jueves, 9 de junio de 2011

Kalimat
Autor: Said Nursi


Shaij Bediuzzaman Said-i Nursi solucionó muchos misterios de la religión, como la resurrección corporal y la Determinación Divina y la voluntad del hombre, y la incognita de la actividad constante en el universo y el movimiento de las partículas, antes que el hombre, confiado en su propio intelecto y filosofía, hubiese sido impotente. En estas kalimat el maestro sufí desgrana su sabiduría en torno a la explicación de algunas aleyas del Corán.

Traducción de Abderrahmán Habsawi

Kalimat 1

Kalimat 2

Kalimat 3

Kalimat 4

Kalimat 5


Kalimat 1

Bísmil-lâh
Bísmil-lâh es la frase con la que empieza el Corán, y quiere decir "Con el Nombre de Allah". Allah es la Verdad Creadora, el Fundamento de todo lo real: es el Secreto que hace posible la vida, llamándosele entonces Rahmân, y es también el que la mantiene enriqueciéndola y atrayéndola hacia Sí, y se le llama entonces Rahîm. Por ello, la frase completa es Bísmil-lâhi r-Rahmâni r-rahîm.
Todo musulmán la repite antes de empezar cualquier acto de relevancia, y significa que pone a Allah por delante de sus acciones, entregándose a su efectividad, sumergiéndose en su Recuerdo: Allah es el Realizador Eficaz en quien está el origen y el destino de los seres y los fenómenos, es el verdadero Agente que articula cuanto existe.
Con la repetición de esta fórmula, a la que se llama Básmala, el musulmán se abandona a su Señor Interior, a su Dueño que lo hace ser, y fluye en su movimiento. También significa que se adhiere a Él, que lo reconoce como Único Rey de su existencia, abandonando los ídolos, las ilusiones y los fantasmas que atormentan la vida del hombre con falsas expectativas.
1. El Nombre de Allah encabeza todo lo bueno y noble, todo lo fértil y prometedor, y por ello se escribe Bísmil-lah al frente de los libros, al igual que está al principio de la Creación y al comienzo de cada verdad. El Nombre de Allah -es decir, su Fuerza realizadora- se mostró, y he aquí que con Él apareció todo lo que existe, y el mismo hecho se repite con cada cosa nueva hasta el infinito. Es el preámbulo sabio que inaugura aquello de lo que se espera que prospere y redunde en bienes para el que inicia un acto. Por eso, nosotros también comenzamos estas palabras principiándolas ‘Con el Nombre de Allah’, Bísmil-lâh.
Has de saber que esta expresión -Bismil-lâh- tiene copiosos significados y abundantes bendiciones, y es, a la vez, el estandarte del Islam y el sonido de todas las criaturas, que la pronuncian con las lenguas que les son propias y naturales. Ciertamente, el Nombre de Allah está al frente de todas las cosas abriéndoles paso.
Si quieres alcanzar la comprensión de la fuerza abrumadora que hay en Bísmil-lâh, si deseas conocer su energía transformadora, la riqueza de sus significaciones y sus valores propiciadores, si aspiras a desentrañar sus misterios y sus cualidades, escucha con atención este discurso:
El beduino que recorre silenciosos desiertos, el peregrino que vagabundea por siniestros páramos, el viajero que deambula por parajes solitarios, el caminante entre ásperos barrancos que escala altas montañas pedregosas, todos han de pertenecer a una tribu poderosa para que el prestigio del jefe de su clan los proteja frente a los salteadores de caminos. Quien se arriesga por senderos frecuentados por bandidos necesita ser reconocido como miembro de un pueblo fuerte y celoso de los suyos. De otro modo, estará sólo y abandonado a sus propios recursos, siempre escasos ante las hordas de ladrones y asesinos emboscados, y con sus mercancías expuestas al robo y el saqueo. Estará sumido y agotado en un constante miedo, receloso, siempre alerta, atento a los ruidos, sospechando de todo y de todos, con el corazón permanentemente agitado y el ánimo afligido entre fantasmas y espejismos.
Así, dos de estos beduinos, cargados con sus pertenencias, iniciaron un largo viaje por un apartado desierto. Uno de ellos tenía la mente clara, mientras que el otro estaba confundido por la soberbia. El primero, el de corazón puro, no tenía reparos en anunciar y proclamar en todas partes el nombre del anciano de su tribu, pero el segundo, en su arrogancia, lo callaba y se presentaba sólo a sí mismo, creyendo que sus músculos y sus tretas serían suficientes para infundir temor en medio de la desolación de los páramos.
En todos los campamentos que jalonaban el inhóspito camino, el primero de los dos beduinos era recibido con veneración y acogido con exquisita hospitalidad, pues el solo nombre del jefe de su clan despertaba admiración y era respetado. Cuando topaba con bandoleros, gritaba bien alto el nombre de su tribu, y al instante los paralizaba y los aturdía, y le era facilitado el camino, pues los truhanes temían la violenta venganza del señor de su grupo. Por su parte, el otro viajero encontró únicamente calamidades y desafectos, y se vio forzado a mendigar la gracia de sus enemigos en medio del desdén que le mostraban: he aquí que su orgullo fue humillado constantemente, y el apego a sí mismo se tornó menosprecio y desesperación.
Has de saber que tú eres ese beduino y que este mundo en el que habitas es ese desierto sobrecogedor y hostil. Tu pobreza y tu necesidad no tienen límites, del mismo modo que tus enemigos y sus acechanzas son innumerables. Siendo así, corona tu cabeza y engalánala con el nombre del Rey Verdadero para evitarte los miedos y la estrechez. No seas pordiosero en un universo estéril y aférrate al Señor de los Mundos. Proclama el Nombre de tu Soberano, y ante ti se agachará humildemente la creación entera, y los bandidos se convertirán en amigos y anfitriones.
Sí. Esta palabra perfumada, Bísmil-lâh, es un inmenso tesoro que no se agota nunca. Sus propiedades son mágicas: Bísmil-lâh liga tu impotencia a la Misericordia que fluye por cuanto existe, sumerge tu escasez en la Abundancia de la que brotan todos los seres y transforma tu debilidad en emanación del Poder que todo lo rige y todo lo gobierna. Bísmil-lâh te convierte en un desbordamiento. Ella anula tu precariedad en la Riqueza de la que surge todo, hace que tus fronteras se desvanezcan en el Absoluto Eterno que abarca y sostiene, sin rozarlos tan siquiera, los cielos y la tierra. Cuando abandones la estupidez de tu ignorancia y la torpeza de tu inmadurez y descubras lo inseguro de tus recursos y lo ilusorio de tus previsiones, cuando despiertes del sueño de tus seguridades y certezas, cuando se deshagan en el vacío del tiempo tus expectativas y tus premoniciones, entonces aférrate a la fuerza de Bísmil-lâh para que haga esfumarse los límites de tu penuria en la Grandeza del Inmenso. Bísmil-lâh es el tónico en el que se diluye lo insuficiente y lo transforma en oro puro y hace del desierto un jardín fecundo.
