impresas en múltiples ejemplares para sus innumerables pueblos cada uno a su manera. Bajo sus auspicios la masa del Universo ejecuta sus movimientos. La vida y la muerte ocupan alternadamente los extremos finales de este volumen ( 4 ), mientras que todo el resto representa el movimiento que se despliega, de uno a otro, recíprocamente.
9
El Mundo es como una obra de artífice hecha con torno. Sus partes están unidas por eslabones mutuos como los anillos de una cadena. La Naturaleza está situada en el medio como una Obrera sustituta que dirige los cambios de todas las cosas y, presente por doquier, suple y restaura incesantemente, como el propio Constructor, aquellas que se gastan.
10
Del hecho de que este Mundo universal se presenta bajo una triple naturaleza, se deduce que está dividió en tres regiones: la supraceleste, la celeste y la inferior. La supraceleste, que fue llamada mundo inteligible, es la más alta de todas, siendo totalmente espiritual e inmortal: está muy próxima a la Majestad divina. La celeste se encuentra situada entre las otras dos: en ella están presos cuerpos de una especie muy perfecta que hace que existan allí espíritus en gran cantidad y que virtudes incontables y soplos vitales se distribuyan por canales genuinamente espirituales. Aunque libre de corrupción, no escapa sin embargo a la mutación cuando su período se ha completado. Finalmente, la región inferior, que vulgarmente se llama elemental, ocupa la región menor y más baja del Mundo. Como ella es en sí completamente material, sólo posee en préstamo los dones y los beneficios espirituales, siendo el principal la vida, debiendo por ella pagar tributo al cielo. En su seno ninguna generación se realiza sin corrupción, ningún nacimiento se efectúa sin muerte.
11
La ley de la Creación dispuso que las cosas inferiores obedezcan y sirvan a las del medio; las del medio a las superiores y, las superiores, al supremo Rector sin ninguna otra mediación sino por la voluntad de éste. Este es el orden y la medida común (symmetria) del Universo entero.
12
Como solamente el Creador tiene poderes para crear de la nada y para crear lo que le place, de la misma forma solo a él le asiste el derecho de hacer retornar a la nada las cosas creadas. Pues, todo lo que trae el carácter del Ser o de la sustancia, no se puede disociar ya de ellos y, por la ley de la Naturaleza , no le es permitido pasar al no ser. Es por esto por lo que Trismegisto afirma, con propiedad, que en el mundo nada muere sino que todas las cosas pasan y sufren transformación. Pues los cuerpos mixtos compuestos por los elementos por la rueda de la Naturaleza , se resuelven directamente en sus elementos:
“Es propio de la ley de la Naturaleza , disolver
Nuevamente, todas las cosas en sus elementos.
Sin anularlas sin embargo hasta la nada ( 5 )”.
Nuevamente, todas las cosas en sus elementos.
Sin anularlas sin embargo hasta la nada ( 5 )”.
13
Los filósofos creyeron que existe una Materia primera más antigua que los elementos. Pero, como no tuvieron mucho conocimiento de la misma, poco hablan de eso y, cuando lo hacen, la describen como envuelta en un velo: que está exenta de cualidades y accidentes, pero que constituye el primer sujeto de las cualidades y accidentes; que está vacía de cantidad, pero que, por ella, todas las cosas con cuantitativas; que es simple, pero que, en ella residen los contrarios; que, aunque desconocida por los sentidos, es la base de las cosas sensibles; que su presencia no se percibe en ninguna parte, si bien está dispersa por todos sitios; que siempre anhela poseer formas, aunque no consiga retener ninguna. Origen de todos los cuerpos, sólo puede ser concebida por una operación del intelecto, sin ser de ningún modo perceptible a los sentidos. Por último, no habiendo en ella nada en acto consiste toda en potencia. De esta manera fue como establecieron un fundamento de la Naturaleza ficticio y quimérico.
14
Aristóteles, que creía en la eternidad del mundo, habló con más prudencia de una cierta materia primera y universal. Para evitar su oscuridad, habló sucintamente y en términos ambiguos. Dice que es preferible creer que existe ( 6 ) una sola y misma materia inseparable de todas las cosas, pero que se diferencia según la razón; que los primeros cuerpos imperceptibles y también los perceptibles se componen de ella y que ella constituye su primer principio; dice, además, que no es separable ( 7 ) de los mismos, sino que está siempre unida a ellos con repulsión; que constituye la causa y la base de los contrarios y que de ella salieron los elementos.
15
Pero habría revelado mejores cualidades de Filósofo si hubiera eximido a esta materia primera del combate de los contrarios y la hubiera reconocido libre de toda repulsión. Pues entre los propios elementos no hay ninguna contradicción, ya que ésta resulta del exceso de las cualidades, según sabemos por la experiencia común del fuego y del agua en los cuales, todo lo que existe de opuesto, procede del exceso (intenso) de las cualidades. Pero, en los elementos puros que concurren para la generación de los mixtos, estas cualidades no son de modo alguno opuestas las unas a las otras, porque en ellos se hallan en estado de reposo. Y las cosas (bien) moderadas no admiten ninguna contradicción (interna).
16
Tales, Heráclito y Hesíodo juzgaron que el agua era la primera materia de las cosas. Parece que el escritor del santo Génesis da su asentimiento al parecer de los mismos cuando llama a esa materia un abismo y un agua. Se puede sospechar, que diciendo esto, no quería significar nuestra agua común sino una especie de humo o vapor húmedo y tenebroso que erraba de un lado para otro, agitado, a su vez, por un movimiento incierto sin ninguna ley.
17
No es fácil, de ningún modo, decir algo seguro respecto a ese antiguo principio de las cosas, puesto que no sabría como emerger a la luz del espíritu humano, ya que fue creado en las tinieblas. Por lo tanto, si todo lo que sobre él dijeron los Filósofos y los Teólogos hasta el presente es o no verdadero, es cosa que sólo el autor de la Naturaleza sabe. A quién trata de esos asuntos oscuros le cabe tan sólo decir lo que parece más verosímil.
18
Algunos que en eso concuerdan con la opinión de los rabinos creyeron que, al comienzo, hubo un cierto principio material antiquísimo, aunque oscuro e inefable, llamado (con una palabra poco adecuada) Hila, que precedió a la primera materia y que puede ser identificado menos como un cuerpo que como una sombra inmensa; menos como una cosa que como la imagen muy opaca de las cosas, una especie de máscara tiznosa del Ser, noche llena de tinieblas y escondrijo de las sombras; donde nada hay en acto sino que toda esta en potencia; algo pues que la mente humana sólo conseguiría imaginarse en sueños. Nuestra imaginación no puede mostrarnos este principio ambiguo, este tenebroso Orco, ( 8 ) de la misma manera que a un ciego de nacimiento sus orejas no le muestran el Sol.
19
Creen también que de ese principio muy lejano, Dios extrajo y creó cierto abismo cubierto de brumas, informe y sin orden, que habría sido la materia próxima de los elementos y del Mundo. Pues bien, el texto sagrado denomina esta masa “ tierra vacía y desierta”, o “ agua “, aunque en acto no fuera ni una ni otra porque esa masa era las dos en potencia y en destino. Nosotros podemos conjeturar que la materia de esa masa era bastante parecida a un humo o vapor negro al cual estaba mezclado cierto espíritu, completamente entorpecido por el frío y las tinieblas.
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La separación de las aguas superiores de las inferiores, según la evoca el Génesis, parece hacerse por la separación de lo sutil y lo denso como separación del espíritu tenue y de los cuerpos aún oscuros. Fue la obra de un espíritu luminoso que emanó del Verbo divino. Pues la luz, que en tanto que espíritu es ígnea, al separar los heterogéneos, empujó hacia abajo las tinieblas más densas y las separó de la región superior; esparciéndose sobre la materia homogénea, más sutil y más espiritual, la iluminó como un aceite incombustible para que fuera una luz inmortal ante el trono de la Majestad divina. Es el cielo altísimo, el medio entre el mundo inteligible y el mundo material, que se alza como horizonte y frontera entre los dos. Pues del mundo inteligible recibe las cualidades espirituales que comunica al cielo inferior, situado más cerca nuestro y que ocupa un espacio entre nosotros y el firmamento altísimo.
21
La razón exigía que ese abismo tenebroso, o materia próxima del mundo, fuese acuoso o, por lo menos, húmedo, a fin de que la masa entera de los cielos y de toda su maquina pudiera ser equilibrada más cómodamente, y, por este equilibrio de la materia, extenderse en un cuerpo continuo. Pues lo propio de lo húmedo es fluido y la continuidad de todo cuerpo proviene solo del beneficio del humor, el cual es como la cola o la soldadura de los elementos y de los cuerpos. Pero el fuego, actuando contra el humor por la calefacción, lo ratifica. En efecto, el calor es el instrumento del fuego que, por él, opera dos cosas contrarias en una sola acción: separando lo húmedo de lo terrestre enrarece a aquel y condensa a éste. Así se opera la congregación de los homogéneos por la separación de los heterogéneos, y mediante este arte química inicial ( hac arte protochimica ) el espíritu increado, constructor del mundo, estableció la separación de las naturalezas de las cosas que anteriormente estaban confundidas.
