viernes, 17 de enero de 2014

CAMINO HACIA LA SANTIDAD



Por Rodrigo Gómez M.
 
En Vida y santidad una de las primeras nociones que Thomas Merton aclara es la de la vida activa: “La vida activa es la participación del cristiano en la misión de la Iglesia en la tierra”, y que para quienes forman parte del mundo clerical implica “llevar a otras personas el mensaje del Evangelio, administrar los sacramentos, realizar obras de misericordia, cooperar en los esfuerzos mundiales por la renovación espiritual de la sociedad y el establecimiento de la paz y el orden”. En cambio, para los cristianos en general, Merton describe la vida activa como la que “respondiendo a la divina gracia y en unión con la autoridad visible de la Iglesia, dedica sus esfuerzos al desarrollo espiritual y material de toda la comunidad humana.”.
Por otro lado, el cultivar las virtudes cardinales es una forma de santificar la vida de cualquier cristiano, ya sea laico o del clero. Aunque también agrega Merton que existe una condición fundamental de intervención divina en la santidad: “Si somos llamados por Dios a la santidad de vida, y si la santidad está fuera del alcance de nuestra capacidad natural (lo cual es cierto), se sigue entonces que el propio Dios ha de darnos la luz, la fuerza y el valor para cumplir la tarea que Él nos pide.”. La santidad consistiría según Merton en ser “más humano que otros hombres”, lo que implica “una mayor capacidad de preocupación, de sufrimiento, de comprensión, de simpatía y también de humor, alegría, aprecio de las cosas buenas y bellas de la vida.”. El santo transluce la fuente de un amor que no es uno mismo sino Dios, es decir, uno mismo se convierte en “un instrumento puro de la voluntad divina.”. Esta intervención se realiza por medio de la gracia. La gracia es fundamental en el camino hacia la perfección espiritual. Según Merton: “Es la misma presencia y acción de Dios dentro de nosotros.”. Está, a su vez, ya en nosotros como el dulcis hospes animae o “dulce huésped del alma”.
Las manifestaciones de Dios en cada ser humano, van a estar múltiplemente condicionadas, pero dirigidas por “una ética de caridad espontánea”. Vale decir que, junto con la gracia, otro aspecto fundamental de la santidad, según explica Merton, es la caridad, “ya que la santidad es la plenitud de la vida, la abundancia de la caridad y la irradiación del Espíritu Santo escondido en nuestro interior.”.
Con respecto a la perfección cristiana Merton aclara que “la fe personal y la fidelidad a Cristo no bastan para hacernos cristianos perfectos.”. Y uno de los rasgos fundamentales que debe desarrollar el cristiano es la caridad. Pero, como añade Merton: “No hay caridad sin justicia.” En la caridad se da un compartir tanto de bienes materiales, como del corazón, que nace de “un reconocimiento de la común miseria, pobreza y hermandad en Cristo.”. Es decir que debe existir un profundo sentimiento de identificación con “los desafortunados, los desfavorecidos, los desposeídos.”.
Además de los “actos de virtud individuales y aislados”, Merton menciona el rol social que debe jugar la santidad en el mundo moderno: “Debe ser considerada asimismo como parte de un enorme esfuerzo de colaboración para la renovación espiritual y cultural de la sociedad que produzca condiciones en las que todos los hombres puedan trabajar y gozar de los justos frutos de su trabajo en paz.”. No es suficiente llevar “una “vida cristiana” que quede confinada a los reclinatorios de su iglesia parroquial y a unas pocas oraciones en casa”.
Un aspecto práctico de la vida del hombre que contribuye al camino de la santidad es el trabajo. “La Iglesia nos enseña que el trabajo es una de las actividades fundamentales que pueden contribuir a hacer santo al hombre.” ¿Cómo santificar el trabajo?. Merton dice: “El cristiano individual hará más para “santificar” su trabajo si se preocupa inteligentemente del orden social y de los medios políticos efectivos para mejorar las condiciones sociales, de lo que conseguiría con esfuerzos espirituales meramente interiores y personales para superar el tedio y la vaciedad de una lucha infrahumana por el dinero.” Según la encíclica papal Mater et magistra presentada por Juan XXIII y citada por Merton, el trabajo propio puede ser visto como una “continuación del trabajo de Jesús”, y en palabras del propio Merton como “un servicio a la humanidad.”.