Quien se mueve, quien se acuesta y despierta con Bísmil-lâh en la boca es poseedor de un eficaz talismán que lo protege, un potente amuleto que proporciona calma y lo enfrenta con resolución a todos los terrores, y los desmantela como el viento deshace el humo y lo difumina en la nada. Con Bísmil-lâh es igual que si estuvieras diciendo: "Mi Señor es Allah-Uno, bajo cuyo Dominio están los cielos y la tierra, y cuantos pueblan esos espacios desmesurados. Por mí y por todo lo que existe fluye su Poder inexpugnable porque Él es el Elixir de la vida, la Razón de cada instante. Ése es Allah, mi Señor, mi Dueño, la Fuente de mi paz". Ante ese bastión irreducible y ese sosiego imperturbable, las quimeras se rinden y hunden la cabeza en el polvo de su insignificancia, porque esas palabras luminosas dejan entrever lo verdadero, y ante lo verdadero lo falso se esfuma y se extingue para siempre. Bísmil-lâh es la lumbre que hace resplandecer el mundo fulminando los ídolos y las alucinaciones que atormentan al hombre con su mentira, es una cuchilla que rasga el velo de la quimera de las ilusiones humanas para que a través de él llegue al corazón el estímulo de Allah Inmenso.
2. Bísmil-lâh es la palabra que pronuncia, con la lengua que le es propia, cada criatura en el universo, cada molécula y cada galaxia, y con la cadencia de ese sonido cada criatura pasa a existir y a vivir verdaderamente, dejando atrás los fantasmas y la nada. Y es así porque Bísmil-lâh es más que una frase: es un alimento que nutre y un sordo sonido existenciador, un hechizo propiciador que sintoniza con la quintaesencia más profunda de cada cosa. Allah, en tanto que es la Verdad, está presente en todo lo real. Su Nombre, es decir, su Secreto y su Acción, es la bebedizo sutil que reviste de consistencia a cada ser, a cada movimiento y a cada fenómeno. Él es el imperativo que pone en marcha cada movimiento. Sin Él, todo carece de fundamento. Él es el Fundamento, la base sobre la que se sostiene la existencia más leve y la existencia más extraordinaria. El átomo y la estrella más inmensa tienen en Allah el Ser: Allah es su soporte, su sustento, su eficacia y su destino.
Cada criatura cumple su cometido teniendo ‘Con el Nombre de Allah’ en la boca de su corazón: ponla también al cabo de tu lengua para que toda tu vida sea conducida por su solvencia. Es como si Bísmil-lâh estuviera grabado en la frente espiritual de todo ser, en el Libro de sus latencias, y le hiciera dar de sí lo mejor. Las semillas tienen signado Bismil-lâh en su pulpa, y por eso se convierten en árboles. Y cuando el árbol enuncia su Bísmil-lâh se hincha de frutos. Y con Bísmil-lâh el fruto se hace dulce al paladar. Esa prosperidad está contenida en las alacenas de la Misericordia, y se desborda de ellas en cuanto se pone en movimiento el Nombre Creador, el Secreto Indescifrable, el Misterio Insondable, la Capacidad Inagotable y la Sabiduría Prudente. El Nombre de Allah es el revulsivo que estalla sacando de la oscuridad de la nada la luz irrepetible de la vida y la exuberancia. Con su Nombre emergen las realidades y con su Riqueza se diversifican infinitamente hasta dejar exhausta la inteligencia de quien quisiera abarcarlas.
El que aguza el oído escucha el rumor de Bísmil-lâh en el esplendor de los huertos, en sus colores y en sus flores. Allah está ahí presente bajo la manifestación de sus Nombres el Misericordioso, el Poderoso, el Creador, el Enriquecedor,... El jardín dice Bísmil-lâh y se convierte en esplendor y despliegue gozoso de su Señor Interior, del misterioso resorte que lo empuja a ser abundante y generoso.
Y los animales en sus establos, dicen Bísmil-lâh y ofrecen al hombre su leche nutritiva y sabrosa. ¿De dónde viene, si no, todo lo que favorece la vida, lo que la aumenta, lo que la enriquece y bendice? Todo viene del Misterio, de la fuerza del Nombre que proclama la creación y transforma el desierto en frondoso bosque de verdor intenso y palpitante. Las raíces sedosas de cada planta dicen Bísmil-lâh y quiebran las piedras más sólidas que les impiden salir a la luz del día, porque todo busca a Allah, busca realizar la plenitud que Él ha depositado en sus adentros, y nada se lo puede impedir.
Sí. El despliegue de las ramas por el espacio azul del cielo, la bifurcación de las raíces a través de las rocas y por el seno de la tierra donde están almacenados sus alimentos, y también las hojas que recogen de los rayos del sol su aire y su luz para ser acuosas y verdes, todo ello habla del Secreto, del Nombre bien guardado. Es como si esa eclosión de vida dijera con su lengua natural: "Nada se resiste a la voluntad de Allah. Ni la piedra más sólida, ni el ardor del fuego, ni los obstáculos invencibles, ni los enemigos más contumaces, nada se opone a que el Misterio despliegue su riqueza sin fin".
Y al igual que las cosas, las pequeñas y las grandes, dicen lo que significa Bísmil-lâh, y toman lo que Allah les ofrece y obsequian aquello que Allah ha depositado en ellas, de igual manera nosotros decimos Bísmil-lâh, y cogemos y damos, recibimos sus dones y proporcionamos lo que Él ha guardado en nuestra intimidad, en lo más hondo de nuestro ser.
¿Qué significa ‘decir’ Bísmil-lâh? Significa vivir, expresar con contundencia, exteriorizar aquello que es en potencia, hacer real lo posible, estallar por la presión de lo que se lleva dentro, dejar fluir la riqueza almacenada en las alacenas de la Misericordia. Los seres humanos, además, alzamos esa realidad hasta la conciencia al pronunciar las palabras Bísmil-lâh. Con ellas rememoramos el Secreto, lo actualizamos en nuestra cotidianidad, lo activamos y lo intensificamos, le damos forma, hacemos visible lo invisible.