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El espíritu, Arquitecto del mundo, comenzó la obra de la Creación por dos principios universales: uno formal y otro material. A esto corresponden, efectivamente, las palabras del profeta que dice:
“ Al comienzo, Dios creó el cielo y la tierra”. Sólo Dios podía al comienzo de la formación de la materia, haber distinguido dos grandes principios que, formal uno y material el otro, constituyen el cielo y la tierra. Pues, con la palabra “ tierra” se debe entender esta masa tenebrosa y aún sin forma de las aguas y del abismo, lo que está señalado por las palabras que siguen (“ La tierra era vacía y desierta y sobre la faz del abismo se cernían las tinieblas, etc.”). Fue ella lo que el Creados encerró y limitó con el cielo supremo, o sea, el Empíreo ( 9 ) , que es, en la Naturaleza , el primer principio formal, aunque lejano.
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El Espíritu de Dios, que es propio esplendor de la divinidad, habiéndose esparcido en ese momento de la creación por encima de las aguas, es decir sobre la faz húmeda u opaca del abismo; apareció inmediatamente la luz que, en un instante, invadió la parte más alta y más sutil de la materia y la cercó con una circunferencia luminosa, con una aureola que, como el brillo de un relámpago, lanza una luz de fuego desde el Oriente hasta Occidente o, como la llama que ilumina con rapidez el humo que la rodea. Fue así como comenzó el primer día, por la parte más baja de las tinieblas, vacía de luz, siguió siendo de noche. Así es como las tinieblas fueron divididas en día y noche.
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De este primer cielo, que es el principio formal, no fue dicho que estaba vacío, desierto y enterrado en las tinieblas. Y esto indica suficientemente que fue separado de las masa tenebrosa subyacente por medio de la luz súbita que en ella se derramó, a causa de la proximidad de la gloria y la majestad divina, y debido a la presencia del espíritu luminoso que provenía de ella.
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Por consiguiente, desde el comienzo ha habido dos principios de las cosas creadas: uno luminoso y próximo a la naturaleza espiritual y otro enteramente corporal y tenebroso. Aquel, para ser el principio del movimiento, de la claridad y del calor; éste, para ser el principio del entorpecimiento, de la opacidad y del frío; aquel, activo y masculino, éste pasivo y femenino. Del primero procede, en el Mundo elemental, el movimiento hacia la generación, de donde procede la Vida ; del segundo, el movimiento tendente a la corrupción, en donde la muerte tiene su origen. En ellos, se encuentra el doble término del mundo inferior.
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Pero, puesto que el amor tiende a derramarse fuera de sí mismo, la Divinidad quiso que, por su extensión y por la multiplicación de su imagen, esta luz ardentísima, se dilatase y comunicase a su vez, porque por su naturaleza estaba impaciente con su soledad y contemplaba su ( propia ) belleza en al luz que acababa de crear como reflejada en un espejo.
Entonces, como consecuencia de ese espíritu ígneo que partía del pensamiento divino y remolineaba, la luz comenzó a actuar sobre tinieblas más próximas. Una vez vencidas y empujadas hacia el centro, ( del abismo ), brilló un segundo día, que se constituyó en la segunda morada ( mansio ) de la luz, o segundo cielo. Este segundo cielo abarca toda la región etérea, en cuya parte superior fueron después fijadas y sembradas antorchas en cantidad, mientras que, en la parte más baja, fueron dispuestos en orden siete astros errantes que, con su luz, movimiento e influencias, dictan su ley a toda la naturaleza inferior y sublimar, como sus rectores gobernantes.
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Y, para que esta obra tan grande, ideada hace mucho tiempo en el pensamiento divino, no careciese de nada, este mismo Espíritu, con una espada de fuego y centellante, combatió a las tinieblas condensadas y a las sombras que yacían por debajo, en el lado opuesto, empujándolas en dirección al centro del abismo. De esta manera fue vivificando, gracias a la luz, el último espacio de los Cielos que nosotros llamamos aire o Cielo inferior. Y he aquí que surgió el tercer día. Y, las tinieblas que al principio cubrían toda la faz del abismo fueron bajadas durante estos tres días a la región ínfima por acción de la luz que sobrevino. Y fueron condensadas hasta tal punto por causa de la estrechez del lugar y de la compresión y contracción debidas al frío, que se transmutaron en la naturaleza y en la masa de agua, en medio de la que el cuerpo sólido y opaco de la tierra fue equilibrado, endurecido con los excrementos y la crasitud del abismo, transformándose en el núcleo y centro de la obra, de la misma forma que el valle funerario es el túmulo de las Tinieblas.
Como consecuencia de ello y por el impulso de este mismo Espíritu, la aguas abandonaron la faz de la tierra y se arrojaron afuera de ella. Fue así como la faz de la tierra apareció seca, para poder producir un número casi infinito de especies de plantas y de animales, y para que pudiera servir de morada al hombre que debía dominarla, proporcionando a aquellos el alimento y, al hombre, una abundante reserva de utensilios. Por consiguiente la tierra y el agua compusieron un único globo cuya opacidad o sombra, que es una imagen del abismo, rodea continuamente y envuelve toda la proximidad del aire que está opuesto al sol. Efectivamente huye la luz que le impele rumbo al espacio opuesto al que ocupa y, “siempre fugitiva, se retira semejante a quien se desvanece”.
Creación del Sol
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Esta luz, que estaba esparcida en los espacios del abismo después de la derrota y de la destrucción de las tinieblas, al supremo Obrero le pareció conveniente reunirla en un globo luminoso y nobilísimo -el globo luminoso del sol- con un tamaño y una forma excelente, a fin de que, estando allí encerrada, actuase con más eficacia y emitiese sus rayos con más fuerza; y, para que esa luz creada -pero cuya naturaleza se aproxima a la gloria divina- procedente de la unidad increada, se difundiera en las criaturas, partiendo de la unidad.
29
Todos los demás cuerpos extraen su luz de esa antorcha del Mundo pues la opacidad que percibimos en el globo de la Luna , a causa de la proximidad de la Tierra y de la extensión de su sombra, nos convence de que existe una semejante en todos los otros globos aunque la distancia nos impida percibirla. Esta primera y supereminente naturaleza, fuente de luz para todos los seres sensibles, de la cual las cosas de aquí abajo debían extraer el soplo de la vida, debía pertenecer a la Unidad. Es por causa de esto por lo que un Filósofo dice, con mucha propiedad: “El sol y el hombre engendran al hombre”.
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Ciertos filósofos dijeron razonablemente que el Alma del Mundo estaba en el sol y que el sol estaba colocado en el centro del Universo. En efecto, parece que la justicia de la Naturaleza y la consiguiente proporción exigen que el cuerpo del Sol esté igualmente distante de la fuente y origen de la luz creada, o sea, del cielo empíreo, y del centro tenebroso que constituye la Tierra , que son los extremos de toda la obra. Para que esta Antorcha del Mundo, en calidad de naturaleza intermediaria y conciliadora de estos dos extremos, ocupe su sitio en el medio para recibir más cómodamente del polo superior la inmensa riqueza de las virtudes que posee y transmitirlas a la Tierra inferior a una igual distancia.
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Antes que la luz creada se reuniera en el cuerpo del Sol, la Tierra estaba ociosa, y solitaria a la espera del macho, a fin de que, fecunda por su cópula, engendrase todos los géneros de animales. Pues, hasta entonces, sólo había producido obras abortadas y de algún modo imperfectas, como son los vegetales. Pues anteriormente, el calor de la luz era débil e impotente para triunfar sobre la materia húmeda y fría y no habría podido extender más lejos sus fuerzas.
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Así pues la materia primera recibió su forma de esta luz, al igual que los elementos. Les es común y, pasando a ellos cumple la misma función que la sangre; crea entre los mismos un amor estrecho y no el odio y el combate como pretende la opinión del vulgo. Abrazándose con el lazo por lo tanto natural de la necesidad, se coagulan en los cuerpos variados de los mixtos, según sus especies. Y la luz del Sol, también llamada forma universal, mucho más fuerte que antes, es la que en la obra de la generación derrama todas las formas naturales, en la materia predispuesta y en las simientes de los seres. Pues, todo individuo sea el que sea encierra en sí una chispa de la naturaleza de esa luz, cuyos rayos comunican secretamente una virtud activa y motriz a la simiente.
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Fue preciso que la parte de la materia primera que fue abandonada en la región inferior, así como los elementos que de ella procedieron, fueran imbuidos desde el comienzo de una leve tintura de esta primera luz para que pudiesen recibir una luz más grande y más fuerte cuando se formasen los mixtos. Es por eso por lo que se juntan perfectamente y se unen, por ser de naturaleza homogénea, el fuego con el fuego, el agua con el agua, la luz con la luz.
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De su situación y virtud eficaz, podemos deducir que el Sol ejerce en el Universo la función del corazón, cuya vida se esparce por todas partes. Pues la luz es el vehículo de la vida, de la misma forma que es su fuente y causa próxima. Y las almas de los seres vivos son rayos de luz celeste que infunden la vida en las cosas, con la única excepción del alma del hombre que es un rayo de la luz supraceleste e increada.