Luego destaca la importancia del humanismo y plantea la posibilidad de que exista un auténtico humanismo que sea “esencial para el misterio cristiano en sí.” El humanismo es “una necesidad en la vida de todo cristiano”, y la verdadera santidad conlleva esta "dimensión de preocupación humana y social.”
Si un cristiano no se informa de lo que ocurre en el mundo y de lo que pueda afectar al cuerpo de Cristo, quedándose con las tendenciosas y sesgadas informaciones que entregan ciertos medios de comunicación, corre el riesgo de colaborar con el desastre: “Aún cuando tenga intenciones sinceras de servir a la causa de Cristo, podría llegar a cooperar en desatinos e injusticias de desastroso alcance.”. Retomando las enseñanzas de la tradición cristiana, Merton recuerda que “la renuncia, el sacrificio y la abnegación generosa son componentes esenciales de la santidad.”. La abnegación cristiana, tanto para el religioso como para el laico “es liberar la mente y la voluntad de modo que todas las energías del cuerpo y del espíritu puedan aplicarse a Dios de forma apropiada al particular estado de cada uno.”. Al precisar el sentido de la abnegación, debemos tener presente que esa negación a nosotros mismos que implica, va más allá de renunciar a nuestras posesiones de distinto tipo, ya que significa renunciar “también a lo que somos, vivir no según nuestro propio deseo y juicio, sino según la voluntad de Dios para nosotros.”
Merton resume con una noción clara y concisa el sentido de la santidad: “El camino de la santidad es un camino de confianza y amor.”.
Por otro lado, el ser cristiano no es un rol espécifico y separado de otras facetas de la vida, ni un cúmulo de rituales o una consecusión de fórmulas prescritas, “ser cristiano –escribe Merton- es experimentado continuamente, ya que quien lo es “vive “en el Espíritu” y bebe en todo momento de las fuentes ocultas de la divina gracia”; más allá de las prácticas específicas de devoción, Merton menciona lo que considera esencial de su devoción cristiana: “frecuentes momentos de oración y fe sencillas, atención a la presencia de Dios, sumisión amorosa a la voluntad divina en todas las cosas, especialmente en los deberes de su estado y, coronándolo todo, el amor a su prójimo y hermano en Cristo.” En la vida terrena la santidad no puede excluir del todo “cierta debilidad e imperfección humanas”, pero estas son “compatibles con el amor perfecto a Dios”, a través de la humildad y la confianza en la gracia de Dios.
Otro aspecto importante que debemos experimentar en el camino a Dios es la paz verdadera, sin paz no conocemos a Dios; pero esta paz no proviene de la voluntad humana, es creada por Dios en nuestro corazón. De hecho, Merton reconoce un lado difícil y voluntarioso de ser cristiano, que a simple vista parece alejarse de la noción de paz, “No hay vida espiritual sin persistente lucha y conflicto interior.”
En la santidad hay una profunda experiencia de renacer en Cristo, y abandonar un yo anterior que siempre fue precario. Este renacer puede ser una experiencia que se presente más de una vez. Durante nuestra vida se pueden dar muchas “muertes y resurrecciones” en Cristo, “y esta interminable serie de grandes y pequeñas “conversiones”, revoluciones interiores, lleva finalmente a nuestra transformación en Cristo.” En el proceso de despojamiento personal terminamos por hallarmos “en completa pobreza y oscuridad.” Cristo debe morir en nosotros para así poder entrar en esta oscuridad del nacimiento verdadero, el de ser totalmente divinos: “El tramo final en el camino hacia la santidad en Cristo consiste, pues, en abandonarnos por completo con confiado gozo a la aparente locura de la cruz. […]Esta locura, la necedad de abandonar todo cuidado de nosotros mismos tanto en el orden material como en el espiritual para que podamos confiarnos a Cristo, equivale a una especie de muerte de nuestro yo temporal. Es un retorcimiento, un abandono, un acto de total entrega. Pero también un salto definitivo hacia el gozo.”.