Kalimat 2

Aquellos que se abren al Misterio
al-ladzîna yûminûna bil-gháib
El Corán llama así a los musulmanes, que son los que cultivan en sí la capacidad de abrirse a lo insondable. A esa facultad propia del ser humano se la llama Îmân, y el universo al que nos asoma es el Gháib, el infinito océano espiritual, el Misterio interior, el Mundo del Uno.
1.  En el Îmân -es decir, en la capacidad del corazón para abrirse al Misterio del Gháib- hay una dulzura infinita y una paz profunda que debes conocer. El Îmân consiste en aprovechar el carácter insaciable del corazón humano y sumergirse por sus dimensiones indefinibles encontrando entre sus pliegues las verdades y las esencias que dan forma y hechura a cuanto existe. En cada acto con el que nos asomamos a lo abismal de la existencia -de la nuestra y de la de cuanto nos rodea- hay satisfacción para el ánimo porque colma, llena vacíos y reconforta en la inmensidad que el ser humano intuye en sus adentros y descubre en sus apetitos y deseos más profundos. Ciertamente, el hombre es receptáculo para un océano que contiene el secreto de la Abundancia de Allah-Creador. A ese mar interior lo llamamos Gháib, el Misterio, y quien bucea en sus aguas encuentra a su Señor, a Aquél que da realidad a cada uno de sus instantes.
En cierta ocasión, dos hombres abandonaron sus cómodos hogares y salieron para emprender un largo viaje con el deseo de conocer el mundo y comerciar con sus gentes. Uno de ellos, egoísta y gruñón, tomó un camino. El otro, feliz y amable, tomó en la misma bifurcación un segundo sendero.
El primer viajero, que no tenía más acompañante que su pesimismo, llegó a una ciudad inhóspita, pero la fealdad del país estaba en el ojo con el que miraba. Hacia donde se volvía no encontraba más que ancianos doblegados por la vejez y el cansancio de una vida estéril. En esa ciudad desgraciada sólo había mendigos harapientos y miserables que ululaban por las esquinas de calles mugrientas, huérfanos desvalidos, viudas desesperadas en su abandono y enfermos pordioseros que se humillaban ante ricos avarientos e infames. Los jefes del país eran tiranos corruptos que esquilmaban sus riquezas y vejaban a sus habitantes con toda suerte de humillaciones.
En todas las paradas que hacía el viajero se encontraba siempre con el mismo terrible espectáculo: cada aldea era un cementerio y el reino entero era un funeral oscuro y tétrico. Y a su estrechez natural se sumó la tristeza de lo que sus ojos contemplaban y se apoderó de él la desesperación y se hundió en la amargura. En su deriva acudió a la taberna y se embriagó con un vino barato, y en su borrachera vio que todos los habitantes de ese mundo cruel eran enemigos que procuraban su ruina y bandidos que merodeaban su fortuna. Era un extraño entre ladrones, un ser débil entre criminales ensañados.
En cuanto al otro viajero, el risueño, el de corazón abierto, el que buscaba la verdad y era recto en sus intenciones, ése descubrió en su peregrinación un país feliz y hermoso en extremo. Entró en una ciudad, y la encontró desbordada en una fiesta, y fue recibido con todos los honores, pues era un pueblo hospitalario que acogía sin reparos y con suntuosidad a los extranjeros y los agasajaba y escuchaba con satisfacción sus relatos. En todas partes encontraba alegría y rostros sonrientes, y era homenajeado por todos. Habló con sabios que le comunicaron conocimientos únicos, comerció con mercaderes que le enriquecieron, escuchó a poetas que endulzaron sus momentos como si el país fuera el patio de una zawiya. En cada uno de ellos encontraba a un amigo, a un allegado que lo trataba con familiaridad, y todos eran agradecidos a sus gestos, y ensalzaban su nombre sin hipocresía ni adulación.
El primero de esos peregrinos, el pesimista, el que estaba únicamente ocupado en sus sufrimientos, el angustiado por su tiempo estéril, se había hundido en su propia pesadilla y todo lo que le rodeaba reflejaba su desánimo. El segundo, el optimista, el que se había abierto a lo que el mundo quería decirle, el que se alegraba con la felicidad y se expandía con el regocijo de la vida, ese encontró satisfacción, hizo de su existencia un deleite, y ganó una incalculable riqueza en su trato con el universo.
Al regresar a sus casas para reunirse con los suyos, ambos hombres volvieron a encontrarse y cada uno contó al otro su experiencia. Cuando acabaron sus relatos, el dichoso dijo al infeliz:
"El viaje te ha enloquecido. Has perdido el sentido de las cosas. Lo que ha sucedido es que lo que habita en tus entrañas, tu ego insatisfecho, se ha manifestado exteriormente. Tu fuego ha quemado el mundo y no has podido ver más que desgracia y abatimiento ante tu torpe mirada. Las sonrisas se han hecho gritos y lágrimas, el regocijo y el descanso se han convertido ante ti en robo y saqueo, en enfermedad y aburrimiento. Vuelve al sano juicio y purifícate, y tal vez el denso velo que te ciega sea retirado y puedas contemplar la magia de la existencia. Afila la visión y quizás descubras la Esencia que soporta cada cosa y encuentres en ella una grandeza sin límites y un poder indescriptible. Hay una extraordinaria Gema de la que todo ha surgido. Esa Gema es el Rey cuyo poder es inmenso, enriquecedor e infinito. Te ha dado existencia a ti y a cuanto te rodea y ha depositado su Misterio en el corazón de cada cosa: descubre ahí la eternidad en la que todo es pleno y único, grandiosamente bello y majestuoso, y lleno de amabilidad y promesas. En ese universo interior hay armonía y sosiego, felicidad sin límite y abundancia. Y los signos de ese Reino espiritual serán contemplados por tus ojos en el mundo mismo que no es sino el despliegue de esos secretos creadores. No sea  para ti la tierra el resultado de tus ilusiones y tus cortedades, comienza a verla en su Realidad y en el perturbador alcance de su Misterio".