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Dios expresó su divinidad en el Sol por medio de una triple imagen. En primer lugar, por la Unidad , pues la Naturaleza no está sujeta a la multiplicidad de los Soles de la misma forma que la divinidad no posee la pluralidad de los dioses: para que todas las cosas partan de una única fuente y de ella dependan. Luego, por medio de la Trinidad , o la triple función, pues el Sol como un vicario de Dios, distribuye todos los beneficios de la naturaleza a través de su luz, su movimiento y su calor, de los que procede la vida, que constituye el último y más perfecto acto de la Naturaleza en nuestro Mundo, el cual ella no puede sobrepasar, sino, solamente, retornar así misma. Ahora bien, de la luz y del movimiento se origina el calor, de igual forma que la tercera persona de la Trinidad procede de la primera y de la segunda. En último lugar, Dios expresó su divinidad en el hecho de que Dios, que es una luz eterna, infinita e incomprensible, sólo puede manifestarse y dejarse ver en el Mundo por medio de la luz. Por consiguiente, nadie se admire si el Sol eterno quiso revestir de tantos privilegios a su imagen perfectísima, Sol celeste, que él esculpió, y donde estableció su tabernáculo.
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El Sol es un límpido espejo para la Gloria divina. Como fue elevada sobre los sentidos y las fuerzas de las criaturas materiales, esta gloria se creó un espejo cuyo resplandor pudiera reflejar los rayos de la luz eterna sobre todas sus obras y hacer que la reconozcan por este reflejo, pues la naturaleza mortal no puede contemplar directamente la luz divina. El Sol es el ojo real de la divinidad que, con su presencia, concede la libertad y la vida a los que se la suplican.
Creación del Hombre
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El Supremo trabajo del Artífice y, en cierto modo el ombligo o la corona de toda la obra, consistió en producir al hombre, resumen de la fabricación del mundo e imagen de la naturaleza divina. El creador colocó su nacimiento en la sexta parte de la luz, que fue la última de la obra, constituyéndolo en opulenta finalidad de la naturaleza entera, hacia la que confluyen todos los dones de las potencias superiores e inferiores, cual otra Pandora. Siendo así, a las cosas del universo complemento que faltaba a la Obra , aquél por la que ella dio un limo más puro para modelar un vaso de arcilla tan precioso. El globo de aquí abajo y sus habitantes pedían tal Rector, cuyo yugo puedan no cansarse de soportar.
38
En el sexto día de la creación y en el tercero después del nacimiento del Sol, el hombre surgió de la Tierra. El mayor misterio derrama su sombra sobre el tiempo de esta producción y sobre este número de días. De la misma forma que en el cuarto día de la creación toda la luz que había en el ciclo se coaguló en un único Sol, al tercer día de nacer este Sol, que fue el sexto de la creación, el limo de la Tierra recibió el soplo de vida y lo levantó bajo la forma de un hombre vivo, imagen de Dios. Así es que, en el cuarto día, o sea en el cuarto milenio después del origen del mundo, el Sol no creado, esto es, es la naturaleza divina infinita -que antes no podía ser contenida por ningún marco- quiso ser estrechada y empequeñecida y, en cierto modo, limitada en el cuerpo humano. Y en el tercer día, o sea, en el tercer milenio (pues, para Dios mil años son como un día) después del nacimiento y de la primera venida de este Sol no creado y, hacia fines del sexto día, o sea, en el sexto milenio después de la creación, ocurrirá la gloriosa resurrección de la naturaleza humana en la segunda venida del Juicio supremo: por lo que nos fue representado por la bienaventurada Resurrección que tuvo lugar en el tercer día. Fue así como el Profeta ocultó en el Génesis el destino y la duración misteriosa del mundo.
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Aunque el Todopoderoso hubiera podido crear el mundo cuando hubiera querido, en un momento y en un abrir y cerrar de ojos si así lo hubiera querido, pues él habló y todas las cosas fueron hechas, el orden de los principios de la creación y de los elementos de la naturaleza que presenta una sucesión de las criaturas en la relación de las primeras con las últimas, estaba trazado en la mente divina antes de que la naturaleza fuese creada; orden éste que el Filósofo sacro parece haber expuesto en el Génesis más bien que la obra de la creación.
Los Tres Actos de Formación de la Materia Prima
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Parece que la materia primera recibió forma de tres modos generales. La primera información fue hecha en el lugar donde la forma luminosa irracional se encontró con una porción de materia incomparablemente más débil que ella y sin que hubiese proporción alguna entre las fuerzas de una y de otra, como en el cielo empíreo donde comenzó a actuar sobre la materia. Ahora bien, existiendo allí una virtud casi infinita, ella tragó, devoró la materia, transformándola en una naturaleza casi toda espiritual y exenta de todo accidente.
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La segunda información se realizó en el lugar en que las fuerzas de la forma y de la materia se encontraron con precisión e igualdad. Fue se esta manera como recibieron forma el cielo etéreo y los cuerpos que lo pueblan: en ese tiempo, la acción de la luz, cuya fuerza es potentísima, alcanzó tal culminación que iluminando y sutilizando maravillosamente la materia la liberó de toda tara, aún del veneno de la corrupción y de la muerte. Eso debía ser, y realmente lo fue, una información verdadera y plena.
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El tercer modo como la materia fue informada es aquel en que la forma se presentó siendo la más débil, como ocurrió en nuestra región elemental, aunque de manera diferente: en ella, el apetito insaciable de la materia, que se irrita y se vuelve violenta en su fundamento por su exceso y superabundancia(lo que constituye un signo de defecto e imperfección), no puede ser jamás satisfecho, ni su enfermedad curada, a causa del alejamiento y de la distancia del principio formal.
Por esa razón la materia, no estando aquí abajo a gusto ni plenamente formada: cuando finalmente la recibe comunica, como una dote a un marido, una amplia participación de corrupción e imperfecciones. Esta materia triste, obstinada, rebelde, inconstante, siempre ardientemente en busca de nuevos brazos, desea todas las formas, no se satisface con ninguna y cuando las mismas están presentes odia a aquellas que desea mientras están ausentes.
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Es correcto concluir que el origen y el fermento de la alteración y de la corrupción, incluso el veneno fatal de la muerte, llegan hasta los elementos y los mixtos de aquí abajo, no a causa de la contradicción de sus cualidades, sino debido al molde y al menstruo venenoso de la materia tenebrosa. La forma se reveló débil e impotente en la reunión que con ella aquí hizo: la materia prevaleció como primera y radical y la forma no consiguió purgarla de su tara e imperfección. Lo que nos es confirmado por el texto sagrado donde es preciso observar que se dice que nuestro primer padre fue creado mortal por causa de su materia y que, para que estuviese exento de la corrupción terrestre y de la mancha original de esta materia, Dios colocó en el paraíso terrestre un árbol abundante en frutos de la vida que era como una fortaleza y un remedio contra la fragilidad de la materia, contra la servidumbre de la caducidad y de la muerte. Después de su caída y de la sentencia que lo tornó mortal, le fueron vedados su uso y aproximarse a él.
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Por consiguiente , sólo hubo, desde el comienzo, dos principios simples de la naturaleza de los cuales se originaron todas las otras cosas, sin que ninguna le antecediese: o sea, la materia primera y su forma universal, de cuya cópula nacieron los elementos a guisa de segundos principios y que solo son la materia primera diversamente informada; por su mezcla ella se vuelve la materia segunda de las cosas que es la más próximamente sujeta a los accidentes y que sufre las vicisitudes de la generación y de la corrupción. Tales son los grados y el orden de los principios de la naturaleza.
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Aquellos que admiten un tercer principio más allá de la materia y dela forma, o sea, la pricación, están ultrajando a la naturaleza; visto que contrariaría su designio el que ella admitiera cualquier principio contrario a su fin. Pues el fin que la naturaleza persigue cuando engendra, consiste en al adquisición de una nueva forma, a la cual, la privación, es contraria y, por eso, se deduce que este principio no puede estar en la intención de la Naturaleza. Habrían hablado más verídicamente si hubiesen reconocido el amor y la inclinación de la materia hacia la forma como un principio de la Naturaleza. Estando privada de su primera forma la materia suspira tras una nueva: pero la privación es únicamente la ausencia de forma, ausencia a la que no corresponde el nombre augusto de principio de la naturaleza. Con más justicia le cabe al amor, que es el mediador entre el que desea y el que es deseable, entre lo disforme y los bello, entre la materia y la forma.
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La corrupción participa y se aproxima más a la generación que a la privación, visto que la corrupción es un movimiento que dispone a la materia para la generación por grados sucesivos de alteración que introduce en ella. Pero la privación no actúa y no ejecuta nada en la obra de la generacion al contrario de la corrupción, que excita y prepara la materia para que se torne susceptible de forma y, cual mediadora, le presta un servicio de alcahueta (lenocinium) a fin de que la materia pueda satisfacer más fácilmente su ansia natural y obtener, por su ministerio, la cópula de la forma. Es por eso por lo que la corrupción es una causa instrumental y necesaria de la generación, mientras que la privación es sólo una pura carencia del principio activo y formal, las tinieblas sobre la faz del Abismo, o sea, la materia informe y tenebrosa.