Finalmente, el feliz descifró al desdichado todos los signos, y éste comenzó a ver el mundo de otra manera, y finalmente dijo:
"Sí. He estado loco porque he bebido mucho vino, me he embriagado con el amor a mí mismo, me he hundido en mi miseria y he hecho de cada una de mis carencias, de cada uno de mis miedos y de cada una de mis torpezas una criatura que he contemplado como si fuera algo real. Mi escasez ha puesto delante de mí pobreza y sufrimiento, y mi ignorancia ha hecho de todo algo oscuro y amenazante. ¡Allah te bendiga! Me has salvado de mi Fuego". 
2. Has de saber que el primero de esos dos viajeros, el que estaba encerrado en sí mismo, el incapaz de huir de sus ilusiones que son límites y no horizontes, el que no podía dejar atrás su ego esquilmador, sus esperanzas siempre insatisfechas y sus terribles miedos, es al que el Corán llama Kâfir, el Camuflador de lo Verdadero, la víctima de su propia cortedad y carencia de luces, el monstruo que todo lo pudre. Y el Corán también lo llama Fâsiq, el Perverso, que en realidad es una palabra que designa al que se esconde en sí y se torna ávido y destructivo y pervierte todo lo hermoso y todo lo bueno, y todo para él se convierte en una estafa y un engaño.
Para el Kâfir, esta vida es un cortejo fúnebre: sus habitantes son huérfanos o viudas desamparadas. Las criaturas, para el Kâfir siempre están perdiendo, siempre están abandonando algo, siempre se están despidiendo, porque la vida es un instante para el dolor y la desazón. Los animales y los seres humanos, para el Kâfir, son objetos para la codicia y la violencia, pues el tiempo no hace sino destruirlos. Las montañas, los mares, la tierra, las estrellas,... son para el Kâfir muertos gigantescos. En realidad para él nada tiene vida, todo está vacío, fraude y robo, todo es triste apariencia de vida, pero no vida y existencia, no es bullicio sobre la quietud de lo insondable.
Esta percepción de la existencia es sufrimiento y dolor, es un Fuego que acaba abrasando al Kâfir y lo consume en su propia desgracia. Ese Fuego es llamado Fuego de la Privación, pues es el que atormenta al que no tiene nada, al que se sumerge en su vacío.
En cuanto al segundo de los peregrinos, es el Mûmin, el que está abierto al Misterio, es el que contempla con los ojos de su corazón la Esencia que hace reales a las criaturas, y existe en esa Joya que está fuera del espacio y el tiempo limitadores y frustrantes. Ese se ha expandido con lo eterno, y ya no está sujeto a la muerte. Se ha librado del mundo desgraciado de su compañero. El mundo, ante sus ojos, es una Morada que menciona sin cesar al Rahmân, al Creador Amante, es un foro en el que desvelar los signos de la Presencia de lo Infinito, es el despliegue del Secreto Majestuoso que da la vida y la quita, el vestigio del Poder al que nada puede ser comparado. El Mûmin se ha sumergido en esa Fuerza Única, en esa Sabiduría Extrema, y ha pasado a vivir en su Grandeza.
El Mûmin se ha solidarizado con la existencia, comparte con ella su Secreto, y todo es para él un hermano, el reflejo de su propio océano interior. Y he aquí que todo pasa a enriquecerse mutuamente, y las criaturas se compenetran y se aúnan en su Señor Uno. Para el Mûmin cada ser cumple una función, cada fenómeno es un signo, y todo traduce lo infinito que habita en sus entrañas más profundas, y, por lo tanto, el Mûmin aprende en todo, goza de lo abismal que hay en cada cosa, se enriquece en la exhuberancia interior de todo instante, y es hechizado por la magia de cada acontecimiento. Y se convierte en enamorado: es seducido por el Rey y a Él se entrega y lo busca, pues en Él está su meta y su destino. Se lanza así a una conquista, y su esfuerzo y su lucha se convierten en un desbordamiento. El Mûmin ya no puede ser atado por nada, y su vida  se convierte en una eclosión, en un estallido, en una intensificación de la vida. El Mûmin se ha abierto a la sabiduría que hay en la vida y en la muerte.
El Mûmin se ha entregado y se ha abierto por completo a la Sabiduría y al Poder de su Señor: Islâm e Îmân, estas son sus dos palabras claves. Se ha entregado, se ha abandonado al flujo, y ése es su Islâm. Y su Islâm lo ha abierto por completo a su Señor, y ése es su Îmân. Múslim-Mûmin,  éstos son los nombres que lo definen.
El Islâm es entrega y el Îmân es apertura, y después viene el Ihsân, la excelencia, que es sabiduría y paz manifiestas en el torbellino de la existencia. El Ihsân es fruto de ese caminar recto del ser humano que lo transforma en califa, en criatura soberana pues ha coincidido con su Señor Interior. Eso es lo que hace al ser humano rey en medio de la creación, lo hace lo más grande pues el Gháib lo ha agigantado hasta hacerle recubrir con la fuerza de su inmensidad interior y la intensidad de su aspiración todos los espacios creados. Para ello ha debido superar las etapas que lo llevan de la confusión a la claridad, de la ignorancia a la sabiduría, de la pereza a la acción, del conflicto a la calma con la que actúa en la existencia con decisión y contundencia: ha dejado de ser un indolente abandonado a la ceguera de su frustración para transformarse en un eje del universo.
Es así como el que se abre al Misterio y se sumerge en sus abismos se reviste con la cualidad de lo insondable y reaparece bajo el manto de la majestad.

Kalimat 3

¡Oh, gentes! Reconoced a vuestro Señor...
yâ ayyuhâ n-nâs u‘budû rábbakum
(Corán: Al-Báqara, 21)
Todos los seres están sujetos a su Señor interior. Sin Él carecen de fundamento. Él es su soporte en cada instante. A esa absoluta dependencia se la llama ‘Ubûdía. Cuando el ser humano es consciente de ella se la llama entonces ‘Ibâda. La ‘Ibâda es reconocimiento consciente de la relación con Allah, y se traduce en gestos con los que el musulmán declara formalmente su sujeción a su Señor, y con ello convierte la espontaneidad de la ‘Ubûdía en un acto de conocimiento. El Corán constantemente aconseja a los seres humanos que reconozcan a su Señor, que hagan ‘Ibâda,  y con ello dejarán de ignorar su auténtica condición de criaturas inmersas en una Verdad que las engloba a todas.
1- La ‘Ibâda -que es llevar la frente al suelo ante Allah, doblegar tu ser en tu Señor, rendirte por completo a Él y obedecer sus órdenes en todo- es, en el fondo, tomar conciencia de la ‘Ubûdía, de tu dependencia absoluta respecto a la Verdad que te rige en cada instante. La ‘Ibâda es una transacción en la que tú sales ganando, pues quien no reconoce su verdadera condición es estúpido y al final es abatido por su propia realidad. Sumergirte en la ‘Ibâda es sabiduría, superación del estado de ignorancia y abandono del conflicto con la existencia. Escucha el siguiente relato que, con palabras cifradas, te esclarecerán estas cosas:
Dos guerreros recibieron cierto día la orden de ir a una ciudad lejana. Viajaron juntos hasta que alcanzaron un punto en el que había una bifurcación. Ahí encontraron a un anciano que les dijo:
"El de la derecha es un camino seguro, y quien vaya por él no deberá temer nada pues está bajo la jurisdicción del Rey. Nueve de cada diez que lo han seguido han alcanzado la meta. Pero el que lo cruce deberá pagar un tributo y portar las armas y el estandarte del Rey. Por el contrario, el camino de la izquierda es para los que no quieren pagar tributo alguno ni cargar con ningún peso, pero nueve de cada diez que han ido por él han fracasado en el intento".
Los guerreros, tras escuchar estas palabras, tomaron cada uno un camino distinto. El que escogió la vereda de la derecha tuvo que cargar con mucho peso, pero mientras su cuerpo se fatigaba bajo esa disciplina su corazón se aligeraba pues iba seguro sobre una senda clara. El otro, el que se decidió por la ligereza del cuerpo, fue por el camino de la izquierda, y si bien avanzó pronto, su corazón fue sumiéndose poco a poco en el terror. Se introdujo en un mundo ténebre que espantaba a los más valerosos: su audacia no había sido más que un acto de irresponsabilidad, y en seguida tuvo que empezar a detenerse y pedir auxilio y consuelo a los demás viajeros con los que se encontraba a lo largo del viaje, pero todos ellos también estaban aterrados. Finalmente, buscó un lugar en el que esconderse, y ahí se quedó para siempre sumido en el espanto y aterrado por sus fantasmas.
El otro guerrero, el que había elegido la senda aparentemente más dura, alcanzó su objetivo, y fue recompensado al haber cumplido la orden que se le había encomendado. Éste había seguido la senda de la obediencia, y encontró quien la premiera, mientras que el de la segunda vía no encontró a quien valorara sus esfuerzos, pues no había hecho ninguno.
El primer viajero era el Mûmin, el que se predispone hacia Allah, y el segundo es el Kâfir, el que opta por ignorarlo todo confiando en sus propios recursos. El camino alude a la vida que viene del mundo del espíritu y, desembocando en la tumba, se abre hacia la inmensidad de Allah. El tributo, las armas y el estandarte son la ‘Ibâda, el esfuerzo que ha de hacerse sobre la senda de Allah.
El estandarte del Mûmin es "No hay más Verdad que Allah", y con esta clave abre todas las puertas. Ante "No hay más Verdad que Allah" se deshacen todas las quimeras, se deshacen los cerrojos y se disipan las quimeras. Sin este estandarte, el guerrero está sin armas ante el mundo. Todo es ante él apabullante, gigantesco y destructor, pero con "No hay más Verdad que Allah", todo es ilusorio, insustancial y débil. Por ello, el Mûmin derrotó a sus enemigos, mientras el Kâfir debía medir sus fuerzas con todo lo que encontraba, perdiendo un tiempo precioso y siendo derrotado en innumerables ocasiones.
Quien depende de Allah no es defraudado, y quien depende de sí mismo es engañado por sus ilusiones. Quien se asoma a Allah se asoma a lo creador, a lo que fluye por todas las cosas. Quien se entrega a su ego no encuentra más que espejismos que no puede alcanzar ni de los que pueda sacar jugo. La ‘Ibâda es ese asomo a la estrecha relación con Allah que existe en lo interior de cada fenómeno, es descubrir en el corazón de las cosas la Verdad que las sustenta. El Kâfir, que ha olvidado esa vinculación, se enfrenta a sus fantasmas y es devorado por ellos