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La armonía de Universo consiste en la información diversa y graduada de la materia. Pués, de la mezcla equilibrada de la materia primera y de la forma se originó de la diferencia de los elementos y, después, de las regiones del Mundo. Es lo que, en pocas palabras, pero muy verídicas, nos indicó Hermes, al decir que lo que está arriba es como lo que está abajo. En efecto, tanto las cosas superiores como las inferiores están hechas de la misma materia y de la misma forma, pero se diferencian en razón de sus mezclas, de su situación y de su perfección. De esto proceden la distribución de las partes del Mundo y la jerarquía del conjunto de la Naturaleza.
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Por consiguiente es preciso creer que la materia primera, después de haber recibido de la luz la información y la distinción de las cosas, emigró por completo hacia afuera de sí misma y que, transmitida a los elementos y a los mixtos que se formaron, fue totalmente agotada en la realización de la obra del Universo. Es preciso decir que desde que se manifestaron y produjeron las cosas que antes estaban ocultas en ella, ella misma comenzó a ocultarse en esas cosas, y no puede ser separada en manera alguna de las mismas.
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Nos queda un ejemplar de esta antigua masa confusa, o de la materia primera, en esa agua seca que no moja y que se encuentra en las grutas subterráneas e incluso en la orilla de los lagos: impregna todas las cosas con una simiente abundante y se volatiliza al menor calor; si supiéramos extraer de ella los elementos intrínsecos cuando se halla estrechamente unida a su macho y separarlos mediante el Arte y, después, reunirlos directamente, entonces podríamos jactarnos de haber descubierto un arcano preciosísimo de la Naturaleza y del Arte, e incluso, un resumen de la esencia celeste.
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Aquel que busca los elementos simples de los cuerpos, separados de toda mezcla, se fatiga en un trabajo vano pues el espíritu humano los desconoce. Efectivamente aquello que comúnmente se tiene por elementos, no son simples mixtos, aunque unidos inseparablemente a sí mismos. La tierra, el Agua y el Aire constituyen más bien partes integrantes del Universo que elementos, pero, con toda propiedad, se puede decir que son las matrices de los cuerpos puros.
51
Los cuerpos de la Tierra , del Agua y del Aire, que están separados en su esfera sensible, difieren de los elementos de los cuales la naturaleza se sirve en la obra de la generación y que componen los cuerpos mixtos. Pues estos últimos son imperceptibles a nuestros sentidos en la mezcla que de ellos hace la naturaleza, a causa de su tenuidad y sutilidad, hasta que alcanzan la consistencia de un cuerpo palpable y se convierten en una materia densa, lo que es también la opinión de Lucrecio, cuando dice: “ Es preciso admitir que todas las cosas se componen de principios insensibles”. Los que componen la región inferior del universo no llegan siquiera a ser admitidos en la obra de una generación perfecta porque son demasiados espesos e impuros, no suficientemente digeridos; son mas bien sombras y simulacros de elementos que verdaderos elementos.
52
Con todo podemos dar los mismos nombres antes de su mezcla en la obra absoluta y perfecta a estos elementos imperceptibles de los cuales la industriosa naturaleza se sirve para fabricar sus obras; pues las partes del mixto corresponden en una cierta proporción a las partes del mundo y le son de alguna manera análogas: a las partes más sólidas podemos llamarlas “ tierra”; a la mas húmedas, “ agua”; a las más tenues, “aire”; al calor natural, “fuego” de la naturaleza; y a las virtudes ocultas y esenciales, sin inconveniente, “ naturalezas celestes y astrales” e incluso “quintaesencia”. siendo así, cualquier mixto que exista ha de exaltarse y glorificarse por analogía con el nombre de “microcosmos”.
53
Aquel que estuviera en condiciones de extraer los primeros elementos que sirven a la generación de las cosas, podría también componer con ellos los individuos de esas mismas cosas y nuevamente, convertir esos individuos en sus elementos.
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Aquellos pues que trabajan buscando los elementos de la naturaleza para componer con ellos un cuerpo o, después de haberlo compuesto con el artificio de que se sirve la naturaleza, transformando de nuevo sus elementos, que recurran al Autor de la propia naturaleza: pues estos primeros elementos son del entero dominio y conocimiento de la naturaleza y, desde su origen, fueron dejados a su criterio, permaneciendo completamente desconocidos al arte y la industria humana.
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El elemento de la naturaleza de los mixtos consiste, precisamente, en una porción muy simple y muy pura de la materia primera, distinta por su propia diferencia y sus cualidades y que forma la parte esencial en su composición material.
56
Cuando se habla de elementos de la naturaleza, se entienden los principios materiales, de los cuales unos son más puros y más perfectos que otros, de acuerdo con la virtud de la forma que en ellos es más grande y más fuerte. La mayoría se distingue por la rarificación y la densidad: los que están más rarificados y más próximos a una naturaleza espiritual son los más puros, los más ligeros, los más aptos para la acción y al movimiento.
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La venerable antigüedad repartió el imperio del mundo entre tres hermanos, todos hijos y coherederos de Saturno, porque reconocía tres naturalezas de los elementos o, más propiamente, tres partes del universo. En efecto, por Júpiter todopoderoso armado con un triple rayo, superior a sus otros hermanos, que obtuvo el imperio del cielo, los iniciados en sus secretos han entendido la región etérea, que es el lugar de los cuerpos celestes y que se arroga el dominio sobre las regiones inferiores. Bajo él colocaron a Juno, esposa de Júpiter, como dueña y señora de la región inferior del cielo, o sea, de nuestro aire. Ello porque esta región está totalmente perturbada por vapores, es húmeda, fría y de algún modo impura y muy próxima al temperamento femenino. Pero, también porque se vuelve sensible a sus impresiones y nos las comunica, insinuándose en las cosas cuya naturaleza es compacta para aplacarlas y hacerlas dóciles a las órdenes impresas por las cosas celestes; y, finalmente, porque el macho y la hembra se diferencian únicamente por el sexo y no por la especie, no quisieron que el aire o el cielo inferior fuera un elemento diferente del cielo superior en esencia y en especie, sino sólo diferente en cuanto al lugar y a los accidentes. A Neptuno, divinidad del mar, le destinaron el imperio de las aguas. Cuando hablaron de Plutón, rey de los infiernos y dios de las riquezas, quisieron dar a entender el globo terrestre lleno de tesoros, por los cuales los hombres suspiran y trabajan, persiguiéndolos como a un fantasma de gloria. Por lo tanto, estos sabios sólo admitieron tres partes del Universo, o tres elementos si así los queremos denominar. Y porque quisieron incluir al elemento del fuego bajo la región etérea, pintaron a su Júpiter armado con un rayo.
58
La experiencia nos enseña que todos los cuerpos de los mixtos se resuelven en secos y en húmedos al igual que todo excremento animal. Esto prueba que los cuerpos mixtos están compuestos sólo de dos elementos sensibles, que corresponden a nuestra tierra y a nuestra agua, en los cuales los otros residen sin embargo en virtud y en potencia. Pues el aire, o elemento del cielo inferior, escapa a nuestros sentidos porque, con respecto a nosotros, pertenece de alguna manera a la naturaleza de las cosas espirituales. En cuanto al fuego de la naturaleza, por ser un principio formal, no puede de ninguna forma ser percibido separadamente de las cosas pese a cualquier transformación que se haga de él, pues la naturaleza de las formas no está sujeta a la apreciación de los sentidos ya que es toda espiritualidad.
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La tierra es el cuerpo y el limo del Universo condensado; también es muy pesada y ocupa su centro. Pero pese a la opinión común, es preciso tener por cierto y seguro que si es de naturaleza seca, lo es por accidente. Es preciso también considerar incuestionable que es fría, porque, más que los otros elementos, retiene algo de la naturaleza opaca y tenebrosa de la materia primera. Pues la sombra y las tinieblas son los receptáculos y los refugios del frío; también huyen de la luz y, temerosas de ser violadas por ella, se le oponen siempre diametralmente. Merced a su extrema densidad, la tierra es la madre y la base de las tinieblas, muy difícilmente accesible a la luz y al calor. Es por esta razón por lo que la entumece un frío violento. La bilis negra es considerada el más frío de todos los humores, porque participa de la tierra y pertenece a su dominio, y, como la tierra, depende de Saturno, que proporciona un temperamento frío y melancólico. De igual forma, los productos que se forman en el seno de la tierra y que son de una sustancia terrestre, como el mármol y las piedras, poseen naturaleza muy fría; aunque sea necesario hacer un juicio diferente de los metales, que son más de la naturaleza del aire y encierran en sí mucho fuego, a causa de las chispas del fuego oculto de la Naturaleza que esos metales tienen infusas y, también, debido al espíritu sulfuroso que coagula su materia húmeda y fluida: con todo, el mercurio que excede a los otros por su humedad y frío, rinde tributo de su frío a la tierra y de su humedad, al agua. No es lo mismo lo que ocurre con los productos que se forman en el mar, según se puede constatar suficientemente en el ámbar gris, en el coral y en las otras diversas cosas que nacen en el mar y en los ríos y que poseen un temperamento caliente. Es por eso por lo que, por el raciocinio y por la experiencia, sabemos que el frío soberano es debido a la tierra y no al agua.