Kalimat 4

Me he abierto a Allah y al Último Día
âmantu billâhi wa bil-yáumi l-âjir
El Último Día es el reencuentro con Allah, el final de la existencia separada y el comienzo de la integración final en la Verdad. El Îmân, la apertura hacia el Yáum al-Âjir, es la expectativa con la que el Mûmin aguarda ese momento y se prepara para él.
1. Abrirse a Allah –al-Îmân billâh- y abrirse al Último Día –al-Îmân bil-Âjira- son las más preciadas claves que desatan ante el espíritu del ser humano el talismán del universo y le abren la puerta de la felicidad y la paz. Hacen del hombre un ser paciente ante su Creador y un ser agradecido ante su Enriquecedor, y la paciencia y la gratitud son los remedios más eficaces frente a todos los males. Prestar oído atento al Corán, dejarse guiar por sus anuncios y advertencias, establecer los cinco salats, abandonar todas las torpezas propias del incauto, todo ello es una valiosa provisión para el viaje que aguarda al hombre tras la muerte: son luz que ilumina su tumba y aligeran sus pasos sobre el Puente hacia Allah. Si quieres comprender todo esto, escucha esta breve historia:
Un guerrero cayó herido durante una batalla. Sus manos quedaron casi mutiladas, y un león se le acercó por detrás. Frente a él estaba el patíbulo que aguardaba a los prisioneros de guerra, o bien el exilio. Todo se había unido contra él para hacer de su situación una tragedia de la que le sería prácticamente imposible huir. Mientras lamentaba su estado, he aquí que por su derecha se le insinuó un anciano que le pareció ser el Jidr pues su rostro era resplandeciente. Y el anciano que se asemejaba al Jidr le dijo:
"No desesperes. Te enseñaré dos talismanes, y si sabes hacer uso de ellos el león que te amenaza se convertirá en un caballo ligero dispuesto a servirte, y el patíbulo que tienes ante ti se transformará en un columpio para tu regocijo. Y te daré dos remedios, y si sabes dosificarlos, tus heridas podridas sanarán y tus manos se convertirán en flores perfumadas. Y te proporcionaré un salvoconducto y tu exilio será un viaje de placer, y cubrirás la gran distancia en poco tiempo como si fueras un pájaro. Si no crees lo que te digo, pruébalo una vez y te darás cuenta de que soy sincero".
Y el guerrero probó todo lo que le describió el anciano y descubrió que sus palabras eran verdaderas. Y yo también, pobre de mí, he saboreado algo, muy poco, de sus enseñanzas y soy testigo de su eficacia.
Más tarde, el guerrero se dio cuenta de que por su izquierda se le acercaba un hombre burlón y parlanchín que parecía un demonio. Venía a él lujosamente vestido trayéndole pinturas atractivas, instrumentos musicales y bebidas alcohólicas. Ese hombre se detuvo ante él y le dijo:
"Ven, compañero, acércate a mí y disfruta de lo que tengo. Entretengámonos contemplando estas bellezas aquí retratadas, escuchemos dulces cantos y comamos y bebamos hasta saciarnos. Pero, ¿qué son esas palabras que repites sin cesar?".
El guerrero le respondió: "Son un talismán que me protege".
Y el hombre le censuró diciendo: "Déjate de esas cosas incomprensibles y no enturbies la pureza de este momento. Disfruta de lo que yo te ofrezco. Pero, ¿qué son esas cosas que tienes en las manos?".
"Son medicina".
Y el hombre le dijo: "Aparta de ti esos ungüentos. Estas sano y nada malo te sucede. ¿No ves que te impiden beber de mi copa? Goza conmigo de todo lo que te traigo. Y ¿qué es ese papel con cinco sellos que hay junto a ti?".
Y el guerrero respondió: "Es un salvoconducto oficial".
El hombre replicó: "Rómpelo, ¿qué necesidad tienes de viajar en esta hermosa primavera?".
Y el hombre siguió intentando convencer al guerrero con sus palabras y sus bromas, y poco a poco fue debilitando su resolución. Y es así porque el ser humano se confunde con facilidad y cualquiera lo engaña. Pero una voz como un trueno llegó a sus oídos desde la derecha: "No te dejes engatusar y responde al que quiere distraerte: Si puedes matar al león que aguarda detrás, si eres capaz de retirar el patíbulo que hay ante mí, si eres un médico hábil que sane mis muñones, si aligeras el viaje que me aguarda, entonces sí, muéstrame qué es lo que me ofreces. Si no tienes fuerzas para disipar mis pesadillas, calla, porque no eres más que un necio que busca atontarme, y deja que hable el anciano que se parece al Jidr".
2. Has de saber que ese guerrero amenazado eres tú, y es el ser humano. Y el león que lo persigue es el tiempo. Las cuerdas del patíbulo son la muerte, la disolución y la separación que han de probar todas las vidas: ¿no ves cómo la muerte separa entre amantes y nos llama cada día y cada noche? Y las dos heridas profundas son la impotencia humana y la indigencia humana, y son sufrimientos que no tienen fin. En cuanto al exilio, es el viaje de la vida en el que se nos pone a prueba para que saquemos lo que llevemos en nuestros adentros, un viaje que empieza en el mundo de los espíritus, pasa por el parto, continua con la infancia, la juventud, la madurez y la vejez, y después se abandona el mundo por el tunel de la tumba, se cruza el Puente y se reúne todo ante Allah en el Último Día.
El doble talismán es el Îmân billâh y el Îmân bil-Yáum al-Âjir, la Apertura hacia Allah y la Apertura hacia el Último Día. Sí; este poderoso talismán convierte al león del tiempo en un caballo preparado para que lo cabalgue el Mûmin. Es más: el león se transforma en un al-Burâq, en un animal fabuloso que transporta al ser humano haciendole atravesar los siete cielos sacando al hombre de su prisión y mostrándole el infinito de los Jardines del Misericordioso en la Majestad de su Grandeza Inmedible. Es por ello por lo que los perfectos entre los hombres siempre han preferido la muerte, pues saben a donde los conduce, han sabido de su esencia, la han reconocido como paso hacia Allah.
De igual modo, el anciano había prometido al guerrero que el patíbulo de la muerte, la disolución y la separación se convirtirían ante él en un columpio para su goce, y es porque el que tiene las claves del Îmân descubre en la sucesión de las cosas la renovación de los favores que Allah dispensa al ser humano. La muerte, la disolución y la separación son las promesas del Creador incesante, son vestigios de su capacidad. El mundo es como un espejo que refleja en múltiples imágenes las posibilidades infinitas de la Verdad Creadora, y en ese espejo el sabio encuentra el tesoro exuberante de la riqueza inagotable de su Señor. Y esa abundancia es una promesa para él, y contempla en ella su destino.
En  cuanto a los dos ungüentos con los que sanar la impotencia y la indigencia, has de saber que el primero de ellos es el Tawakkul, la absoluta confianza que se ha de depositar en Allah. Y junto al Tawakkul y como estandarte suyo, está el Sabr, la paciencia. Reúne en una misma cosa el Tawakkul y el Sabr quien sabe que el Poder de Allah es inapelable y carece de obstáculos y por otro lado sabe que Allah es Misericordioso y Amable hacia sus criaturas.
Efectivamente, quien es consciente en el seno de su impotencia que el Sultán del universo tiene entre sus manos el imperativo al que todas las realidades responden, ¿cómo puede desasosegarse? Al contrario, es firme en las peores calamidades, pues sabe que todo viene de Allah y todo vuelve a Allah. Quien conoce a Allah está seguro en su impotencia, pues el Dueño de su destino es el Rey Uno que rige todas las cosas. Si a un recién nacido pudiera preguntársele cuáles son sus mejores momentos, seguramente diría: "Cuando mi madre me recoge en su seno para calmar mi llanto y mi miedo". Y así es el sabio en el regazo de Allah que sabe que la ternura de una madre no es más que un ínfimo destello de la Rahma manifiesta en todas las cosas. Por ello los perfectos han sabido que hay un placer inmedible en su propia impotencia, pues es ésta la que los arrima al calor de Allah, la que los empuja a buscar la fuente de toda bondad real. Y así, el sabio es el que deja de fingir que es capaz de algo y se refugia en su auténtica condición, y encuentra en su debilidad una fuerza indecible, la de Allah mismo resguardándolo. Y su consigna es: No hay fuerza ni poder más que en Allah.
En cuando al segundo ungüento, has de saber que consiste en la invocación -Du‘â- y el ruego -Suâl- dirigido a Allah junto a la satisfacción -Qanâ‘a- y la gratitud -Shukr-. Y es así porque el que es huesped en casa de Quien le ha puesto como alfombra la tierra entera y sobre ella ha depositado mesas bien servidas, y le ha ofrecido las flores de la primavera para perfumar su banquete, quien es huesped de semejante Anfitrión, ¿cómo podría se desagradecido? ¿cómo podría dar importancia a su propia pobreza quien es atendido con opulencia? Al sabio no le pesa su indigencia ni le resulta dolorosa su precariedad. Al contrario, le sirven para atreverse a pedir más a Quien lo tiene todo. Es más, desearía ser más pobre para poderse llenar de más bienes y recoger más dones de quien es Dispensador de toda suerte de beneficios. Quisiera tener más espacios vacíos en su ser para colmarlos con la infinita riqueza de su Señor. Y es así como profundiza en su indigencia para descubrir todo su alcance y exponer su necesidad absoluta ante su Dueño Absoluto.

Kalimat 5

wa sh-shámsi wa duhâhâ, wa l-qámari idzâ talâhâ, wa n-nahâri idzâ ÿallâhà, wa l-láili idzâ yaghshâhâ, wa s-samâ:i wa mâ banâhâ, wa l-árdi wa mâ tahâhâ, wa náfsin wa mâ sawwâhâ.
¡Por el sol y su claridad! ¡Por la luna cuando le sigue! ¡Por el día cuando lo muestra brillante! ¡Por la noche cuando lo vela! ¡Por el cielo y lo que lo ha erigido! ¡Por la tierra y lo que la ha extendido! ¡Por la vida y lo que la ha equilibrado!
(Corán: Ash-Shams, 1-7)
Si quieres comprender, hermano, algo de los secretos que hay en el mundo, el enigma del ser humano y los símbolos de la esencia del Salat, reflexiona conmigo en esta breve historia:
En un tiempo cualquiera hubo un sultán que poseía grandes riquezas. Los cofres de su tesoro contenían toda suerte de joyas y piedras preciosas, y aun había entre sus posesiones otros bienes escondidos y sorprendentes que jamás había mostrado a nadie. Además de tanta abundancia, el sultán era un gran sabio conocedor de todas las ciencias de su tiempo y de igual modo era hábil y consumado experto en las distintas artes.
A semejanza de todo dotado de majestad y belleza que desea ser contemplado y admirado, también este gran sultán quiso ser exaltado y tenido en consideración por los habitantes de su reino. Para ello organizó una fiesta en la que expuso ante sus súbditos sus galas más fabulosas buscando llamar su atención y provocar su estupor. Así fue como exhibió su grandeza ante los ojos de las gentes, mostrándoles lo que nunca antes habían visto.
El sultán tuvo en cuenta que no todo el mundo podría congregarse para contemplar las joyas y las alfombras de su tesoro, pero sabía que la noticia no tardaría en propagarse por los cuatro puntos cardinales y que los que no verían, al menos oirían el relato.
Para su fiesta, el sultán mandó construir un magnífico palacio, y lo dividió sabiamente en estancias, cada una de ellas decorada de un modo diferente, todo ello hecho por su propia mano para que fuera muestra de su extraordinaria habilidad. No había lugar en el conjunto palaciego que estuviera vacío, todo estaba lleno de obras maestras y espléndidos adornos.
Cuando el alcázar estaba preparado, dispuso en las salas ricas mesas colmadas con los más exquisitos alimentos. Nada faltaba: había delicias para todos los gustos. Cada huesped sería agasajado con lo que más le satisfaciera. Nadie saldría defraudado se ese fastuoso alarde del sultán.
Después invitó a los habitantes de su reino; convocó a sus súbditos que acudieron desde todos los confines. Para que les sirviera de guía por las dependencias del alcázar eligió al mejor de sus visires, y le explicó todos los detalles de su obra. Escogió para ello al más elocuente, al más prudente, al de mejor memoria, al de exquisitos modales, al más fiel a su deseo, y lo convirtió en maestro de los secretos del palacio. Le ordenó que hablara al pueblo de la delicadeza que había en cada obra de arte, del valor de cada gema, del brillo de cada perla, de la finura de las alfombras, de la riqueza de los mosaicos, del esplendor de los cristales, todo ello para que se dieran cuenta de la habilidad del artífice, de su sabiduría y de su opulencia.
También fue encargado ese prudente visir de que enseñara el protocolo a los visitantes, para que cada cual supiera cómo debía entrar y salir, y por dónde, y cuándo. Así todo seguiría un orden armonioso y no habría confusión y cada uno aprovecharía su visita y aprendería de lo que se ofrece y sabría del sultán. Para aumentar su majestad, el sultán se ocultó tras una cortina, para dejarse tan sólo adivinar. Así su grandeza era realzada por el velo que le daba un halo de misterio conforme a su carácter extraordinario.
El visir organizó la visita al palacio, y se hizo con subalternos a los que instruyó en la misión que debían cumplir. Cada uno vigilaba una puerta y se hacia cargo de dirigir a un grupo distinto. Otros de sus servidores se pusieron en marcha y llegaron a las regiones más distantes para preparar a los peregrinos y dirigir sus pasos.
Todos fueron reunidos ante el gran visir, que dijo con su potente voz a los congregados:
"¡Oh, gentes! Nuestro señor el sultán, al que pertenece este alcázar prodigioso, ha querido al construir este edificio darse a conocer a sus súbditos. Todo lo que véis con vuestros ojos es obra suya y producto de su sabiduría y de su habilidad. Conoced todo lo que él puede hacer, y escuchad para profundizar en el conocimiento de vuestro rey.
Con los adornos que ha puesto en cada habitación no quiere sino mostrarse amable a vuestros ojos. Quiere que le améis en la belleza de cada detalle. Responded a su deseo embelleciéndoos vosotros. Hermoseáos antes de entrar en el palacio para ser dignos de la luz que contiene. Hacéos amar por el sultán de la belleza, acercáos a él con lo que os ofrece.
Sólo ha querido hacerse amar. Ha buscado despertar vuestra admiración para que conozcáis todo con lo que puede obsequiar a quienes se aproximen a él. Responded a su llamada, acudid a él con vuestros corazones, presentáos ante él con lo mejor de vosotros para que os colme con sus dones. Oíd su deseo y aprestáos para recibir su generosidad.
Él ha querido ser vuestro anfitrión en este día magnífico, y agasajaros como se agasaja a los reyes y a los príncipes. Con su ostentación desea ganar vuestra gratitud. Os da lo suyo para satisfacerse en vosotros, para redescubrir su grandeza en el estupor de vuestros corazones. ¡Proclamad su grandeza para que sea notoria y por todos conocida! Hablad de las excelencias de vuestro rey, mostrad sin timidez vuestra admiración ante su opulencia.