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El fundamento y la base de la generación así como de la corrupción está en lo húmedo. Pues, cuando la naturaleza trabaja en una o en otra, el humor es el primer paciente entre todos los elementos y el primero en recibir el sello de la forma. Los espíritus naturales se unen en ella fácilmente, porque proceden de ella como su raíz y hacia ella retornan fácilmente: en ella y por medio de ella están mezclados los otros elementos. El agua, ese elemento húmedo, no circula menos en los mixtos y en los individuos, que en el conjunto del universo, cuando se eleva en el aire y en él recae, tanto para la obra de la generación como para la de la corrupción. Pues, en una o en otra, la Naturaleza quiso que la rarefacción y la condensación se realizaran por los mismos instrumentos y los mismos medios, o sea, por los espíritus.
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La tierra sirve de recipiente para la generación: el agua es el menstruo de la naturaleza que encierra en sí las virtudes seminales e incluso las virtudes formales que extrae del Sol como de un principio masculino y formal universal. Pues el Sol insufla en las simientes de todas las cosas un fuego natural y espíritus que dan forma, los cuales encierran en sí mismos todo lo que es necesario para la generación, permaneciendo el calor natural escondido bajo su humedad. Por eso fue por lo que muy acertadamente dijo Hipócrates que el fuego y el agua todo lo pueden y que contienen todas las cosas, porque las dos cualidades masculinas de lo cálido y de los seco, que proceden del agua, contribuyen a la generación del mixto por medio de la mezcla. Al igual que los dos elementos principales, esas dos naturalezas están presididas por los dos grandes luminares del Sol y la Luna : El Sol es el autor del fuego de la naturaleza, mientras que la Luna preside los humores.
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La naturaleza efectúa la circulación del elemento volátil por medio de tres operaciones, o sea, por sublimación, por descenso o reinfusión y por decocción: estos tres medios exigen temperaturas diversas. Teniendo pues la naturaleza designios bien determinados y andando sin embargo por vías diferentes, conduce sus obras interrumpidas al fin que se propuso y llega a el por medios opuestos.
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La sublimación es una conversión de la naturaleza húmeda y pesada en otra más ligera: es una exhalación vaporosa, cuyo fin y utilidad es de tres tipos. Primeramente, que el cuerpo compacto e impuro se purifique al volatilizarse y que, poco a poco, abandone su barro y su escoria; luego, por esa sublimación, se vuelve más sensible al incesante flujo de las virtudes celestes. Finalmente, que, por esta evacuación, la tierra sea descargada del humor superfluo que la debilitada y que, cerrando sus poros y canales, impedía la acción del calor y el pasaje de los espíritus naturales, hasta el punto de sofocarlos y extinguirlos. Este desprendimiento de lo húmedo, suprimiendo la causa de las obstrucciones, alivia el estómago cansado de la tierra, haciéndolo más adecuado para la digestión.
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El humor se sublima con la ayuda del calor, pues la naturaleza se sirve del fuego como instrumento adecuado para rarificar los cuerpos húmedos; es por eso por lo que, en invierno y en primavera, se elevan con más frecuencia que en otras estaciones vapores de los cuales se originan las nubes y las lluvias: esto sucede porque el seno de la tierra abunda entonces en calor y humedad. Pues bien, el humor es la causa material de los vapores y de las emanaciones, de la misma forma que el calor es su causa eficiente. En la sublimación, la naturaleza empuja la actividad de su fuego lo más lejos posible.
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La renuncia o descenso, que constituye la segunda vía de la naturaleza en la circulación, se da cuando el vapor totalmente espiritualizado, resolviéndose en un cuerpo denso y acuoso, vuelve a caer inmediatamente sobre la tierra; o si no, constituye una nueva caída del humor primero rarefacto y sublimado y, después, condensado, a fin de que la tierra, que absorbe este licor, sea lavada y empapada con este néctar y esta bebida celeste perfectamente rectificada.
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En la circulación, la naturaleza tiene tres fines. El primero consiste en lo siguiente: regando la tierra, la naturaleza no derrama de una sola vez sus aguas en su seno, sino que por estar completamente rectificadas las destila poco a poco, recelosa de que se desborden sobre la tierra y que esta cantidad demasiado grande de agua obstruya el pasaje al espíritu vivificante que circula por las entrañas del suelo: para que no sofoque y apague su calor interno. Pues esta prudente y justa gobernante distribuye sus beneficios con peso, número y medida. El segundo consiste en que por diferentes canales y tubos de evacuación y de diferentes maneras pueda distribuir el humor, más o menos, derramando a veces una lluvia más fuerte, a veces más fina, a veces rocío, otras veces hielo blanco, a fin de empapar la tierra en mayor o menor medida, según esté más o menos alterada. El tercer fin consiste en que esos riegos no sean continuos sino espaciados y que entre ellos haya otras operaciones, por lo que después de la lluvia viene el buen tiempo y después del buen tiempo la lluvia.
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Un frío muy débil, o mejor un calor que acaba y se extingue, afloja y libera los vapores anteriormente coagulados e inmovilizados, que son llevados casi hasta la mitad de la región del aire, y los hace caer en forma de lluvia. Pues un calor demasiado grande los disiparía e impediría su condensación, del mismo modo que un frío violento los comprimiría y los congelaría de tal modo que no podrían siquiera transformarse en lluvia.
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La última rueda del círculo de la naturaleza es la decocción que no es otra cosa sino una digestión del humor completamente crudo, el cual, destilado en las entrañas de la tierra, en ella madura y se convierte en alimento. Pues bien, parece que esta última operación es el objetivo y la finalidad de las dos anteriores, porque consiste en una aflojamiento del trabajo y en una satisfacción por el alimento, proporcionada por los trabajos y por las acciones de las dos primeras ruedas. Pues habiendo recibido ese humor crudo, lo mastica y tritura por medio del calor interno, cocinándolo y digiriéndolo casi sin movimiento y sin esfuerzo, como hundida en el reposo y en el sueño, atizando suavemente y sin ruido el fuego secreto, que es el instrumento específico de la naturaleza, a fin de que él convierta en alimento a este licor crudo suavizando por lo seco. Tenemos aquí el círculo realizado y perfecto de la naturaleza, que la misma hace girar por diversos grados de trabajo y calor.
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Estas tres operaciones de la naturaleza están de tal modo encadenadas y poseen tantos puntos de relación mutua, que el fin de una se convierte en el comienzo de la otra y, por un orden necesario, se pueden alternativamente según sus designios. Así, las leyes de la vicisitud están de tal manera entretejidas y entrelazadas que se prestan mutuos servicios, cooperando todas para el bien del Universo.
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Sin embargo, a veces contra su voluntad, la naturaleza es arrastrada fuera de sus límites y no mantiene una ruta cierta, particularmente en la dirección y régimen del elemento húmedo, cuyas leyes interrumpidas son engañosas y fácilmente cometen o sufren violencia, tanto debido a la inconstancia de su naturaleza volátil, como a la disposición variable de los cuerpos celestes los cuales modifican las cosas de aquí abajo, de modo especial el agua, desviándola de sus vías y leyes para que se vuelva más dócil a las órdenes del soberano motor, el cual se sirve de estas leyes como instrumento y órgano para poner en movimiento la máquina del universo. De ahí proviene que la temperatura del aire de nuestra morada terrestre sea falaz e inconstante y que las estaciones del año sean modificadas por ello. Lo mismo ocurre también con el vientre de la tierra que genera productos buenos o enfermizos, en mayor o menor cantidad, según la medida en que haya sido dispuesta y afectada por el agua. Así es como el aire que respiramos, de acuerdo con su pureza o infestación, proporciona la salud o causa las enfermedades, siendo que la naturaleza húmeda realiza todas las revoluciones que nosotros vemos aquí abajo.
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Como las cosas inferiores están sujetas a las leyes de las superiores, cuya naturaleza y alteraciones el hombre desconoce por completo, no podemos establecer una regla cierta e incuestionable en relación a nuestro cielo inferior. Con el propósito de ofrecer no obstante algún precepto general, que el filósofo observe siempre antes la intención de la naturaleza que la acción producida, y que desee siempre antes el orden de la misma que su perturbación.
Circulación del Húmedo en los Mixtos
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Tanto en la economía de los mixtos como en el mundo en general, la naturaleza subraya la volubilidad de la naturaleza húmeda, pues los mixtos se originan, se alimentan y se desarrollan por la revolución de la húmedo, o sea, por la disecación, humectación y digestión. Es por eso por lo que estas tres operaciones de la naturaleza son comparadas a la carne, a la bebida y al sueño: pues la carne corresponde a lo seco, la bebida a lo húmedo y el sueño a la digestión.
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Que el hombre no se vanaglorie con títulos vanos ni invente más sueños como si pudiera reivindicar solamente para sí, como propiedad suya, el nombre del microcosmos porque en su materia en construcción se perciben por analogía todos los elementos naturales del macrocosmos. En efecto, cualquier animal, aún un gusano, cualquier planta, aún un alga, representan un pequeño mundo que guarda relación con la imagen del grande. Que el hombre busque pues el mundo fuera de sí, porque lo ha de encontrar por todas partes. Pues el mismo arquetipo es el que formó a todas las criaturas y, partiendo de él, de la misma materia fueron formados mundos casi infinitos en cantidad, aunque sean desiguales en su forma. Al hombre por lo tanto la sumisión y la humildad, porque solamente a Dios pertenece la gloria.
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Las naturalezas inferiores son formadas y mezcladas con el fermento de las superiores. Es por eso por lo que el agua, que no puede estar sujeta a atraso, va al frente de los dones celestes: el aire abre paso al vapor volátil del agua y la recibe como su huésped en la región de las nubes, cual en un salón magnífico. Antes de llegar a él, se espiritualiza su cuerpo de alguna forma, su humedad pierde el peso para que gracias a su ligereza, realice más deprisa su propósito y goce así del privilegio de dos naturalezas diferentes.
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El Sol sin embargo, ese príncipe de la corte celeste, como también las naturalezas superiores que cuidan de las inferiores, insufla y destila espíritus vivificantes que se asemejan a pequeños arroyos que brotan de ellos como de fuentes extremadamente límpidas. Pues bien, los vapores que están suspendidos y dispersos en el aire, cuando se comprimen y condensan en forma de nubes, como esponjas absorben con placer ese néctar espiritual y lo atraen como por una fuerza magnética. Después que lo recibieron, se hinchan y, una vez fecundados por esta simiente, vuelven a caer en el seno de la tierra, como si le fuera devuelto su primer peso, transformados en rocío, en hielo blanco, o en lluvia o en otro fenómeno húmedo. Al recibir en sus entrañas este humor que formaba parte de ella, esta madre común de los elementos es fecundada por él a través de una simiente celeste y produce, con el tiempo, frutos sin cuento, más o menos perfectos según la virtud de la simiente y la disposición de la matriz. Nuestras aguas inferiores participan también de estos beneficios del cielo por cuanto componen un solo globo con la tierra y reciben en común, con ella, estos dones. Y todos los otros elementos son formados de la misma manera con su fermento por medio de la naturaleza del agua.
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Pues bien, este fermento de los elementos es un espíritu vivificante que, procediendo de las naturalezas superiores, se encuentra destilado e insuflado en las naturalezas inferiores, sin lo cual la tierra se volvería vacía y desierta, ésto, porque él constituye la simiente de vida sin la cual ni el hombre, ni ningún animal, ni siquiera ningún vegetal, conseguiría gozar del beneficio de la generación y de la existencia. Pues el hombre no vive solamente de pan, sino sobre todo de este alimento celeste, o sea, de un aire mezclado y amasado con el soplo de este espíritu vivificante.
Los Tres Segundos Elementos
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Como en la generación de las cosas los tres elementos puros de la materia están alejados, no dependen sino de Dios y de la materia, y no están sujetos al arte y a las leyes del espíritu humano. Con todo, de la unión de estos tres principios lejanos resultan otros seres que, siendo extraídos por transformación química de los mixtos, presentan una gran semejanza y analogía con los primeros: que son la sal, el azufre y el mercurio. Así vemos manifiestamente que la trinidad es el sello de los elementos y de toda naturaleza.
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Las especies de estos tres últimos elementos nacen del tripe enlace y de la alianza de los tres primeros. Pues el mercurio es generado por la mezcla de la tierra y el agua; el azufre, por la unión de la tierra y del aire y, la sal, por la condensación (recíproca) del aire y el agua. No se pueden indicar más uniones y conjunciones entre ellos. El fuego de la naturaleza reside en todos ellos como su principio formal, porque las virtudes celestes aún influyen y cooperan en los mismos.
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No hay que pensar que del concurso fortuito de estos primeros cuerpos y de estos elementos se originen enseguida los segundos. Pues para formar el mercurio se hace necesaria una tierra grasa, perfectamente lavada y diluida con un agua límpida. El azufre se hace con una tierra muy sutil y muy seca y del comercio de un aire húmedo. Y la sal se endurece partir de un agua grasa y marina, así como de un aire crudo que, en ella, se halla introducido y atrapado.
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Podemos garantizar que no esta alejada de la naturaleza la opinión de Demócrito de que todos los cuerpos se componen de átomos. tanto la razón como la experiencia la protegen contra una falsa acusación en este sentido. Téngase en cuenta que, sobre este punto, ese ingenioso Filósofo se expresó con mucha sinceridad y abiertamente, pues no deseó callarse ni ocultarnos bajo el velo de un lenguaje oscuro y enigmático la mezcla de los elementos que tuvo que realizarse por medio de pequeños corpúsculos indivisibles para poder armonizar con las intenciones de la Naturaleza. De otra manera, los elementos jamás se unirían y no podrían componer un cuerpo natural continuo, visto que la experiencia nos enseña que, en la transformación y en la composición artificial de los mixtos que se realiza por destilación, jamás dos o más cuerpos se mezclan mejor que cuando se hallan resueltos en un vapor sutil. Ahora bien, tenemos que creer que la naturaleza efectúa mezclas aún más finas y más sutiles y hasta, en cierto modo, espirituales y fue justamente en esto en lo que Demócrito pensó. En efecto la densidad y la opacidad de los cuerpos representa un obstáculo para la mezcla: es por eso por lo que las cosas son más apropiadas para mezclarse cuanto más finas y sutiles son.
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Con los tres grados del ser y de la existencia de los mixtos se establecen tres géneros soberanos: el de los minerales, el de los vegetales y el de los animales. La naturaleza quiso que la tierra fuera el lugar en que debieran engendrarse los minerales; la tierra y el agua de los vegetales. En cuanto a los animales, quiso que nacieran y vivieran sobre la tierra, en el agua y en al aire. Sin embargo, el aire es el principal alimento y sustento de todos.
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Se cree que los minerales poseen solamente el ser y no la vida, aunque se pueda afirmar que los metales, que son los principios entre los minerales, de algún modo tienen una vida; esto porque en su generación se realiza una especie de cópula y una mezcla de dos simientes: la masculina, que es el azufre, la femenina, que es el mercurio. Las cuales, después de ser agitadas por una circulación larga y reiterada, siendo purificadas, sazonadas y amasadas con la sal de las naturaleza y mezcladas además perfectamente en un vapor muy sutil, asumen la forma de un limo y de una masa blanda. Después de eso, el espíritu del azufre congela insensiblemente al mercurio y entonces, esta masa se endurece finalmente y toma la consistencia y la firmeza de un cuerpo metálico.
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Los metales, principalmente los perfectos, encierran en sí los principios de vida, o sea, ese fuego impreso e insuflado por el Cielo que, habiéndose vuelto como entorpecido y adormecido bajo la corteza del metal y aún privado de movimiento, se esconde allí como un tesoro encantado, hasta que, liberado por la transformación filosófica y por el espíritu clarividente del artífice, deja entrever un espíritu sutil y un alma celeste por el movimiento vegetativo y, finalmente los desplega en la producción maravillosa del secreto del arte y de la naturaleza.
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La vida de los individuos consiste en una unión estrecha y proporcionada de la materia y de la forma. Ahora bien, el nudo y la base de estas dos esencias toma su consistencia en el coito y en la firmeza estrecha del húmedo radical con el calor, o el fuego natural; pues, este fuego natural es un rayo celeste que se liga y se une al húmedo radical y éste, es una porción de la materia, perfectamente diferida, y como un aceite purificado y rectificado y transformado de cierta forma en esencia espiritual, tanto en los órganos de la naturaleza como en los alambiques.
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En las simientes de las cosas subsiste mucho húmedo radical: encierran en sí cierta chispa de fuego celeste como su alimento, la cual realiza en ellas todo lo que es necesario para la generación, desde que es recibida en la materia adecuada. Ahora bien, se debe suponer que donde se encuentra el principio constante del calor se debe hallar también el fuego, y debemos considerar al húmedo radical como el principio constante del calor, pues allí es donde éste se encuentra de la manera más natural.
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Se puede observar en el húmedo radical algo de inmortal que no desaparece con la muerte ni se consume con todos los esfuerzos del fuego más violento, sino que permanece en los cadáveres y en las cenizas de los cuerpos quemados, sin que el fuego lo pueda destruir.
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En cada mixto existen dos tipos de humor: el elemental y el radical. El elemental que es de una naturaleza medio acuosa y medio aérea, no resiste al fuego y se evapora en humo o en vapor y, cuando está agotada, el cuerpo se resuelve en cenizas; esto porque los elementos están mezclados por ella como si fuera una cola. Pero el humor radical resiste a la tiranía de nuestro fuego, puesto que no se evapora, aún cuando los cuerpos sean quemados. Por el contrario, sobreviviendo a la destrucción del mixto, ese humor permanece obstinadamente aferrado a las cenizas, lo que constituye una prueba de su perfecta pureza.
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Aunque sean poco entendidos en la ciencia de la naturaleza, los vidrieros descubrieron por la experiencia el secreto del húmedo radical oculto en las cenizas. Pues extraen el vidrio de las cenizas que funden con el auxilio de la llama, cuya extremidad puntiaguda consigue dividir los corpúsculos de la materia y hace manifiesto ese húmedo que en ella se escondía. Efectivamente, todas las fuerzas del arte y del fuego no pueden rebajar o elevar la materia a un grado más eminente a más bajo. Como es preciso que las cenizas se derramen de modo que formen una cantidad continua y un cuerpo sólido como es el del vidrio y, dado que esta fluidez no puede ser obtenida en absoluto sin humor, es imprescindible por lo tanto que sea ese húmedo inseparable de la materia el que se encuentre su remate en ese bello cuerpo diáfano como un cuerpo etéreo.
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La sal que se retira de las cenizas y en la cual reside la virtud poderosa de los mixtos, así como la fertilidad de los campos que resulta del incendio y de las cenizas de las espigas y de la estopa, constituyen un indicio seguro de que ese humor inviolable por el fuego es el principio de la generación y la base de la naturaleza. Aunque esta virtud no tenga ningún efecto mientras permanece oculta en las cenizas. Hasta que siendo reciba por la tierra -esta matriz común de los principios naturales- revela sus facultades generativas y secretas cuando es provocada por la virtud de la tierra, con la cual las cenizas tienen analogía; lo mismo sucede con las simientes de los seres vivos.
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Este bálsamo radical es el fermento de la naturaleza con el cual la masa de los cuerpos es formada y amasada. Es una tintura imborrable e indivisible que penetra toda sustancia de las cosas. Pues tiñe y penetra hasta los excrementos más inmundos. Aunque imperfecta, la generación frecuente que de ahí se origina constituye una prueba, de la misma forma que el hecho de que los trabajadores abonen con bastante frecuencia las tierras a fin de que sus campos les ofrezcan con abundancia lo que en ellos sembraron.
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Es de cierto modo probable que esta raíz de la naturaleza, que permanece inviolable después de la ruina y de la destrucción del mixto, sea un vestigio y una porción purísima e inmortal de la materia primera, tal cual era inmediatamente después de haber sido formada e impresa por intermedio del carácter divino de la luz. Pues, este himeneo antiguo de la materia primera con su forma, es indisoluble; fue de él de donde nacieron los otros elementos corporales; y fue necesario que la base de las cosas corruptibles fuera corruptible y que en interior más recóndito de los cuerpos estuviera oculta una raíz firme, la cual, encontrará en esa base, por decir así, su terraplén cúbico, siempre estable e indestructible; a fin de que el principio material, que es capaz y susceptible de la vida, fuera constante y perpetuo; él, en torno al cual, como alrededor de un eje inalterable se realiza la contingencia de los elementos y de las cosas. Y, si nos es permitido hacer alguna conjetura probable de cosas que son oscuras en sí mismas, esta sustancia inmortal constituye el fundamento del mundo material y el fermento de su inmortalidad y, en el día del incendio universal, con la purificación de los elementos por el juicio del fuego, el Eterno - que equilibra todas las cosas por pesos y medidas- la habrá querido hacer sobrevivir a la ruina del mundo. Todo esto, con la finalidad de poder renovar y separar su obra gracias a esta materia pura en inviolable, preservando esa obra de la corrupción y de las imperfecciones de su origen para hacerla eternamente gloriosa e incorruptible.
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Es evidente que esta base radical no es de la naturaleza de las formas específicas. Pues cada individuo posee su forma particular e individual que se aleja del cuerpo después de la transformación del mixto. Este principio radical subsiste y no se extingue, aunque se halle muy debilitado y casi sin efecto a causa de las ausencia de la forma. Le quedan sin embargo aún ciertos pequeños fuegos vitales capaces de dar origen a productos más viles, de poco valor e imperfectos, los cuales son más obras de la materia que de la naturaleza, pues la materia se esfuerza por generar pero no lo consigue puesto que no existe ningún ser con el cual pueda unirse, a causa de la ausencia de la virtud formal y específica. Por ejemplo, el cadáver de un hombre o de un caballo, por carencia de simiente, puede muy bien dar origen a gusanos fétidos y a algunos insectos, pero no a un hombre o a un caballo. De eso se puede deducir que este principio inerte de la vida procede de la escasez y de la insuficiencia de la materia primera y que, el mismo, pertenece más a la familia de los elementos inferiores que a aquella de los superiores y de los celestes, aunque no deje de tener alguna tintura de luz.
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Pues esta tenue chispa de primera luz, que en el comienzo dio forma a la materia tenebrosa del abismo, ella sola es suficiente para la generación de los insectos. Agita la materia en efecto estableciendo un desorden y confusión, a fin de elevarla de la impotencia a un acto débil. A causa sin embargo de la parsimonia de este fuego, solamente forma fantasmas impuros y simulacros de animales, tales como los gusanos, los zánganos, los escarabajos y los que se les asemejan en los excrementos y materias pútridas. Esto ocurre porque se halla enfriada y sin vida, antes ligada por una imagen del macho que confundida con él en una verdadera cópula, y porque está verdaderamente deseosa de engendrar pero impotente para concebir sola un fruto que pueda ser considerado como una obra legitima de la naturaleza.
El humor radical constituye pues el verdadero y próximo motivo de la generación y de la vida: el fuego de la naturaleza se enciende en él en primer lugar y el acto formal de produce en él cuando la materia se encuentra bien dispuesta y ordenada. Pero, en una materia confusa y desordenada y cuando lo húmedo ejerce la función de macho, sólo pueden engendrarse abortos y bastardos de la naturaleza. Pues la generación que se realiza sin simiente específica parece más bien ocurrir por casualidad que por el consejo de la naturaleza, aunque en su interior se produzca una cópula perfecta y difícil de ser identificada, la cual es necesaria para la fabricación de cualquier mixto, aun imperfecto.
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Parece por último que este fermento radical, que está oculto en la parte más profunda de los mixtos, es el eslabón del enlace contraído entre la luz y las tinieblas, entre la materia primera y forma universal; que es vinculo de los contrarios, la sede de las formas y su atadura en los mixtos. En realidad, si no fuera así, la materia jamás se aliaría con la forma a causa de sus naturalezas contrarias. Pues bien, ese salvajismo de la materia primera, así como la aversión que tenía a la luz, fue dominado y su odio transformado en amor, por medio de la primera tintura luminosa que reconcilia las cosas opuestas.
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El calor natural y el húmedo radical son de naturaleza diferente, pues el calor es totalmente solar y espiritual, mientras que el húmedo radical es medio espiritual, medio corporal y participa de la naturaleza etérea y de la naturaleza elemental: el calor pertenece a la categoría de las cosas superiores, mientras que el húmedo pertenece más a la de las cosas inferiores.
Pero fue en él donde se celebró por primera vez el enlace entre el cielo y la tierra y en virtud suya el cielo permanece en el centro de la Tierra. Se equivocan por lo tanto los que confunden el calor natural con el húmedo radical. Entre sí los dos difieren menos que el humo y la llama, la luz solar y el aire, el azufre y el mercurio, puesto que, en los mixtos, el humor radical constituye la residencia y el alimento del fuego natural y celeste, así como el vínculo que lo une al cuerpo elemental. Pero éste fuego natural es, en sí mismo, el alma y la forma de los mixtos. En las semillas, este humor es el guardián inmediato y el receptáculo del espíritu del fuego que allí se halla aprisionado hasta que sobrevenga un calor de origen exterior y lo acoja en un molde propio para la generación, donde sea despertado y excitado. Por último, esta sustancia radical en cada mixto es el laboratorio de Vulcano. Es el hogar que conserva este fuego inmortal, que constituye el primer motor de todas las facultades del individuo.
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El húmero radical no es otra cosa sino el bálsamo universal y el elixir preciosísimo de la naturaleza; es por excelencia el mercurio de la vida sublimada por la propia naturaleza, que dio una dosis del mismo exactamente pesada a cada individuo de la familia. Por lo tanto aquellos que saben extraer semejante tesoro del seno y de las entrañas de los productos naturales en que se encierra, y desarrollarlo fuera de la corteza de los elementos en los que se ocultó, esos, repito, pueden jactarse de haber encontrado el remedio supremo de la vida humana y la panacea universal.
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La sustancia universal de los cielos tiene sus partes continuas y de un único tenor, y no contiguas. No nos figuremos por lo tanto el mundo semejante a una obra mecánica dispuesta con arte: pues la naturaleza desconoce esas divisiones imaginarias en esferas y círculos. Aquellos pues que fueron los primeros en separar la región etérea en una pluralidad de órbitas y circunferencias adoptaron un medio fácil de enseñar, en vez de atenerse a la verdad de la ciencia, puesto que la naturaleza divina ama la unidad y no tolera la multiplicidad, ya que ella misma es la propia unidad. No es preciso por lo tanto creer que haya creado diversos cielos de materia diferente y de superficie distinta, toda vez que un cuerpo continuo y que posee partes diferentes en excelencia y virtud fue suficiente. Esta continuidad no repugna en nada a las leyes de los movimientos celestes que, siéndonos desconocidos, hacen que nuestra ignorancia se fabrique una astrología quimérica que somete imprudentemente el poder divino a la debilidad de nuestro intelecto.
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Constituye más un subterfugio de nuestra ignorancia que una invención de la sabiduría divina, imaginar que exista una causa primera determinante más allá de los cielos, cuyo movimiento rapidísimo haga que los cielos inferiores realicen una vuelta por día. Pues, si queremos atribuir un principio de movimiento a este primer motor, ¿por qué no lo atribuimos más bien al globo del Sol? ¿Por qué imputar temerariamente al cielo una causa externa de movimiento, toda vez que puede ser interna?.
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De la misma forma que la región baja del universo está sujeta a la del medio, la región del medio, o sea, la etérea, depende del imperio de la región suprema y supraceleste y en su nombre gobierna al mundo inferior. Pues el cielo empíreo y el coro de las Inteligencias inspiran a todo el orden de los globos celestes las virtudes que recibieron del Arquetipo, y mueven a estas naturalezas inmediatamente subyacentes, no sin acuerdo, como los primeros órganos del mundo material. Estando sujetas a un movimiento parecido, las cosas inferiores realizan alternativamente sus vicisitudes como cadencias ejecutadas con medida, debiéndoles a las cosas superiores todo lo mejor que tienen.
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Ahora bien, según su categoría, las Inteligencias son iluminadas inmediatamente por la mente divina, como por una fuente de luz eterna, de la cual se nutren como si fuera un alimento inmortal y en la cual leen los deseos y las órdenes de la majestad divina, a cuyo servicio se inflaman hasta la gloria. Esta es la manera como la triple naturaleza del universo está unida, constituyendo el amor divino el eslabón y el vínculo indisoluble. Así esta república del mundo se resuelve en y por número ternario, cuyo creador no es en modo alguno una parte del mismo, de la misma manera que la unidad no es un número o una parte del número, o de igual modo que el músico o el que hace la letra no constituyen una parte del concierto, aunque sean los autores.
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Me parece que están equivocados aquellos que creen que esta multitud casi incontable de cuerpos celestes que vemos, haya sido creada solamente en acción al globo terrestre y para utilidad de sus habitantes, como si esos cuerpos constituyesen un objetivo. En efecto la razón no permite que se piense que naturalezas tan nobles y tan augustas hayan sido creadas, simplemente para servir a otras más bajas y de menor importancia que ellas. Hasta sería más justo creer que cada globo es un mundo particular y que, cuantos mundos hay, tantos son los feudos que dependen del imperio divino y eterno, esparcidos por el espacio amplio del éter: ligados por éste como por un eslabón común permanecerían suspendidos y la inmensidad de todo el universo estaría compuesta por sus múltiples naturalezas. Aunque estos cuerpos difieran mucho entre sí y se hallen alejados, simpatizan de tal manera que forman un amor mutuo, perfecta armonía en el universo, ejerciendo el cielo de cierta manera el papel de su sala común. Sin embargo, alrededor de los más perfectos, el cielo es mucho más puro y tanto más sutil, más respirable y más espiritual, para captar más deprisa las impresiones y las afecciones secretas de los otros cuerpos y comunicarlas también a los cuerpos que están lejos de ellas. Pues el cielo es como el vehículo de la naturaleza, por medio del cual todas estas ciudades del universo se intercambian y se hacen participes recíprocas de sus facultades. Así se estrechan mutuamente como por alguna virtud magnética, por un vínculo de amor muy poderoso y necesario.
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¿Qué impide que se clasifique entre los astros también al globo de la Tierra al igual que a la Luna ? Estos dos cuerpos son de la naturaleza opaca; tanto uno como otro toman su luz prestada del Sol; tanto uno como otro son sólidos y reflejan los rayos solares; tanto uno como otro emiten espíritus y virtudes; ambos son un péndulo en su cielo o en su aire. Se duda del movimiento de la Tierra ; pero ¿en qué sería indispensable? ¿Por qué, incluso, no habría de ser estable entre tantos cuerpos fijos? Y tal vez, la Luna tenga sus habitantes, pues no es probable que masas tan grandes de globos sean vacías y estériles, que ninguna criatura las habite y que sus movimientos, sus acciones y sus trabajos concurran, únicamente, para comodidad de este único globo inferior. El propio Dios, no pudiendo soportar la soledad, se derramó todo fuera de sí mismo a través de la creación, transportándose hacia las criaturas y les ha dado la ley de multiplicarse ¿No armoniza más con la bondad y la gloria divina que toda la fábrica del universo fuera embellecida, como un imperio, con innumerables mundos de naturalezas variadas como otras tantas provincias y ciudades? ¿Y que todos esos mundos fueran las moradas de diversos e innumerables géneros de habitantes, habiendo sido todas estas cosas creadas para mayor gloria de su eterno creador?
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¿Quién no reverenciará al Sol, suspendido como una lámpara inmortal en medio de la corte del soberano monarca, cuyos rincones y escondrijos más ocultos ilumina, o como un lugarteniente de las majestad divina que derrama sobre todas las criaturas del universo la luz, el espíritu y la vida? En efecto es razonable que Dios, que estaba muy lejos de la materia, gobernase y manipulase sus obras materiales gracias a un órgano y a un medio, también material, pero que fuese, a pesar de todo, muy excelente y totalmente pleno de un espíritu vivificador: así es el monarca sensible que él estableció sobre los pueblos sensibles de sus criaturas.
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Pues bien, aparentemente esta opinión de la pluralidad de los mundos no repugna a la doctrina de las sagradas Escrituras, las cuales no hablan únicamente de nuestro génesis. Y todo lo que a este se refiere está envuelto en un lenguaje más misterioso que claro, que sólo menciona una palabra de pasada sobre las otras naturalezas, a fin de que los espíritus débiles de los hombres, llevados por la curiosidad y el deseo de saber, tengan más para admirar que para conocer. Este velo de la verdad oculta y estas tinieblas de nuestra mente, fueron una parte del castigo del pecado en virtud del cual el hombre se vio privado de las delicias del Paraíso terrenal, de los encantos que se encuentran en las ciencias y del conocimiento de la naturaleza de los seres celestes. Para que aquel que se entregara al deseo culpable de una ciencia prohibida fuese castigado con las justa privación de aquella que le era permitida y así castigado tras la pérdida de la verdadera ciencia (que no era sino una y la misma para todas las cosas) con la introducción de la multiplicidad de las ciencias. Allí está el querubín, con una espada llameante en la mano, colocado a la puerta del Paraíso el cual, con el brillo de su luz, ciega el espíritu de los hombres culpables, a fin de impedirles el acceso a los secretos y a las verdades de la Naturaleza y del Universo.
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Aunque la divinidad sea una unidad absolutamente perfecta, en cierto modo parece compuesta de dos elementos, o sea, el intelecto y la voluntad. Por medio del intelecto, Dios conoce todas las cosas que existen desde toda la eternidad. Por medio de la voluntad, él obra todo. Ambos atributos coexisten, en él, en el grado más absoluto. Su ciencia y sabiduría pertenecen al intelecto, pero su bondad, su justicia, su clemencia y las virtudes que constituyen en nosotros virtudes morales, se refieren a su bondad y a su omnipotencia, que no es otra cosa que su voluntad omnipotente. La naturaleza inteligible, o sea, la angélica y el alma del hombre, que son (ambas) imágenes de la Divinidad , están dotadas de estas facultades, pero según su propia medida y con ponderación. Pues, en ellas, el intelecto representa el órgano del saber y la voluntad el de la operación, sin poder nada más allá de esto.
NOTAS
(1) (Cap.I) Según J. Lefebvre-Desagues la utilización literal de estas palabras por Espagnet lo emparenta con los gnósticos de Alejandría y supone el conocimiento de los Padres de la Iglesia.
(2) (Cap.II) En el “Poimandres” (nota de Espagnet).
(3) (Cap.III) En la “Tabla de Esmeralda” (nota de Espagnet ).
(4) (Cap. VIII) Alusión a los libros antiguos, enrollado entre dos bastones.
(5) (Cap. XII) Lucrecio. libro II (nota de Espagnet). Al parecer la cita es inexacta. Según la edición bilingüe de la obra de Lucrecio “DE RERUM NATURA” (Ed. Alma Master S.A.,Barcelona 1.961) , el pasaje se encuentra en libro I, versos 215 y 216: “Huc accedit uti quicque in sua corpora rursum dissoluat natura necque ad nilum interemat res”.
(6) (Cap. XIV) “Del nacimiento y de la muerte”, libro I, cap. 5 (nota de Espagnet).
(7) (Cap. XIV) “ibidem” cap. 1 y 2 (nota de Espagnet)
(8) (Cap. XVIII) Nombre de Hades que, por su etimología significa “el invisible” y con el que la mitología griega designa a la deidad del mundo subterráneo y también a sus dominios, o sea, el lugar donde residen los muertos, colocado en los profundos abismos de la tierra, en un lugar subterráneo
(9) (Cap. XXII) O cielo en el que los bienaventurados gozan de la presencia de Dios.
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