Él ha querido que adivinéis su belleza en su obra, ha deseado que lo ansieís antes de mostrarse a vosotros. Está detrás de esa cortina, al final de la última estancia y sólo desvelará su rostro ante quien le ame con la generosidad con la que él ha amado. Acercáos a él con pasión, con emoción desbordada, para que os enseñe su belleza de la que lo que véis no es sino un pálido reflejo, para que os aloje en la estacia de su intimidad y os haga los honores que tiene reservados para pocos, para los mejores de entre vosotros.
Vuestro sultán quiere que sepaís que él es vuestro único rey. Ahí tenéis su único sello con lo que marca lo que le pertenece. Es su signo para que reconozcáis de dónde os vienen las órdenes que debéis obedecer y a las que os tenéis que rendir. Sólo él es merecedor de vuestros elogios y digno de vuestra perplejidad. Y he aquí que yo os muestro el sello de su poder. No volváis a confundiros jamás. El sultán no tiene semejante y su sello no tiene igual. Distinguid con claridad para que nadie os time con baratijas".
Así habló el visir y todos escucharon sus palabras claras y sus sólidos argumentos, y los visitantes fueron entrando y comprobaron que lo que había en el alcázar no podía ser descrito por ninguna lengua. Nunca antes habían ni tan siquiera podido imaginar que existieran perfecciones como las que les eran mostrado. Cada tesoro estaba en un lugar privilegiado, y el todo era el colmo del equilibrio y la simetría más desconcertante.
En el palacio, las gentes se dividieron en dos grupos. El primero de ellos era el de los poseedores de inteligencia despierta y corazones puros. Éstos supieron apreciar el justo valor de cada maravilla que se exponía ante ellos. Se decían en sus adentros: "Sin duda, cada objeto de esta colección tiene guardado un secreto profundo que lo hace ser magnífico". Y al escuchar las palabras del sabio visir comprendieron el enigma y descifraron el acertijo. Y dijeron al visir: "¡Oh, maestro! Este espléndido edificio y estas joyas únicas, toda esta armonía y toda esta magia, tiene un autor que debe arrebatar los sentidos. Dinos cómo podemos llegar a él, enséñanos el camino que conduce a su morada, pues nuestro asombro nos exige saber quién es y cómo es. Indícanos, ¡oh, visir! la senda que lleva hasta el sultán que ansíamos saludar, condúcenos por este inquietante laberinto de riquezas sin límite hasta donde está el que ha sabido crear toda esta hermosura". Y el visir les ordenó que le siguieran hasta la última estancia donde estaba la majestad en persona que agasajó a sus húespedes como hace el generoso con el que llega hasta él.
Al segundo de los grupos pertenecían los de poco entendimiento y corazón estrecho. Eran ladrones que sólo querían ver qué podían robar. O eran glotones que se apresuraron a llenar los estómagos con lo que encontraban a su paso, hasta hacerse pesados y ya no podían caminar más. O eran infelices que sólo buscaban saciar sus apetitos e instintos de prisa y con lo que fuera. O eran como ciegos y sordos que nada podían distinguir ni apreciar, encerrados en la indiferencia de la oscuridad y el silencio, y se tumbaron con su pereza sobre los primeros cojines que encontraron a su paso. O eran petulantes indignos que fingían aburrimiento mientras se adoraban a sí mismos, prisioneros de los estrechos límites de la mediocridad. Todos éstos se comportaban como ignorantes maleducados semejantes a bestias groseras, y pronto se quedaron satisfechos y dormidos. Pero acudieron los guardianes del palacio y los arrojaron fuera. Los arrancaron del cobijo y los echaron al calor del sol abrasador donde ninguna sombra les protegía, ni había agua fresca ni alimentos sabrosos de los que disfrutar. A otros los enterraron en las mazmorras, y otros fueron entregados al verdugo. Así lo había dispuesto el sultán para todo aquél que se mostrara con desdén hacia su gloria.
Y aquí termina esta breve historia. Si has escuchado con atención el relato, te habrás dado cuenta de que el sultán construyó el magnífico alcázar para que cumpliese una función, que era la de mostrar todo aquello de lo que era capaz el rey. El sultán no hizo sino realizar su obra y exteriorizar su habilidad para ser contemplado y reconocer su propia majestad en el desconcierto de sus súbditos. Para ello era esencial el visir: si no fuera por él, el sentido de la obra se habría perdido. El palacio no habría sido más que un libro ilegible. Nadie habría comprendido su significado. El visir desentrañó lo inescrutable, sacó a relucir el secreto y descifró el enigma.
Sin el visir, nada hubiera tenido su cumplimiento. El alcazar, de no ser por él, sólo hubiera sido un laberinto que no lleva a ninguna parte. Se puede decir, por tanto, que la existencia y el sentido del palacio dependían de la función del visir. Si los súbditos del reino escuchaban y obedecían al guía, el objeto de su creación se realizaba y la fiesta alcanzaba su mayor alegría. Para aquéllos que le volvieron la espalda, el palacio y cuanto contenía desapareció y se disipó en el sueño de la irrealidad y fueron destruidos al no haber necesidad de ellos. El alcázar, todo lo que había en él y los desatentos fueron aniquilados en el olvido, pues no eran sino ignorancia en medio de la ignorancia.
He aquí las claves de la historia: el sultán, el palacio, las riquezas, el visir, los súbditos, la atención y la desatención, la intimidad en la opulencia y la expulsión privadora. Y he aquí sus correlatos en el Corán: Allah, el mundo, las criaturas, el profeta, los seres humanos, el Jardín y el Fuego.
Efectivamente, el alcázar es este mundo alumbrado con lámparas en el techo relumbrante de su cielo, y alfombrado con colores abrumadores, y decorado por mil criaturas sorprendentes. Y todo es ofrecido al ser humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario