jueves, 9 de junio de 2011

El Amor es el Vino

Charlas de un Maestro Sufi en América
Autor: Sheikh Muzaffer Ozak Al-Yerrahi Al-Halveti

Las enseñanzas e historias contenidas en este libro son únicas. Se trata del pensamiento Sufí presentado a una audiencia americana por un maestro sufí en toda regla. Estas enseñanzas proceden de la tradición viva del Sufismo que han sido adaptadas y orientadas a los modernos occidentales.

Introducción

Capítulo 1: El Sufismo

Capítulo 2: El Amor

Capítulo 3: La educación del derviche

Capítulo 4: La Fe

Capítulo 5: Autoconocimiento

Capítulo 6: El Sagrado Corán

Capítulo 7: Los Sueños

Capítulo 8: Sumisión

Capítulo 9: Paciencia

Capítulo 10: Tentación

Capítulo 11: La generosidad


Introducción

Conocí a Sheikh Muzaffer (que Allah tenga misericordia de él) en Abril de 1980. El Instituto de Psicología que yo había fundado años atrás le había invitado a él y a sus derviches a ser huéspedes de la Escuela durante su estancia en California. Como dos de los profesores se habían hecho cargo de la organización, yo no tuve contacto con los derviches hasta que éstos llegaron.

Estaba sentado en mi oficina hablando por teléfono, cuando pasó un hombre imponente y fornido. Me echó una mirada y siguió adelante sin ni siquiera interrumpir su paso. En el momento en que me miró, el tiempo pareció detenerse. Sentí como si, al instante, él ya supiera todo sobre mí, como si todos los datos de mi vida fuesen leídos y procesados en una computadora de alta velocidad en una fracción de segundo.

Tuve la sensación de que él conocía todo lo que me había llevado a sentarme en aquel despacho e incluso a hacer aquella llamada telefónica, y que sabía todo lo que iba a salir de allí.

Una voz dentro de mí dijo: “Realmente espero que este sea el sheikh. Porque si es sólo uno de sus derviches, no creo que pueda asimilar el encuentro con su sheikh"”

Al rato, salí a saludar al sheikh y a sus derviches y para darles la bienvenida en nombre de la escuela. Como esperaba, el hombre que había visto al principio era Sheikh Muzaffer Efendi. En su presencia sentí una mezcla de gran poder y sabiduría por un lado y un hondo honor y compasión por otro. El poder que emanaba de él hubiera resultado casi insoportable si no hubiera sido por el amor –igualmente fuerte- que irradiaba.

Tenía la poderosa complexión de un luchador turco. Sus manos eran enormes, las más grandes que he visto jamás. Su voz era un bajo profundo y sonoro, la voz más rica y honda que he escuchado nunca fuera de una ópera. Su cara era extremadamente móvil. Si en un momento dado parecía severo y serio, al momento siguiente se transformaba en la quintaesencia del narrador de historias cómicas. Sus ojos eran claros y penetrantes –a veces fieros como los de un halcón, a veces amorosos y chispeantes, llenos de humor.

Aquella tarde, a la hora de cenar, Efendi me invitó a sentarme con él. Después de la cena, contó dos historias de instrucción Sufí.

Al oírle hablar, comprendí que todos los libros que había leído sobre Sufismo no habían ni siquiera empezado a transmitir el poder de esa técnica de enseñanza. Leer colecciones de historias inconexas, sacadas de su contexto, no era nada en comparación con escuchar a un maestro sufí en persona. Si la primera historia pareció abrir mi interior, la segunda me hizo comprender.

Cuando Efendi hubo terminado, noté de pronto que la habitación estaba llena de gente, de derviches y de mis propios estudiantes. Mientras había estado contando las historias, me había parecido que se había estado dirigiendo sólo a mí, así que no tenía conciencia de que hubiera alguien más en la habitación.

La primera historia es la siguiente:

Un día un hombre le prestó dinero a un viejo amigo. Unos meses más tarde, sintió que necesitaba su dinero, así que fue a casa de su amigo, que vivía en una ciudad próxima, para pedirle que le devolviese el préstamo. La esposa de su amigo le dijo que su marido había ido a visitar a alguien al otro lado de la ciudad. Le dio al visitante unas direcciones y éste se fue a buscar al deudor.

De camino, pasó al lado de una procesión fúnebre. Como no tenía prisa alguna, decidió unirse a la procesión y ofrecer una oración por el alma del muerto.

El cementerio de la ciudad era muy viejo. Al tiempo que se excavaba una tumba nueva, se exhumaban algunas de las antiguas.

Al lado de la tumba nueva, el hombre vió a su lado una calavera recién desenterrada. Entre los dos dientes delanteros de dicha calavera había una lenteja. Sin pensar en lo que hacía, el hombre tomó la lenteja y se la metió en la boca.

Justo entonces, un hombre sin edad definida y con barba blanca se le acercó y le preguntó: “¿Sabes porque estás aquí hoy?”

“Pues claro, estoy en esta ciudad para ver a un amigo mío”.

“No. Estabas aquí para comerte esa lenteja. Ves, esa lenteja estaba destinada para ti, no para el hombre que murió hace algún tiempo y que no pudo tragársela. Estaba destinada para ti y ha ti ha llegado”.

Efendi comentó: “Esto ocurre así con todas las cosas. Dios provee tu sustento. Sea lo que sea que esté destinado para ti, no dudes que te llegará”.

Entonces contó la segunda historia.

Había una vez en Estambul un hombre muy rico que un año decidió monopolizar todo el arroz del mercado. Una vez que los granjeros hubieron terminado la cosecha, envió a sus sirvientes a las puertas de la ciudad. Allí compraron el arroz de los campesinos y lo transportaron a los almacenes que había alquilado su señor.

Ni un grano de la cosecha de arroz de aquél año consiguió llegar al mercado. El hombre rico se imaginaba que podría ganar una fortuna con su monopolio.

Una vez guardado todo el arroz, nuestro hombre decidió visitar los almacenes. El grano era almacenado de acuerdo con su tipo y calidad. El más refinado se guardaba en una esquina de la última nave. Esta era la mejor variedad: había sido plantada en el mejor suelo y había recibido la cantidad óptima de sol y agua. Cuando el hombre vió este arroz, cuyos granos eran dos veces más grandes que los normales, decidió llevarse algunos a casa para la cena.

Aquella noche, su cocinero le agasajó con un plato de aquel arroz maravilloso, excelentemente cocinado con mantequilla y especias. Pero nada más tomar la primera cucharada, el arroz se le atascó en la garganta. No podía ni tragarlo ni escupirlo.

Probaron extraérselo de mil formas, pero todo fue en vano.

Finalmente, llamaron al médico de la familia. El doctor hurgó y empujó todo lo que pudo, pero no consiguió desatascar el arroz. Al fin, dijo: “Me temo que hará falta realizar una traqueotomía. Es una operación simple. Le abriremos la garganta y sacaremos el arroz directamente”.

Al hombre le espantaba la sola idea de que le cortaran la garganta, así que decidió consultar a un otorrinolaringólogo. Desgraciadamente, el especialista le recomendó la misma operación.

Entonces el hombre se acordó del sheikh sufí que había sido el consejero espiritual de la familia durante años y que tenía fama de tener poderes curativos. El sheikh le dijo: “Sí, sé como puedes curar tu mal, pero tienes que hacer exactamente lo que te diga. Mañana toma un avión y vete a San Francisco. Toma un taxi y ve al Hotel St.Francis, sube a la habitación 301, gira a tu izquierda y las cosas se resolverán”. Por la reputación del sheikh y también porque hubiera hecho cualquier cosa con tal de que ni le cortasen la garganta, nuestro hombre se embarcó con destino a San Francisco.

Se sentía terriblemente incómodo con el arroz atascado en la garganta. Le resultaba difícil respirar y apenas podía tragar un poco de agua de vez en cuando.

Una vez en San Francisco, el hombre se fue de inmediato al Hotel St.Francis y subió a la habitación 301. Hasta aquí todo iba bien. Por lo menos el hotel y la habitación que el sheikh había especificado estaban allí.

Llamó a la puerta, que estaba entornada, y esta se abrió un poco. Al asomarse, vió a un hombre dormido en la cama, roncando suavemente. De pronto, el hombre rico estornudó. Con aquel estornudo, el arroz fue expulsado de su boca y fue a parar a la boca del hombre que dormía, quien lo tragó automáticamente, mientras se despertaba.

Al abrir los ojos, el huésped del hotel reclamó en turco: “¿Qué sucede? ¿Quién es usted?”. Maravillado al encontrarse un compatriota en San Francisco, el hombre rico le contó toda la historia. Ambos estaban maravillados por lo que había ocurrido. Al fin, resultó que el hombre no sólo era de Estambul, sino que también vivía en el mismo barrio que el hombre rico.

Cuando volvió a casa, el hombre rico fue inmediatamente a visitar al sheikh. Este le explicó que el arroz que había tratado de comer no estaba destinado para él, sino para la persona que finalmente lo había tragado. Por eso se había atascado en su garganta: porque aquel arroz no formaba parte de su destino.

La única solución era hacerlo llegar a la persona para la que realmente estaba destinado.

Al fin, el sheikh recalcó con énfasis: “Recuerda, cualquier cosa que este destinada para ti te llegará. Y cualquier cosa que esté destinada para otros forzosamente les llegará también”.

El hombre rico regresó a su casa, pensó largamente sobre su experiencia y sobre lo que el sheikh había dicho. A la mañana siguiente, ordenó que abrieran sus almacenes y que distribuyeran todo el arroz entre los pobres de Estambul.

Efendi añadió: “Esto es cierto. Lo que está destinado para ti,y esto incluye tanto beneficios materiales como espirituales, tiene necesariamente que llegarte. Puede que tenga que recorrer todo el camino desde Estambul a San Francisco, e incluso dar un rodeo más amplio, pero al fin te llegará”.

Aquella noche, ya en mi casa, pensé mucho en las historias y en lo que Sheikh Muzaffer había dicho. Reflexioné acerca de cuán duramente me empujaba a mi mismo y cuántas veces me preocupaba por el fracaso. Me di cuenta de que, muy probablemente, trabajaría igualmente duro y de forma mucho más feliz y eficaz, si confiara en que todo lo que está destinado para mí terminará sin duda por llegarme.

Al otro día, al ver a Efendi, le conté lo poderosamente que me habían afectado las historias de la noche anterior. Le dije que si tan sólo pudiera recordar las historias de la noche anterior, mi vida sería muy distinta.

Me miró profunda y fijamente y dijo. “Nunca las olvidarás”.

Lo que dijo era cierto. Aunque recuerdo muchas de las historias que le oí contar, aquellas dos permanecen especialmente nítidas en mi memoria. Es como si cada detalle estuviese grabado en mi mente.

Lo que yo dije también era verdad. Desde entonces, he experimentado un sentido de confianza y seguridad que nunca había tenido antes. Al menos he saboreado la verdad de que Allah nos provee a todos mucho mejor y con mucha mayor generosidad de lo que normalmente imaginamos.

Casi la mitad de esta colección de charlas e historias están tomadas de las dos visitas de Efendi a California. En estas visitas, la mayor parte de la audiencia consistía en estudiantes de psicología interesados en temas espirituales. En algunas materias, como el capítulo de los sueños, Efendi entra en más detalles de lo que nunca haya escuchado o leído en otra parte.

La otra mitad de esta colección procede de charlas que otros y yo grabamos durante las frecuentes visitas de Efendi a Nueva York. Tuve la fortuna de escuchar a Efendi dos veces al año, en primavera y otoño, desde 1981 hasta su muerte en 1985. Su audiencia en aquellas charlas estaba formada por derviches americanos que estaban aprendiendo las dos cosas: Sufismo e Islam.

Las enseñanzas e historias contenidas en este libro son únicas.

Se trata del pensamiento Sufí presentado a una audiencia americana por un maestro sufí en toda regla. No se trata ni de un tratado erudito sobre sufismo ni de una colección de historias y escritos encerrada dentro de una antigua tradición religiosa y cultural de Oriente Medio que pocos lectores occidentales ni siquiera pueden empezar a comprender. Estas enseñanzas proceden de la tradición viva del Sufismo que han sido adaptadas y orientadas a los modernos occidentales.

Sheikh Muzaffer Ozak era la cabeza de la Orden Halveti-Jerrahi, una rama de trescientos años de edad, de una de las más grandes órdenes sufíes. En Turquía estaba considerado como uno de los pocos grandes sheikhs, o maestros sufíes, vivos. Efendi se hallaba extraordinariamente capacitado para transmitir la riqueza de la tradición sufi íntegra al Occidente. Comprendía a los occidentales como casi ningún maestro sufí anterior. Su librería religiosa es Estambul atraía a cientos de buscadores occidentales que visitaban Turquía. Efendi realizó más de veinte viajes a Europa y a los Estados Unidos, quedándose a menudo uno o dos meses seguidos. En sus viajes, inició a cientos de americanos y europeos en la Orden Halveti. Interpretaba sus sueños y respondía a sus preguntas sobre cualquier tema, desde teología y misticismo al matrimonio y cómo ganarse la vida.

Estas enseñanzas han afectado mi vida profundamente, desde el mismo momento en que conocí a Efendi. He editado y compilado sus charlas porque su deseo era que sus enseñanzas se divulgasen a una audiencia lo más amplia posible. Espero que te conmuevan y afecten tu vida tanto como lo hicieron con la mía.

Estoy profundamente agradecido al Sheikh Tosun Bayrak, que fue designado por Efendi como mi guía en este camino de la Verdad. El me ha inspirado y animado a editar este libro. En realidad, éste no hubiera sido posible sin sus sensibles y sofisticadas traducciones de las charlas de Efendi.

Sheihk Tosun Bayrak y yo fuimos bendecidos con la buena fortuna de editar el borrador final del manuscrito en la Ciudad Santa de Medina, hogar y el lugar del último descanso del Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él).

La vida del Profeta, con sus incontables e inestimables ejemplos de guía y enseñanza, ha siempre constituido, para todos los derviches desde el comienzo del Sufismo hasta nuestros días, un modelo de la cumbre de la realización humana.

La Ciudad de Medina está impregnada de la presencia del Profeta. Rezo para que su luz brille a través de estos escritos y mueva los corazones de todos los que lean este libro.

En las tradiciones lingüísticas turca y árabe, los nombres de los profetas y santos siempre se hallan seguidos de una frase honorífica. Se considera descortés e irrespetuoso decir “Jesús” o “Moisés” como si estuvieras hablando de tu vecino de enfrente. Sin embargo, viendo que estas frases formales pueden parecer extrañas e incómodas a los lectores occidentales, he incluido la frase honorífica tan sólo después de la primera mención de cada nombre en un capítulo o historias dados. Así, en el texto encontrarás “Muhammad (Que la paz y las bendiciones de Allah sean con él).

Otros grandes mensajeros de Dios son Abraham, Moisés y Jesús, cuyos nombres son seguidos de “Que la paz de Allah sea con él”.

Los nombres de los compañeros y la familia del Profeta se hallan seguidos de “Que Allah esté complacido con él o ella”.

Los nombres de grandes santos sufíes van seguidos de “Que su alma sea santificada”.

Los nombres de los maestros sufis fallecidos están seguidos de “Que Allah tenga misericordia de él o ella”.

El editor desea expresar su profunda gratitud a Nuriya Jans, cuyas transcripciones de las charlas de Efendi y su labor de transformar notas dispersas en un manuscrito único han hecho posible este libro. También estoy muy agradecido a Nuran Reis, cuya ayuda fue inestimable a la hora de preparar el manuscrito, así como a Moussa Keller y a otros muchos derviches y estudiantes que leyeron e hicieron comentarios sobre el manuscrito.

Finalmente, me gustaría dar las gracias a mi editor, Kabir Helminski, cuyo apoyo ha sido inestimable desde el principio.

Cualquier error o inexactitud en este libro se deben a la ignorancia y descuido del editor.

Sheikh Ragip Frager

de la Orden Halveti-Jerrahi

Medina

Rajab 18, 1407 A.H

18 de Marzo de 1987

Capítulo 1: El Sufismo

El Sufismo no es diferente del misticismo de todas las religiones. El misticismo viene de Adán (que la paz se Allah sea con él) y ha adoptado diferentes formas a lo largo de los siglos: por ejemplo, el misticismo de Jesús (que la paz se Allah sea con él), de los monjes ermitaños, y de Muhammad (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él). Un río pasa por muchos países y cada uno lo reivindica para sí. Pero sólo hay un río .

La Verdad no cambia: la gente cambia. La gente pretende poseer la Verdad y guardársela para sí, manteniéndola fuera del alcance de los otros. Pero no se puede poseer la Verdad.

El
camino del Sufismo es la eliminación de cualquier intermediario entre el individuo y Dios. La meta es actuar como una extensión de Dios, no como una barrera.

Ser un derviche es servir y ayudar a otros, no solamente sentarse y rezar. Ser un verdadero derviche es levantar a aquellos que han caído, enjuagar las lágrimas de los que sufren y confortar a los huérfanos y a los que están solos.

Gente diferente tiene capacidades diferentes. Unos pueden ayudar con sus manos, otros con su lengua, otros con sus oraciones y otros con sus riquezas.

Puedes llegar allí por ti mismo, pero éste es el camino más difícil.

Nuestras metas personales conducen todas al mismo fin: sólo hay una Verdad. Pero, ¿por qué negar los miles de años de experiencia atesorados por la religión? Estos ofrecen un caudal de verdadera sabiduría destilada por tantos años de búsqueda, prueba y error.

Tener sólo media religión es una gravísima equivocación que te mantendrá alejado de la verdadera fe. Visitar a alguien que es solamente medio médico es terriblemente peligroso. Un medio gobernante es un tirano.

Muchos se debaten en el laberinto de la religión y las diferencias religiosas. Son como perros peleándose por un hueso, buscando sus propios intereses egoístas. La solución es recordar que hay sólo un Creador, que nos sostiene a todos. Cuanto más recordemos al Uno, menos lucharemos.

Un sheikh sufí es como un médico, y un estudiante cuyo corazón está enfermo. El estudiante acude al sheikh para curarse.

Un verdadero sheikh prescribirá una dieta y una medicación determinadas para curar las enfermedades de cada persona. Si los estudiantes siguen las prescripciones de su sheikh se curarán. Si no, pueden destruirse a sí mismos. Los pacientes que emplean de forma errónea las recetas de su médico están llamando a su propia ruina.

En un nivel más elevado, la relación entre un sheikh y sus estudiantes es como la de un racimo de uvas y la rama de la que ésta pende. El sheikh conecta las uvas al árbol, a la savia y a la fuente de la savia.

Es extremadamente importante entender bien esta conexión. Es como la que hay entre una bombilla y la corriente eléctrica. La energía es la misma. Algunos sheikh tienen 20 voltios y otros 100, pero todos transmiten la misma electricidad.

Los ojos son las ventanas del alma. Mirando a los estudiantes el maestro los conecta. Puede haber una gran fuerza en la mirada de un sheikh.

La primera etapa es tener fe. El primer paso en esta etapa es tener fe en el propio sheikh, la cual se expresa en el sometimiento a su persona. A través de esa sumisión, tu arrogancia se transformará en humildad; tu ira y tu agresividad se transmutarán en buen carácter y suavidad. El primer paso es muy grande.

No todo el que lleva un turbante y viste túnicas llamativas es un sheikh. Pero una vez que, por voluntad de Allah, has encontrado a uno verdadero, el primer paso es la sumisión.

El cuestionar y dudar, como tanto se insiste en Occidente hoy en día, también puede llevar a la Verdad. De hecho hay algo ciego en someterse sin pensar. Puede que seas mejor buscar, meditarlo primero y decidir seguir a un sheikh sólo cuando hayas resuelto todas tus dudas y preguntas.

En nuestra tradición, generalmente es considerado una gran falta de cortesía cuestionar o dudar de tu sheikh. Sin embargo, puede ser bueno preguntar si a través de las respuestas tu fe se vuelve más clara y firme.

Incluso el profeta Abraham preguntó a Dios: “¿Cómo puedes devolver la vida a los muertos?”. Dios respondió: “Abraham, ¿no tienes fe en Mí? ¿Dudas de Mí?”. Abraham respondió: “Sí, tengo fe y Tú sabes lo que hay en mi corazón. Pero sólo quería ver con mis propios ojos”.

Hay cuatro caminos hacia la fe. El primero es el camino del conocimiento. Alguien viene a ti y te habla de algo que nunca has visto. Por ejemplo, mucha gente me había hablado de este país, pero yo nunca lo había contemplado. Finalmente, tomé un avión y pude verlo con mis propios ojos desde el aire. Entonces mi fe se hizo más fuerte. Ahora que estoy aquí mi fe es aún más fuerte. El último nivel sería llegar a ser parte de este país.

Los cuatro caminos hacia la fe son:

Conocimiento de algo.

Visión de algo.

Estar en algo.

Volverte algo.

Es bueno tener dudas, pero uno no debería permanecer en la duda. La duda debería llevarte a la Verdad. No te quedes en las preguntas. La mente también te puede engañar. El conocimiento y la ciencia pueden engañarte. Existe un estado, que es parte del destino de algunas personas, en el que los ojos que ven dejan de ver, los oídos que oyen dejan de oír, y la mente que imagina y considera deja de imaginar y considerar.

El pueblo del profeta Abraham estaba formado por adoradores de ídolos. Pero él buscaba a Dios. Un día, contemplando la estrella más brillante del firmamento, dijo: “Tú eres mi Señor”. Entonces salió la luna y volvió a decir: “Tú eres mi Señor”. Entonces salió el sol, y la luna y las estrellas desaparecieron. Abraham dijo: “Tú eres más grande; Tú eres mi Señor”. Pero con la llegada de la noche el sol también desapareció y Abraham dijo:

“Mi Señor es Aquel que hace aparecer y desaparecer las cosas generando todas las transformaciones. Mi Señor es Aquel que está detrás de todo cambio”.

Por medio de este proceso, paso a paso, se ve cómo el profeta Abraham pasó de la adoración de los ídolos a la verdadera adoración de Dios, salvando así a su gente de la falsedad. Ciertamente se puede llegar a la Unidad a través de la multiplicidad.

Los nafs –el yo inferior- se hallan siempre en batalla con el alma. Esta batalla continuará durante toda la vida. La cuestión es ¿quién educará a quien? ¿Quién dominará a quién? Si el alma llega a ser el amo, te volverás un creyente, alguien que abraza la Verdad. Mas si es el “yo inferior” el que domina al alma serás uno de los que niega la Verdad.
Se dice que un sheikh nunca debería ser el huésped de un sultán, y que incluso cuando el sheikh visita al sultán, éste es su huésped. Es decir, el sheikh va a enseñar y a beneficiar al sultán, no ha recibir nada de él. Incluso un sheikh tiene que guardarse de las tentaciones del dinero, la fama y el poder.

Hace años, el sultán del Imperio Otomano empezó a venir a las reuniones de nuestra Orden. El sultán estaba asombrado con la sabiduría del Sheikh Jerrahi, así como enamorado de la ceremonia de los derviches.

Después de algunos meses, el sultán le dijo al sheikh: “En mis visitas aquí, usted y sus derviches me han impresionado e inspirado de forma extraordinaria. Quisiera apoyarles en lo que pueda. Por favor, pídame lo que sea”.

Se trataba de una oferta más que apetecible: carta blanca del gobernador de uno de los mayores imperios de la tierra.

El sheikh dijo: “Sí, mi sultán, puede hacer una cosa por mí. Por favor, no vuelva más con nosotros”.

El sultán, extrañado, preguntó: “¿He hecho algo mal? No conozco todas las reglas de la cortesía sufi, y de veras lo siento si lo he ofendido”.

“No, No!” El problema no es usted, sino con mis derviches. Antes de que usted viniera, ellos rezaban y cantaban los Nombres Divinos sólo por el amor de Allah. Ahora, cuando hacen sus oraciones y cantos piensan en usted. Piensan en ganar su aprobación, en su riqueza y en el poder que podrían obtener con ello. No, mi sultán, no es usted sino nosotros. Me temo que no tenemos la suficiente madurez espiritual para soportar su presencia aquí. Por eso es por lo que me veo obligado a pedirle que no vuelva”.
Una vez el sultán iba cabalgando por las calles de Estambul, rodeado de cortesanos y soldados. Todos los habitantes de la ciudad habían salido de sus casas para verle. Al pasar, todo el mundo le hacía una reverencia. Todos menos un derviche arapiento.

El sultán detuvo la procesión e hizo que trajeran al derviche ante él. Exigió saber por qué no se había inclinado como los demás.

El derviche contestó: “Que toda esa gente se incline ante ti significa que todos ellos anhelan lo que tú tienes – dinero, poder, posición social -. Gracias a Dios esas cosas ya no significan nada para mí. Así pues, ¿por qué habría de inclinarme ante ti, si tengo dos esclavos que son tus señores?.

La muchedumbre contuvo la respiración y el sultán se puso blanco de cólera. “¿Qué quieres decir?”, gritó.

“Mis dos esclavos que son tus maestros son la ira y la codicia”, dijo el derviche tranquilamente, mirando al sultán fijamente a los ojos. Dándose cuenta de que lo que había escuchado era cierto, el sultán se inclinó ante el derviche.
Dios ha dicho: “Yo, al que todos los mundos son incapaces de abarcar, puedo caber en el corazón de un creyente”. Realmente Dios no cabe en el corazón humano. Dios no puede ser limitado a ningún lugar. Pero las expresiones de Dios quepan en los corazones de todos los hombres. No “somos” parte de Dios porque Dios es indivisible. La humanidad es Su creación. Dios se expresa en nuestros corazones haciéndonos sus regentes, sus representantes, su ejemplo visible.

Y así, la Misericordia de Allah es expresada a través de los pensamientos y acciones de una persona, la Compasión de Dios a través de otra, la Generosidad de Allah a través de otra.

Está la esencia de Dios y están sus atributos. La esencia es incomprensible para nosotros. Podemos empezar por entender los atributos. De hecho, parte de la educación sufí es comprender esos atributos dentro de uno mismo.

Allah ha dicho: “Mis siervos me encontrarán en la forma en que me vean”. Esto no quiere decir que cuando piensas en Dios como un árbol o una montaña Dios será ese árbol o esa montaña. Pero si piensas en Dios como misericordioso o lleno de amor, o como colérico y vengativo, así es como Le encontrarás.

En el Sufismo es lícito hablar de todos los atributos de Dios.

Finalmente, el sufí llega a al estado de sumisión y entonces deja de hacer preguntas.

Hay electricidad en todas las partes, pero si solamente tienes tres bombillas, todo lo que verás son esas tres bombillas. Tienes que ser consciente de ti mismo. Este es el principio y la vía. Solamente a través del conocimiento de ti mismo, entenderás ciertos atributos.

La conexión con los atributos se logra a través del conocimiento de uno mismo. Exteriormente no encontrarás nada.

Toda la creación es la manifestación de Dios. Pero, al igual que ciertas partes de la tierra reciben más luz que otras, a algunas personas les es dada más luz. Los profetas han recibido el máximo de luz Divina. Además de la cantidad, está la calidad. Está la cuestión de qué atributos se manifiestan. Ciertas personas son manifestaciones de diferentes atributos Divinos. Los profetas manifiestan todos los atributos Divinos. La luna refleja la luz del sol. El sol es la verdad. La luna es cada uno de todos los profetas.

Capítulo 2: El Amor

La esencia de Dios es el amor y el camino Sufí es un camino de amor. Es muy difícil intentar describir el amor con palabras. Es como intentar describir la miel a alguien que nunca la ha probado o que ni siquiera la ha visto.

Amar es ver lo bueno y lo bello en todas las cosas. Es aprender de todo, ver los regalos y la generosidad de Dios en todo. Es estar agradecidos por todas las bondades de Dios.

Este es el primer paso en el camino hacia el amor de Dios: tan sólo una semilla de amor. Con el tiempo la semilla crecerá, se volverá un árbol y dará fruto. Quien pruebe de esta fruta sabrá lo que es el amor verdadero. Y será difícil para aquellos que lo han probado describir su experiencia a los que no lo han hecho.

El amor es un sufrimiento especial. Quienquiera que lo atesore en su corazón conocerá el secreto. Verán que todo es Verdad, que todo conduce a la Verdad y que no existe nada excepto ella. Se verán desbordados por esta comprensión y al fin naufragarán en el mar de la Verdad.

Sea
lo que sea lo que pruebes del amor, cómo lo pruebes y en qué grado, lo cierto es que será tan sólo una ínfima parte del Amor Divino. El amor entre hombre y mujer es también parte del Amor Divino. Pero, a veces, el amado se vuelve un velo entre el amante y la realización del verdadero Amor. Algún día ese velo se romperá y, entonces, el verdadero Amado, la verdadera meta, aparecerá en toda su gloria divina.

Lo que importa es tener este sentimiento de amor en el corazón, de la forma que sea. Y también es importante ser amado. Es más fácil amar que ser el amado. Si has amado alguna vez, ciertamente llegarás al Amado algún día.

Los regalos de Allah a menudo nos llegan de manos de otros seres humanos, por medio de los servidores de Allah. De esta forma al Amor Divino también halla expresión entre los seres humanos.

Los sheikhs son los que poseen el vino y el derviche es el vaso. El Amor es el vino. El sheikh vierte el vino hasta llenar el vaso. Este es el camino corto. El amor también nos puede ser ofrecido por otras manos, pero éste es el camino más corto.

Un día uno de mis derviches me preguntó si el amor de un derviche hacia su sheikh era un ejemoplo de amor mundano. Para entender verdaderamente la relación entre el sheikh y el derviche, no sólo hay que mirar a este mundo, sino también el más allá.

En el Día del Juicio a cada alma se le preguntará por las buenas acciones que ha traído consigo para ganarse la admisión en el Paraíso. En la Balanza Divina todas las buenas obras serán pesadas contra nuestros pecados y errores.

Cuando tu comportamiento en la tierra haya sido medido de esta forma y veas que, como nos ocurrirá a tantos de nosotros, el resultado es insatisfactorio, te volverás hacia tu marido o esposa y les preguntarás si ellos pueden darte alguna buena acción para ayudarte en tu aprieto. Absortos en su propio juicio, dirán: “¿Y qué ocurrirá conmigo? Yo no he hecho lo bastante para merecer el Paraíso. ¿Quién me ayudará a mí?”. Te volverás entonces hacia tu padre y él también dirá: “Necesito ayuda. ¿Quién me socorrerá?”. Al fin le pedirás ayuda a tu madre y ésta, vencida por el asombro del Día del Juicio, también responderá: “Yo misma estoy perdida. ¿Quién me ayudará a mí?”.

Entonces tu sheikh o uno de tus hermanos o hermanas derviches, aparecerá y te dirá: “Toma todas mis buenas obras. Para mí basta con que tú entres en el Paraíso”. Entonces la Divina Compasión y la Divina Justicia intercederán. No permitiendo que tal generosidad quede sin recompensa, el sheikh y el derviche serán conducidos juntos al Paraíso.

Y así es como iremos, si Allah lo quiere: de la mano, cada uno apoyándonos en el otro.

Quizás ninguno de nosotros sea lo verdaderamente digno, pero a causa de aquellos que han ido delante de nosotros y por nuestro amor mutuo, nos conduciremos los unos a los otros al Paraíso.

Así que, respondiendo a la pregunta, no. El amor de un derviche por su sheikh no es un ejemplo de amor mundano.

Uno de los grandes ejemplos de amor es la relación entre el Profeta José (que la paz de Allah sea con él) y Zuleika, la esposa de Putifar. Se dice que José era más radiante y más hermoso que ningún profeta anterior. Zuleika se enamoró de él en cuanto le vió.

Zuleika lo sacrificó todo por su amor a José – dinero, reputación y posición. Estaba tan loca por él que solía regalar sus joyas más preciosas a cualquiera que le hubiera visto y le contase lo que habísa estado haciendo. De esta forma se convirtió en el escándalo de la aristocracia egipcia – una mujer casada, vergonzosamente enamorada del esclavo de su marido.

Hay una profunda verdad en todo esto. Un amor tan poderoso tiene algo de prohibido y hasta algo de ilícito. Te puede llevar más allá de las convenciones y límites de tu sociedad. Te puede llevar a la Verdad.

Cuando
Zuleika escuchó que todas las damas de la sociedad la estaban criticando, decidió devolverles el golpe. Invitó a sus amigas a comer y de postre les sirvió fruta acompañada de afilados cuchillos para pelarla. Entonces ordenó venir a José. Todas las mujeres quedaron tan fascinadas por su belleza que se olvidaron que estaban pelando y se cortaron. Zuleika comentó: “¿Véis?. Y ahora, ¿me culpáis?”.

Años después, sus posiciones en la sociedad se habían invertido. José había llegado a ser amigo del Faraón y su más íntimo consejero, el hombre más poderoso del país. Zuleika había sido repudiada por su marido a causa de su amor escandaloso y se había visto rebajada a ganarse la vida miserablemente, mendigando y realizando trabajos serviles.

Un día José vio a Zuleika en la calle. El vestía una túnica de seda y montaba un hermoso caballo, rodeado de consejeros y de su propia guardia personal. Zuleika estaba envuelta en harapos y su belleza había desaparecido después de las dificultades de los últimos años. José dijo: “Oh Zuleika!, antes, cuándo tú te querías casar conmigo, te tuve que rechazar. Eras la esposa de mi amo. Ahora eres libre y yo ya no soy un esclavo. Si tú quieres, me casaré contigo ahora”.

Zuleika le miró con sus ojos llenos de luz y dijo: “No, José. Mi gran amor por ti no era más que un velo para mí y el Amado. He rasgado ese velo. Ahora que he encontrado al Amado ya no necesito tu amor”.

A través de su gran amor por José, Zuleika encontró lo que todos estamos buscando: la Fuente del Amor.
En Estambul hay una hermosa mezquita llamada la Mezquita Beyazid. Desde que fue construída, los sheikhs y derviches sufís han estado siempre presentes en ella.

El sheilh Jemal Halveti (que la Misericordia de Allah sea con él), uno de los maestros de nuestro camino, fue invitado por el sultán para bendecir la apertura de esta gran mezquita. Los sabios de Estambul, la aristocracia y hasta el mismo sultán estaban allí. La flor y la nata del Imperio Otomano se habían reunido allí ese día.

Cuando el sheikh se levantó para hablar ante ten erudita y sofisticada multitud, un hombre simple se puso de pie de u salto y dio: “Oh, sheikh!, he perdido mi burro. Todos los habitantes de Estambul están aquí. Por favor, pregúnteles si han visto a mi burro”.

El sheikh respondió: “Siéntate. Encontraré a tu burro”. Acto seguido, se dirigió a la muchedumbre: “¿Hay alguien entre vosotros que no sepa que es el amor, que no hay nunca gustado del amor en alguna de sus formas?”. Al principio nadie se movió, pero finalmente, tres hombres se levantaron, uno a uno. El preimer hombre dijo: “Es verdad. Yo realmente, no sé lo que es el amor. Nunca lo he probado. Ni siquiera sé lo que es que el que alguien te guste”. Los otros dos movieron las cabezas en señal de aprobación.

Entonces el sheikh dijo al que había perdido el burro: “Tú has perdido un burro. ¡Aquí te ofrezco tres!”.

Pero hasta un burro ama la hierba fresca y verde. Cuando la gente aprende a amar – con amor real y verdadero – su estado se elevado por encima de el de los ángeles. Cuando no conocemos el amor nuestro estado se torna inferior al de los burros.
Esto me recuerda otra historia de burros.

Un día uno de los apóstoles de Jesús estaba predicando en una pequeña ciudad. La gente le pidió que hiciera un milagro, resucitando a un muerto tal y como lo había hecho Jesús.

Se fueron al cementerio de la ciudad y se detuvieron delante de una tumba. El apóstol rezó a Dios para que le devolviera la vida al muerto. Este se levantó de su tumba, miró a su alrededor y gritó:

“¡Mi burro! ¿Dónde está mi burro?”. En vida, había sido un hombre pobre cuya más querida posesión había sido su burro.

Este animal había sido lo más importante de su existencia.

Lo mismo será en tu caso. Aquello que más te importe determinará lo que te suceda en la resurrección. En el Más Allá te encontrarás junto a aquellos que amas.

Capítulo 3: La educación del derviche

El gran santo sufí Ibrahim Ad’ham (que su alma sea santificada) fue una vez Sultán de Belkh, pero abandonó la realeza de este mundo para convertirse en rey del Más Allá.

Su ejemplo muestra que aunque pensemos que somos nosotros los que buscamos y encontramos, en realidad es Dios el que busca y nosotros simplemente los que respondemos.

En nuestro nivel, a menudo no aceptamos inmediatamente la invitación divina. Esperamos y consideramos.

Ibrahim Ad’ham también tenía sus consideraciones. Quería ser un derviche, consagrar su vida a encontrarse a sí mismo y a Dios pero tenía que renunciar a muchas cosas, entre ellas un reino y la posición de sultán. La invitación estaba allí: Dios estaba preguntando por él. Pero él ni estaba preparado para decir: “Aquí estoy, Señor”. Pues esto es todo lo que hay que decir: “Aquí estoy; ante Ti, a tus órdenes”.

El recuerdo de Allah (dhikr) es uno de los fundamentos de las práctica sufíes. Recordar es simplemente decir: “Aquí estoy. Yo soy”. En aquel momento Ibrahim Ad’ham era aún incapaz de recordar. Pero Dios le llamaba.

Una noche, cuando el sultán estaba durmiendo en su cama de plumas, cubierto con sábanas de seda y las más finas mantas, surgió en su corazón un sentimiento: “Debo irme; tengo que dejar todo esto; tengo que hacerlo”. De pronto se oyeron ruidos extraños en el tejado del palacio. Abriendo la ventana, Ad’ham gritó: “¿Quién está ahí arriba? ¿Qué estáis haciendo ahí?”. Una voz respondió: “Estamos arando el campo”. “Pero, ¿qué respuesta es esa? ¿Cómo váis a arar un campo en el tejado del palacio?, dijo el sultán”. De nuevo se escuchó la voz: “Bueno, si crees que puedes encontrar a Dios en la cama, debajo de tus sábanas de seda, ¿por qué no vamos a poder arar sobre el tejado del palacio?”.

Uno tiene que hacer ciertos esfuerzos y soportar ciertas penalidades. Dios está más cerca de ti que tú lo estás de ti mismo. El ha dicho: “Hay setenta mil velos entre tú y Yo, pero no hay ni uno solo entre Yo y tú”.

Si no piensas en Dios de esta manera, puedes buscar por todo el Universo sin encontrarle nunca. Recuerda al astronauta ruso que, tras buscar al Creador desde su nave espacial, dijo: “No he visto a Dios allá arriba”.

Tienes que encontrar a Dios en ti mismo.

Algo que está tan cerca de ti es difícil de ver. Está demasiado cerca. Y lo mismo ocurre con lo que se halla demasiado lejos: tampoco puede verse. Un día, varios peces pequeños se acercaron a un pez grande y le dijeron: “Hemos oído que hay un océano en algún sitio. ¿Nos lo podrías mostrar?” El pez grande les contestó: “Para eso tendríais que salir de él”.

¿Tienes entonces que salir de la Verdad para ser capaz de verla? La respuesta es no. Ocurre que no existe nada excepto la Verdad, así que de la misma forma que el pez no puede salir del agua para ver el agua, tampoco nosotros podemos salir de la Verdad.

Allah
dice: estoy más cerca de ti que tu vena yugular.

En efecto, El está dentro y fuera de ti, envolviéndote completamente. Todo lo que hay a tu alrededor es Dios. Eres como un pez en el mar. Así que no puedes ver a Dios, a no ser que Dios quiera hacerse visible. Y en ese caso Le conocerás de una forma diferente a la de cualquier otra persona, de tal manera que nunca serás capaz de comunicarle plenamente tu experiencia a otro.

Dios Altísimo, que no cabe ni en todos los mundos ni en todos los cielos, ha encontrado un lugar en el corazón del creyente. La experiencia de Dios viene de tu corazón. Dios se te aparecerá de acuerdo con tu potencial, de acuerdo a tu capacidad. Y ésta es diferente para cada uno de nosotros.

En otra ocasión, Ibrahim Ad’ham se fue a comer al campo.

Cuando se le hubo servido la comida, una urraca se precipitó sobre ella y se llevó el pan. El sultán ordenó a sus hombres que siguieran a la urraca, así que éstos subieron a sus caballos y persiguieron a la ladrona hasta llegar a la altura de un hombre que estaba atado a un árbol. Entonces, asombrados, los jinetes vieron como la urraca le ponía al hombre el pan en la boca.

Cuando le contaron al sultán lo ocurrido, éste fue donde el hombre se hallaba atado y le preguntó: “¿Quién es usted? ¿Qué le ha pasado?”. El hombre contestó: “Soy un mercader y los bandidos me han robado todo lo que tenía. He estado aquí durante varias semanas. Todos los días este pájaro negro me ha estado trayendo comida y me la ha puesto en la boca. Cuando tengo sed, aparece una pequeña nube y llueve justo encima de mí”.

Como dijo Jesús (que la paz de Allah sea con él, mira a los pájaros. Cada día salen por la mañana y Dios les da de comer y de beber hasta que por la noche, regresan a sus hogares. No hacen nada para ganarse el sustento. De esta forma demostró a Ibrahim Ad’ham que no necesitaba permanecer atado a su sultanato. Dios lo sostendría.

Jesús renunció al mundo. Se divorció completamente de él. Al final, todo lo que poseía eran dos cosas: un peine, que usaba para arreglarse la barba, y una copa, que usaba para beber.

Un día vio un viejo que estaba peinándose la barba con la mano, así que se deshizo del peine. Luego, vio a otro hombre que, estaba bebiendo agua con sus manos, así que le dio la copa.

Mientras que no te divorcies del mundo y de lo mundanal, no encontrarás a Dios. Pero hay que tener cuidado. Jesús es un arquetipo de esa completa renuncia al mundo material. Pero por otro lado se halla, por ejemplo, el gran profeta y rey Salomón (que la paz de Allah sea con él), el hombre más rico y poderoso tanto de este mundo como del otro. El profeta Salomón era el rey de los hombres, los jinns, los animales y los elementos. El mundo se vuelve un velo entre tú y Dios si tu corazón está apegado a tus posesiones, pero si tienes todo lo que se puede desear y puedes prescindir de ello, entonces va todo bien. Por otro lado, si tienes sólo una cabeza de pescado y estás apegado a ella, lo cierto es que permaneces apegado a este mundo.

Es un problema de divorcio del corazón. No es necesaria la pobreza material.

Ibn Arabi (que su alma sea santificada), considerado el “Sheikh más grande” (Sheikh al -Akbar) del Sufismo, conoció a un pescador devoto y ascético en sus viajes por Túnez. El pescador vivía en una choza de barro. Todos los días salía con su barco a pescar y distribuía toda la captura entre los pobres. Tan sólo se guardaba para él una cabeza de pescado, que cocinaba para la cena.

El pescador se hizo derviche de Ibn Arabi, y al final también él llegó a ser sheikh. Cuando uno de sus derviches se disponía a salir de viaje para España, el pescador le pidió que visitara a Ibn Arabi y le rogase que le enviara algún consejo espiritual, pues sentía que no había hecho ningún progreso desde hacía muchos años.

Cuando el derviche llegó a la ciudad de Ibn Arabi, preguntó dónde podía encontrar al gran sheikh sufí. Los lugareños le indicaron una mansión suntuosa encima de una colina y le dijeron que ésa era la casa del sheikh. Al derviche le sorprendió lo mundanal que debía ser Ibn Arabi, especialmente en comparación con su querido sheikh, un simple pescador.

De mala gana se puso en marcha hacia la mansión. El camino estaba bordeado por campos de cultivo, hermosos huertos, y rebaños de ovejas, cabras y vacas. Cada vez que preguntaba, le decían que los campos, los huertos y los animales pertenecían a Ibn Arabi. El derviche se preguntaba como un sheikh podía ser tan materialista.

Cuando llegó a la mansión, al discípulo se le confirmaron sus temores. Aquí había más riquezas y lujo de lo que el más atrevido podía soñar. Lo muros eran de mármol con taracea. Los suelos estaban cubiertos de lujosas alfombras. Los sirvientes llevaban vestidos de seda. Sus ropajes eran más finos que los de los hombres y mujeres más ricos del pueblo del derviche. Cuando éste preguntó por Ibn Arabi, le dijeron que el maestro estaba visitando al Califa y que estaría de vuelta al poco rato. Después de una corta espera, el discípulo vio un cortejo que avanzaba hacia la casa. Primero llegó la guardia de honor de los soldados del Califa, con armaduras y armas relucientes, montados en hermosos caballos árabes. Entonces llegó Ibn Arabi, vestido con magníficas ropas de seda y un turbante digno de un Sultán.

Cuando llevaron al derviche a ver a Ibn Arabi, hermosos sirvientes le trajeron café y pasteles. El derviche le transmitió el mensaje de su sheikh y reaccionó con sombre e indignación, cuando Ibn Arabi le dijo: “Dile a tu maestro que su problema es que está demasiado apegado al mundo”.

Cuando el derviche volvió a su casa, su sheikh le preguntó ansiosamente si había visitado al maestro. De mala gana el derviche admitió que sí. “Y bien, ¿te ha dado algún consejo para mí?”.

El derviche intentó evitar repetir los comentarios de Ibn Arabi, que resultaban totalmente incongruentes considerando la opulencia de éste y el ascetismo de su sheikh. Además temía que su maestro pudiera ofenderse. Pero el pescador siguió insistiendo y al final el derviche tuvo que contarle lo que Ibn Arabi le había dicho.

El pescador se puso a llorar. Su discípulo, atónito, preguntó cómo Ibn Arabi, viviendo en medio de semejante lujo, se atrevía a decirle que estaba demasiado apegado al mundo. “Tiene razón”, dijo el sheikh. “A él verdaderamente no le importa nada de lo que tiene, pero cada noche, cuando yo me como mi cabeza de pescado, desearía que fuese un pescado entero”.
Cada profeta tiene una misión específica que cumplir. El papel de Jesucristo fue el de exhibir la ausencia de posesiones y preocupaciones mundanales.

Las palabras y acciones de los profetas y amados de Allah, no son las suyas. Ellos ya no tienen voluntad propia, sino que expresan la voluntad de Allah. Incluso santos menores llegan a un estado similar. Lo que ven lo ven por los ojos de Allah; lo que oyen lo oyen con los oídos de Allah: lo que dicen lo dicen con la lengua de Allah. Andan con los pies de Allah y toman las cosas con Sus manos.

Así es como Jesús no tenía voluntad propia. El fue la expresión de la voluntad divina para una función y un propósito específicos. Y esto es posible incluso para personas corrientes – bueno, no tan corrientes – que aman a Dios y son amados por El.

En el caso de Salomón, la voluntad divina se manifestó con la propiedad y el poder. Jesús llegó a ser el Sultán del corazón y el espíritu, mientras que Salomón combinó el gobierno mundano y el espiritual.

Si eres un Sultán de este mundo, la gente no estará contenta o de acuerdo con tu gobierno. Es muy difícil. Moisés (la paz de Dios sea con él) se quejó ante Dios: “Estoy intentando trabajar para Ti, pero todos hablan en mi contra”. Dios respondió: “Moisés, tú sólo eres carne y sangre. Yo soy su Creador y su Sustento: ¡Y ellos también hablan en contra de Mí!

Por eso Dios permanece escondido, por lo menos para la mayoría de nosotros. (¡Algunos de nosotros todavía vemos a Dios hoy en día!) ¿Puedes imaginar lo que ocurriría si Dios fuese visible como lo eran los profetas? Iríamos corriendo a El, gritando:

“¡Mira, yo no tengo hijos! ¡No tengo dinero suficiente! ¡He perdido mi trabajo!”. Otros dirían: “¡No estoy contento con tu justicia!”. Por eso Dios está oculto: para encontrar paz y seguridad.

Al menos se ha ocultado de los que se quejan.

Volviendo a nuestra historia…la voluntad humana es muy limitada. No te engañes a ti mismo diciendo que tú estás buscando y que tú encontrarás. Ibrahim Ad’ham fue llamado por la Verdad, pero tuvo que aprender del hombre que araba sobre el tejado de su palacio y de la urraca que daba de comer al prisionero. Mas no lo olvides: tienes que ver esos signos. Mirar no basta: tienes que ver. Escuchar no basta: tienes que aprender.

Finalmente, un día Ibrahim Ad’ham salió de su palacio y se fue al campo. Encontró a un pastor con la ropa desgarrada. En su exterior sólo había harapos, pero el pastor había encontrado a Dios en la soledad del campo. Su interior se había vuelto rico y hermoso. Aunque el sultán vestía seda, su interior estaba desgarrado, porque no había encontrado la Verdad. Ibrahim Ad’ham le pidió al pastor que le cambiara ropa y así lo hicieron.

El sultán le volvió la espalda al mundo. Su reino, riquezas y poder, su ropa y su rango, eran el velo entre él y Dios. Así que los arrancó de cuajo y los tiró. Pero, para poder dejarlas, tuvo primero que tener esas cosas.

Entonces se fue adónde se le ordenó.

Ibrahim Ad’ham fue llevado a un Sultán de la Verdad, su sheikh, su maestro. A las órdenes de su maestro, Ibrahim Ad’ham le dio la tarea de vagar por el mundo, para que viera de dónde había venido.

En este tipo de entrenamiento, uno lee un libro por primera vez y entiende ciertas cosas. Luego lo lee otra vez y entiende algo más.

Lo lee por tercera vez y encuentra todavía más. El sheikh envió a Ibrahim Ad’ham a leer el libro de su vida anterior para poder entenderlo desde un nivel más alto.

El libro más grande es este mundo, esta vida. Léelo y vuelve a leerlo. Tu pasado es la mayor parte de ese libro. Al volver a leerlo, lo encontrarás cambiado y te encontrarás a ti mismo. Es un libro enorme, que llega desde esta tierra hasta el rincón más alejado de los cielos.

Ibrahim Ad’ham volvió a Belkh una tarde fría de invierno. Hizo su oración nocturna en la Gran Mezquita que él mismo había construído cuando era sultán.

La noche es muy importante para el buscador. El tiempo de la oración nocturna es una hora, más o menos después de la puesta del sol, y continúa hasta una o dos horas y media más tarde.

Después de terminar sus devociones para con Dios, algunas personas se van a sus casas para estar con sus seres queridos y les miran a los ojos y les acarician el pelo. También esto es devoción: amar a la esposa y a los niños. Además, los grandes santos y profetas a menudo se dedicaban a la oración y a la devoción nocturnas.

Cada noche, después de hacer la última oración, Ibrahim Ad’ham no tenía adónde ir. Entonces se dijo a sí mismo: “Esta es la casa de Dios; la construí para que estuviera abierta para todo el mundo. Encontraré un rincón para sentarme, meditar y descansar”.

Recientemente, un ladrón había robado una alfombra de la mezquita. Así que cuando el guardia encontró al ex-sultán, ahora derviche, dijo: “Ah! Tú eres el ladrón de alfombras y te escondes aquí para robar más!”. Inmediatamente agarró a Ibrahim Ad’ham por los pies y lo arrastró escaleras abajo, sobre los cien escalones de la mezquita. La cabeza de Ibrahim golpeó todos y cada uno de ellos, pero, a lo largo de todo el recorrido, y con cada dolor, su corazón daba gracias a Dios. Cuando llegó al final de la escalera, se dijo a sí mismo:

“¡Ojalá hubiera mandado construir más escalones!”.

Por su sumisión a la Voluntad Divina, y por cada momento de sufrimiento, su nivel espiritual se elevó. Ibrahim Ad’ham había dejado atrás las penas de este mundo, porque había abandonado este mundo. Pero tienes que sufrir esas penas para que tu nivel espiritual se eleve.

Todas las escrituras dicen que hemos sido traídos a este mundo para ser probados. Esta idea puede hallarse en la tradición de Moisés, en la tradición de Jesús y en la tradición de Muhammad.

Pero, ¿cuál es la prueba?. Un profesor prueba a sus estudiantes para determinar su capacidad y el nivel de sus conocimientos. Más, ¿esto no lo sabe Dios? Dios conoce con claridad nuestras capacidades, nuestro conocimiento y nuestro nivel de conciencia. La razón de la prueba de Dios es hacer que nosotros conozcamos. Estas pruebas nos enseñan dónde estamos y permiten que otros sepan dónde se hallan ellos.

Aquellos que pasan por las peores pruebas son los amados de Dios: los profetas, los santos y los maestros. Ellos son símbolos visibles de la humanidad, y su tarea es enseñarnos a los demás nuestro propósito en la tierra.

Al final, Ibrahim Ad’ham había superado todas las pruebas que su maestro le había puesto y había vuelto a la ciudad en dónde éste vivía. Antes de que llegase, el sheikh habló con los otros derviches. Los sheikhs saben cuándo y cómo las cosas van y vienen, dentro y fuera de ellos.

El sheikh les dijo a todos los derviches que se fueran a la puerta de la ciudad. “Cuando veáis a Ibrahim Ad’ham, no lo dejéis entrar: pegadle, pisadle, escupidle, golpeadle sin tregua”. Así que cuando Ibrahim alcanzó la puerta principal de la ciudad, sus hermanos empezaron a maltratarlo cruelmente. Se fue a otra puerta y sus hermanos le atacaron y vapulearon. Entonces Ibrahim Ad’ham dijo: “Mirad, no importa lo que hagáis; podéis derramar mi sangre e intentar matarme, pero nadie va a impedir que llegue hasta mi sheikh”.

Cuando finalmente consiguió pasar por las puertas, todos los derviches continuaron pisándole los talones hasta que llegó a la casa del sheikh. Los derviches seguían dándole puñetazos y pateándole, pero Ibrahim Ad’ham no decía nada. Simplemente seguía avanzando hacia su sheikh. Entonces, un derviche muy joven le dio una patada tan fuerte que le arrancó la piel del talón. Volviéndose tranquilamente, Ibrahim le dijo: “¿Por qué me hacéis estas cosas? ¿No sabéis que soy vuestro hermano? Yo también soy derviche. ¿O es que todavía me tomáis por el sultán de Belkh?”.

Cuando los derviches le contaron esto al sheikh, éste comentó:

“¿Véis? Todavía no ha llegado al nivel más alto. Aún no ha olvidado lo que una vez fue. El sabor del sultanato, el sabor del poder del rey todavía perdura en el paladar de su mente y su memoria”.
Durante muchos años Ibrahim Ad’ham siguió viajando, mendigando para comer, aprendiendo del mundo y predicando con el ejemplo.

Una vez encontró a un hombre que quería darle algún dinero.

Irahim respondió: “Si es usted rico, aceptaré su oferta; si es pobre no”. El hombre respondió que, en verdad, era inmensamente rico.

“¿Cuánto dinero tiene usted exactamente?”

“Tengo cinco mil monedas de oro”.

“¿Y querría tener diez mil?”.

“¡Sí, por supuesto!”.

“¿Y preferiría veinte mil?”.

“¡Sería maravilloso!”.

“¡Usted no es rico en absoluto! En realidad, necesita ese dinero más que yo. Yo estoy satisfecho con lo que Dios me da. Me sería imposible aceptar algo de parte de alguien que siempre está anhelando más”.
Un día Ibrahim Ad’ham intentó entrar en un baño público. El encargado del baño le detuvo y le pidió el dinero de la entrada. El, bajó la cabeza y admitió que no tenía dinero.

El encargado contestó: “Si no tiene dinero, no puede entrar al baño”.

Ibrahim Ad’ham gritó y cayó al suelo, llorando amargamente.

Algunos transeúntes se pararon para tratar de consolarle. Uno incluso le ofreció dinero para entrar al baño público.

Ibrahim dijo: “No lloro porque no me hayan dejado entrar en el baño. Cuando el encargado del baño me pidió el dinero de la entrada, me acordé de algo que me ha hecho llorar. Si en este mundo no se me permite entrar al baño a menos que pague, ¿qué esperanzas tengo de que se me permita entrar al Paraíso? ¿Qué me ocurrirá cuando me pregunten: qué buenas obras traes contigo? ¿Qué has hecho para que merezcas entrar al Paraíso?.

De la misma forma en que se me impidió entrar al baño por no poder pagar, ciertamente se me impedirá entrar al Paraíso si no tengo buenas obras en mi haber. Por eso lloro y me lamento”.

Al reflexionar sobre sus propias vidas y obras, todos los que estaban presentes se echaron a llorar con Ibrahim.

Cuando Ibrahim Ad’ham visitó la ciudad de Basora, los lugareños le preguntaron: “Aunque Dios dice: llámame y responderé a tus oraciones, nuestras oraciones nunca son respondidas”.

Ibrahim contestó: “Vuestros corazones están muertos por causa de diez malas cualidades. Dios no acepta las oraciones de aquellos cuyos corazones están muertos”.

Entonces el santo enumeró los diez defectos:

1. Pretendéis reconocer a Dios, pero no Le dais lo que es debido. Intentad devolver lo que debéis a Dios, ayudando a los pobres y a los necesitados.

2. Leéis el Sagrado Corán pero no observáis sus enseñanzas. Practicad lo que leéis.

3. Proclamáis que Satanás es vuestro enemigo, pero le obedecéis. Negaos a seguir sus sugerencias.

4. Os llamáis a vosotros mismos miembros de la comunidad de Muhammad (saws), pero ni siquiera tratáis de seguir el ejemplo del Profeta.

5. Decís que deseáis entrar en el Paraíso, pero dejáis de llevar a cabo las obras, que sabéis, hacen falta para ganar la admisión.

6. Deseáis ser salvados del Fuego, pero continuamente os arrojáis a Él, empujados por vuestros pecados y malas obras.

7. Sabéis que la muerte nos llega a todos, pero no os habéis preparado para ella.

8. Veis todas las faltas de vuestros hermanos y hermanas de religión, pero no acertáis a ver vuestras propias faltas.

9. Consumís todo lo que habéis recibido de vuestro Señor sin dar las gracias y sin mostrar vuestra gratitud dando de comer al prójimo.

10. Enterráis a vuestros muertos sin aprender la gran lección de que el mismo fin os llegará a todos.

Los profetas y los santos son como espejos; igual que el espejo nos muestra la suciedad de nuestros semblantes, así los hombres y mujeres santos nos muestran nuestras faltas.

Un viejo refrán dice: “Límpiate la cara en lugar de culpar al espejo”. Pero la mayoría de nosotros preferimos romper el espejo antes de abandonar nuestras malas costumbres.

Las enseñanzas de Ibrahim Ad’ham tenían la virtud de abrir los ojos de los oyentes. También son válidas para nosotros hoy, y para todos los creyentes hasta el Día de la Resurrección.

Capítulo 4: La Fe

En los primeros años del Islam, mucha gente reflexiva cuyos antepasados habían sido adoradores de ídolos o del fuego, llegaron a cuestionar las prácticas de sus antepasados. Así ocurrió con dos hermanos que adoraban al fuego. Uno de ellos sugirió que pusieran las manos en él; si se quemaban, deberían dejar de adorarle y convertirse al Islam. Así que rezaron al fuego, pidiéndole al dios de sus antepasados que no les quemase. Pero la llama los abrasó.

Uno de ellos decidió investigar el Islam, pero el otro, volviéndose atrás, dijo que no estaba dispuesto a abandonar la religión de su cultura y sus antepasados.

Al día siguiente, el primer hermano decidió visitar una mezquita cercana, quedando sumamente impresionado al ver como todos rezaban juntos, sin ninguna distinción de clase o casta.

Los esclavos se situaban al lado de hombres poderosos e influyentes; ricos y pobres estaban entremezclados.

El corazón del adorador del fuego quedó conmovido por la verdad reflejada en la Escritura, así como por las reflexiones del maestro acerca de Dios.

Al finalizar las oraciones, se levantó y expresó su deseo de convertirse al Islam. Su sinceridad emocionó y llenó de alegría a la congregación allí presente. Como obviamente se trataba de un hombre pobre, algunos de los creyentes más ricos se ofrecieron a prestarle dinero o a darle un trabajo. Pero él rechazó todas las ofertas de ayuda, diciendo que si Dios le había asistido incluso cuando era un incrédulo, ahora que había hallado la fe sin duda podía continuar confiando en el Señor.

Cuando nuestro hombre llegó a su casa y le contó a su mujer todo lo que había ocurrido, ésta alborozada, también accedió a abrazar el Islam.

Más tarde, decidió salir a buscar empleo. Se ganaba la vida como arriero, pero nadie parecía tener trabajo para él. Al mediodía, acudió otra vez a la mezquita para rezar y de nuevo rechazó la ayuda ofrecida por sus compañeros creyentes. Rogó a Dios que le concediera provisión para él y su familia.

Pero aquella tarde siguió sin poder encontrar trabajo. Al regresar a casa, y para no desilusionar a su mujer e hijos, les dijo que había encontrado empleo con un patrón maravilloso, pero que éste se había marchado muy pronto y se había olvidado de pagarle. Aquella noche cenaron exiguamente con restos de comida que hallaron en la casa.

El segundo día transcurrió igual que el primero. No podía encontrar trabajo por mucho que se esforzaba. A cada una de las horas de la oración, iba a la mezquita y le pedía a Dios que proveyese el sustento de su familia. Esa noche, en el camino a su casa, recogió algunas obras que había fuera de una posada y las llevó a su casa para aliviar el hambre de su mujer y sus hijos. Volvió a decirles que su jefe se había olvidado de pagarle.

Al tercer día aún no había señal de trabajo. Nuestro hombre veía esta situación como una prueba para su fe, decidió no hacer más que rezar y siguió en la búsqueda del empleo.

Aquélla tarde, un joven radiantemente hermoso llegó a su casa y le entregó a su esposa una bolsa llena de monedas de oro. Le dijo: “Dile a tu marido que su nuevo jefe está muy complacido con él”. Al abrir la bolsa, la mujer exclamó: “¡Oh, qué jefe tan bueno y generoso!”.

No había visto nunca una moneda de oro en su vida y ahora, de pronto, tenían allí dinero suficiente para el resto de su existencia.

La mujer llevó una moneda al cambista, Tras comprobarla, éste preguntó de dónde la había sacado. Ella le respondió que nunca había oro de semejante pureza y que no imaginaba de donde había salido.

El marido fue incapaz de encontrar trabajo en todo el día.

Cansado, triste y hambriento, decidió volver al hogar. Estaba muy preocupado por lo desanimada que estaría su familia.

En el camino a su casa se detuvo y llenó dos paños grandes, uno de arena y el otro de piedras. “Por los menos, mis vecinos, todos los cuales ya han oído de mi nueva fe no hablarán de que he vuelto a casa con las manos vacías durante tres días seguidos”, se dijo.

Cuando llegó a su casa, vio velas encendidas en todas las ventanas y un fuerte aroma a carne asada que salía de la misma. Abrió la puerta de golpe y encontró a su mujer e hijos vestidos con las mejores ropas y, más allá, varias ollas con comida hirviendo en el fuego. Perturbado, preguntó a su mujer: “¿Has pedido dinero prestado a alguien? ¿De dónde has sacado toda esa comida y esas velas?”.

Contenta, la mujer le contó que había venido un mensajero de parte de su nuevo jefe y le había dado una bolsa de monedas de oro puro. El hombre dejó caer los dos bultos detrás de la puerta y abrazó a su alborozada familia. Entonces la mujer le reprendió por tirar la comida al suelo. El se volvió y vió que la arena se había convertido en harina finísima y las piedras en pan recién horneado.

Todos somos mantenidos por Dios. También a nosotros se nos paga, solo que rara vez nos damos cuenta y somos agradecidos.

Superficialmente, parece que la ciencia y el materialismo se han vuelto obstáculos para la fe en este mundo moderno. Sin embargo, hay que tener cuidado en distinguir dos tipos de fe.

Hay una fe ciega, donde uno simplemente dice: “Yo tengo fe; yo creo en Dios”. Y también hay una fe real, la cual no es solamente una creencia. Es fe que se expresa en la acción.

Aunque no digas “Yo creo”, tus obras expresarán tu fe. Incluso hay personas que niegan su fe con su boca, pero no con sus acciones. Son creyentes por medio de su ciencia y su arte, aunque luego digan: “Yo no creo”.

Personas como éstas muestran su fe con sus acciones, en su manera de vivir, en sus descubrimientos creativos. Superficialmente parecen agnósticos, pero en realidad son gente de fe.

Si este tipo de fe es aceptable a Dios o no, no lo podemos decir. ¿Quién sabe? Solamente Dios lo sabe. Ciertamente yo no he hablado con Dios acerca de si nuestra fe o la fe de aquellos que dudan serán aceptadas por El.

Algunas personas sostienen que estos son tiempos difíciles para la humanidad, pero yo no lo creo. Quizás alguna gente es mala, pero los tiempos no lo son. La luna, el sol y las estrellas no han fallado en sus deberes. Las estaciones aparecen y desaparecen igual que siempre lo han hecho.

Los hombres y las mujeres reales no cambian. Al final se encuentran a sí mismos y se vuelven hacia Dios. Por hombres y mujeres reales, entiendo aquellos seres verdaderamente humanos. No animales con apariencia humana.

He visto a muchos que parecían pecadores y gente malvada, que acabaron por convertirse en maravillosos ejemplos de seres humanos reales. Alguna vez habrás visto a los domadores de los circos, dedicados a educar elefantes, tigres y leones. Cada uno de nosotros tiene un tesoro escondido dentro de sí.

Cuando lo encuentres – y al fin y al cabo, tú no eres ni un tigre, ni un león, ni un elefante – te convertirás en un verdadero ser humano.

Podríamos rezar para que el número de maestros aumentase, para que las personas se convirtiesen en sus propios maestros y encontrasen ese tesoro en ellos mismos. Cuando alguien está pensando en realizar un acto malo o tratando de llevarlo a cabo y se da cuenta de que alguien lo ve, la mala intención desaparece.

¿Por qué Dios nos ha mandado maestros y profetas desde el alba misma de la humanidad? Si ese tesoro, ese potencial, no se hallase en nosotros, ¿por qué se iba a molestar Dios en enviar profetas y maestros para ayudarnos a encontrarlo?

Mientras nuestros labios pronuncien la palabra Dios, el Ultimo Día no llegará. ¿Qué significa esto? Mientras haya una sola persona que crea en Dios y pronuncie los nombres divinos, el Ultimo Día no llegará. Pero no se trata de decir “Dios” como se dice “Hola”.

Aquellos que dicen Dios deben saber que la humanidad es divina. Todos somos divinos porque pertenecemos a Dios. No somos ni el antes ni el después. Somos parte de la Verdad.

Cuando
olvidemos esto, cuando este recuerdo se haya borrado de nuestras cabezas, entonces correremos peligro. Pero esto no ha ocurrido.

Hoy, en la faz de la tierra, ¿hay más hombres y mujeres que creen en Dios o hay más que no creen? Dios quiere que le encontremos, que le conozcamos. Y el diablo quiere que olvidemos y perdamos a Dios. ¿Quiénes son mayoría, los seguidores de Dios o los seguidores del diablo?.

Si decimos que hay más seguidores del Diablo, esto significa que el Diablo tiene más poder que Dios. Con este criterio, es posible ver que los creyentes tienen que hallarse en mayoría. Hay muchos que creen que niegan a Dios, o la existencia de Dios, pero que actúan como creyentes.

En los países materialistas hay muchos que esconden su fe. En los países democráticos creemos que somos libres de expresar nuestra fe. Pero en países en manos de la tiranía, a pesar de la opresión, muchos creyentes se ven obligados a ocultarla.

Vean, por ejemplo, en Turkestán, en Rusia. Hay un ritual islámico que consiste en matar un cordero en conmemoración del día en que Abraham sacrificó un carnero en lugar de su hijo. Pero, bajo el régimen comunista, a la gente se le está prohibido celebrar este rito. Y al hacerlo, están arriesgando sus vidas. Aunque robar es pecado, ellos roban para cumplir con su deber religioso.

En Vietnam, como por ejemplo, puede que recuerdes como muchos sacerdotes budistas se quemaron echándose gasolina por encima. Obviamente, esto no es algo que sea agradable escuchar, o ver, o sentir. Pero fíjate en la magnitud de su fe. Aquellos sacerdotes estaban dispuestos a purificarse, a sacrificarse a sí mismos de aquélla manera tan terriblemente dolorosa.

Cometer suicidio es verdaderamente algo muy feo, pero aquellos budistas lo hacían por su fe.

En nuestro tiempo, la mayoría de las personas son creyentes. Y de cualquier manera, el futuro es para los creyentes. Estos son los que actúan, a los que se les permite actuar. Hay un Dios, un Creador.

Los creyentes son aquellos que son capaces de obrar, de llevar a cabo, de funcionar.

Capítulo 5: Autoconocimiento

Dios dice: “Aquellos que purifican sus nafs hallarán la salvación”. Los nafs no son una cosa. El término, en árabe, está relacionado con las palabras “aliento”, “alma”, “esencia”, “yo” y naturaleza. Se refiere a un proceso que nace de la interacción del cuerpo y el alma. El cuerpo está compuesto de “arcilla”, una combinación de elementos materiales. El alma viene de Dios y presenta siete aspectos o niveles: el alma mineral, el alma vegetal, el alma animal, el alma humana, el alma angélica, el alma del secreto y el alma del secreto de los secretos.

Hay ciertos elementos del alma que pueden mejorarse. La medicina para lograrlo se encuentra en las sagradas escrituras y en las enseñanzas de los profetas y los santos.

¿Cómo puede el alma tener cualidades negativas o indeseables, cuando no procede de esta tierra, sino del plano del Trono de Dios?.

El alma se convierte en una exiliada cuando entra en el cuerpo. Este es para ella una prisión. Nuestros cuerpos contienen diversos órganos e instrumentos de acción – como, por ejemplo, nuestros órganos sexuales – pero carecen del poder psíquico para realizar y satisfacer nuestras necesidades físicas. El alma contiene la fuerza, pero no los medios de acción.

Cuando el alma hace un mal uso de estos instrumentos corporales, entonces podemos hablar de cualidades indeseables en ella. Dios no ha creado nada que sea malo en sí. Es nuestro mal uso de las cosas lo que las convierte en malas. Por ejemplo, el deseo sexual es normal y necesario para propagar la especie. Así mismo, proporciona un modo de expresar amor entre marido y mujer. Sin embargo, cuando este deseo natural se convierte en lujuria, puede conducir a todo tipo de males.

Así que ¿quién es el responsable de nuestras malas acciones, el cuerpo o el alma?. Se dice que en el día del Juicio el cuerpo culpará al alma, diciendo: “Yo no tenía poder para actuar”. A lo que se le contestará con la parábola del ciego robusto que transporta un tullido a sus espaldas. El tullido posee ojos y buen juicio, y dirige los movimientos de su portador ciego. Entonces, ¿quién es el culpable? La respuesta es ambos.

Los nafs no son malos en sí. Nunca los culpes. Parte del trabajo del Sufismo consiste en cambiar el estado de tus nafs. El nivel más bajo es el de hallarte completamente dominado por tus impulsos y deseos. El siguiente estado es el de luchar contigo mismo, tratando de actuar conforme a los dictados de la razón y de los ideales, criticándote siempre que yerras. Un nivel mucho más alto consiste en sentirte satisfecho con lo que Dios quiera darte, sea comodidad o incomodidad, satisfacción de las necesidades físicas o no.

Todos estos niveles del nafs son parte de la creación y se hallan encarcelados en el cuerpo, desterrados de su verdadera patria.

El nivel más alto del alma, el alma pura, no es parte de la creación. Es un aspecto del Atributo Divino Al-Haj, el Siempre Vivinete, y no puede ser localizado ni dentro ni fuera del cuerpo. Los restantes niveles están situados dentro del cuerpo, pero el alma pura es parte del Infinito, y como tal, no puede ser contenida ni por la creación entera. Es una manifestación directa del Siempre Viviente.

Los nafs contienen las disposiciones o cualidades del alma encarnada.

Dios ha dicho: “Hemos infundido en Adán Nuestro propio aliento”. Este es el alma que se mantiene encerrada en el cuerpo hasta que en la muerte, escuchamos las palabras: “Retorna a tu Señor”. Los niveles más bajos del alma permanecen en el cuerpo. No quieren partir con la muerte. Se rebelan por causa de su apego a lo corpóreo.

¿Qué ocurre con el alma de los grandes profetas y santos? En realidad, ellos son distintos del resto de nosotros. Son más puros. Los elementos terrestres, materiales, de estos grandes individuos proceden de los lugares más sagrados de la tierra. Sus cuerpos son puros, y, al entrar en ellos, el alma no queda manchada en absoluto.

Hay una frase célebre que dice: “El que se conoce a sí mismo (literalmente, el que conoce a sus nafs) conoce a su Señor”. Laten aquí dos significados. El primero es que podemos llegar a conocer nuestras necesidades, deseos y debilidades, a la vez que percibimos la existencia de un poder majestuoso. Entonces comprendemos que precisamos de un protector, alguien que nos alimente, nos vista y nos dé cobijo en este mundo. El segundo es una explicación mística. Dios ha dicho: “Estoy más cerca de ti que tu vena yugular”. Al conocernos a nosotros mismos descubriremos esta profunda conexión con el Señor. Y siguiendo este hilo podemos llegar a Dios.

El camino de vuelta a Dios tan sólo puede ser recorrido por aquellos que viven de acuerdo con los mandamientos divinos. Los que no lo nacen, los que prefieren seguir al Diablo, serán apartados.

Existe algo que nos une con Dios. Hay millones de bombillas, pero – aunque Dios está por encima de cualquier símil – sólo una cosa es llamada electricidad. Cada bombilla es diferente. Algunas tienen 10 voltios y otras 100, pero la energía con la que se alimentan es la misma. O pensemos en un racimo de uvas, que se pudren pronto una vez que las recogemos, pero viven si se las deja en la viña. ¡Sí!, hay algo que le llega a cada uva desde la cepa.

Todo es lo mismo, todo es hermoso en esencia. Sólo los atributos superficiales pueden ser feos.

No estés apegado a este mundo, pues con la muerte deberás separarte de todo cuanto en él hay. Antes de morir, escucharás la orden “Vuelve a tu Señor”. Todos los lazos que te atan al mundo se desatarán y hallarás la unidad con Dios.

El rey Salomón (la paz de Allah sea con él) era el gobernante más rico y poderoso, así como el profeta más grande de su época. Aunque contaba con gran poder y con riquezas incalculables, sus posesiones no le importaban en absoluto. Incluso las consideraba como una carga y una fuente de problemas.

Todos los días, Salomón visitaba a su loro. Un día halló al ave muy triste, llena de nostalgia de su país natal.

Hablando de loros, uno que tenía un vocabulario increíblemente amplio fue subastado en Estambul por $2.000. Cuando Nasruddin (que solía enseñar por medio del humor) vio esto, se quedó totalmente asombrado.

Al día siguiente, decidió llevar a su pavo, que era grande y feo, a la plaza del mercado. La mejor oferta que recibió fue una de $6, así que Nasruddin animó a la multitud a que subieran más, porque su ave era más grande que el lor que habían vendido por $2.000.

Alguien gritó:

Aquél era un hermoso loro, y podía hablar exactamente igual que un hombre!

Nasruddin replicó: “¡Este es un hermoso pavo y puede pensar exactamente igual que un hombre!”.

El Rey Salomón concedió permiso al loro para volver a su tierra. El viaje suponía un mes para ir y otro para volver, así que Salomón le dio al loro tres meses de permiso. Pero le advirtió que volviera a tiempo, porque de lo contrario enviaría a los vientos y los jinns tras él.El loro volvió a su hogar y se reencontró con su familia e amigos. El tiempo pasaba muy deprisa. Como ya se sabe, para dos amantes una noche puede parecer un minuto, pero para alguien con un dolor de muelas resultará sin duda interminable.

Cuando el loro estaba a punto de marcharse, su familia le ofreció una botella del agua de la vida eterna como regalo para el rey Salomón. El loro ató la botella a unas de sus alas y emprendió el viaje de vuelta. En cuanto llegó, le entregó la botella al Rey.

El Profeta consultó a sus consejeros. Les preguntó si debía beber el agua de la vida eterna. Toda la corte – hombres, animales y jinns – dijeron al mismo tiempo: “Sí, queremos que nos gobiernes para siempre”. Pero el buho replicó: “Antes de beber visita cierta cueva y mira quién está allí”.

Salomón fue a la cueva y encontró un hombre que estaba rezando, pidiendo que le llegara la muerte. El buho le dijo al Profeta que este hombre había probado el agua de la vida eterna y por lo tanto no podía morir.

Estáte preparado para irte cuando llegue tu hora. A nadie le gustaría soportar por siempre interminables enfermedades e incapacidades. Y no hay mayor dolor que el ver cómo tus hijos se mueren mientras que tú te quedas solo.

Así, mientras Salomón permanecía en suspenso, sin saber qué hacer con la botella, acudió el ángel Gabriel y la rompió.

Capítulo 6: El Sagrado Corán

El Sagrado Corán está escrito en árabe, pero en esencia y en realidad su idioma es el lenguaje de Dios. Solamente aquellos que aman y temen a Dios pueden entender el verdadero significado del Sagrado Corán, sólo aquellos que están cerca de El, que entienden Su lenguaje.

Pensar que un libro que podemos sostener en las manos es el Sagrado Corán es pensar que el sol es un espejito redondo. El lenguaje humano no es suficiente para traducir a la comprensión humana el lenguaje del Corán. Nosotros somos temporales, pero Dios es eterno.

El Corán es inagotable. Si los marees fueran tinta, si los bosques fueran plumas, el cielo y la tierra fueran papel y hasta el final de los tiempos toda la creación estuviera escribiendo este libro, la tinta se acabaría, las plumas se terminarían, se agotaría el papel, y los ángeles y todas las criaturas vivientes quedarían exhaustos. Aún entonces el significado del Corán no estaría explicado del todo.

Todo está incluido en el Corán: lo que viene antes del tiempo y lo que viene después del tiempo, lo oculto y lo manifiesto. Todo lo que existe se halla en el Corán. Pero para percibirlo tienes que tener ojos para ver, oídos para oír, una mente para entender y un corazón para sentir.

El grado de comprensión del Corán depende del grado de tu cercanía a Dios. Una vez, el filósofo y santo sufí Ibn Arabi (que su alma sea santificada) se cayó de su caballo. Cuando sus discípulos, preocupados, lo alcanzaron, lo encontraron sentado en el suelo, inmóvil, perdido en la contemplación. Ibn Arabi levantó la vista y les dijo: “Estaba meditando en dónde estaba escrito en el Corán que yo me caería del caballo. Lo encontré en el capítulo primero”.

El Sagrado Corán es un documento. Confirma todas las otras escrituras y a los Mensajeros que las trajeron. En un nivel, muestra la historia de la humanidad, la historia de los creyentes y de los no creyentes. Muestra las recompensas de los creyentes, y el castigo de los no creyentes. Nos invita al amor y a la sumisión a Dios.

El Sagrado Corán nos invita a ser seres humanos. Enseña lo que es lícito e ilícito, y o que es el amor. Es un ojo que Dios nos da. Quien posee este ojo ve lo que está bien y lo que está mal, o visible y lo invisible.

El Corán fue revelado al Profeta (que la paz y bendiciones de Dios sean con él) paso a paso durante un período de veintitrés años. Cada vez que le era revelada una parte, el Profeta quedaba abrumado.

Dios le reveló que si el Mensaje hubiera descendido sobre una montaña la montaña habría sido aplastada. Pero los seres humanos son más fuertes que las montañas. Sus compañeros testificaron que cuando una revelación del Sagrado Corán le venía a Profeta mientras montaba su camello, el animal caía de rodillas bajo el peso del mensaje.

La purificación de la suciedad del mundo se menciona en la descripción coránica del nacimiento del Profeta Jesús (que la paz de Dios sea con él). Su inmaculada concepción fue un regalo celestial. El Corán nos dice que Jesús era el Mesías y nos cuenta como resucitaba a los muertos, curaba a los leprosos y sanaba a los ciegos.

El Sagrado Corán es un libro de lecciones, un libro de verdad, un libro de amor. Nos enseña las cualidades de los Profetas. Nos muestra que nosotros somos los representantes de Dios en la tierra. No puedes dejar que se te vaya de la mano, o de la mente, o del corazón.

Leer cualquier otro libro constantemente resultaría aburrido, pero no este libro. Cuánto más lees, más quieres leer.

Uno de los milagros del Sagrado Corán es que un niño d e5 años puede memorizarlo. Consta de 114 suras (capítulos) y 6.666 ayats (versículos): Ninguna otra escritura se puede aprender tan fácilmente. En cada siglo ha habido miles, cientos de miles de personas que han memorizado el Sagrado Corán.

Los seres humanos son temporales, pero el Libro es eterno. ¿Cómo, entonces, puede nadie memorizar el Corán? ¿Cómo puede el hombre – que es transitorio – ni tan siquiera atreverse a leer el eterno Sagrado Corán? Es Dios el que protege y guarda el verdadero Corán, palabra por palabra, punto por punto. El corazón humano lo memoriza, pero es realmente Dios quien mantiene el Libro Sagrado en los corazones. Es Dios el que recita el Sagrado Corán por medio de los labios humanos.

El Sagrado Corán no es un libro escrito en árabe. El Universo eterno es el Corán. Comprende desde el antes del antes hasta después del después. Es la explicación que lo incluye todo.

Los amantes de Dios recitan el Corán. Aquellos que son sinceros y cuyas manos se aferran a su Creador, entienden su significado. El Corán es como una cuerda. Un extremo está en manos del poder de Dios, el otro desciende a este mundo. Todo el que se agarre a esa cuerda estará a salvo y recibirá el placer de la Verdad y el Paraíso.

Lee el Sagrado Corán para encontrar la cura de todos tus problemas.

Después del fallecimiento del profeta, le pidieron a su mujer Aisha (Dios esté complacido con ella) que lo describiese. La respuesta fue que si alguien quería conocerlo simplemente debía leer el Corán, porque él era el Corán Viviente.

El Profeta Muhammad dijo lo siguiente acerca de las primeras revelaciones del Libro:

“Después de alcanzar la edad de treinta años, comencé a amar la soledad. Amaba el retiro en las montañas de Hira, cerca de la Meca.

Un
día el ángel Gabriel vino a mí. Tenía la forma de un hombre y era extremadamente bello. Irradiaba luz. Me levanté y me acerqué. El me dijo: “¡Lee!”. Le respondí que no sabía leer. Entonces me tomó y me abrazó con tal fuerza que mis huesos crujieron. De nuevo me ordenó: “¡Lee!” y yo respondí que no sabía. Me abrazó otra vez y me apretó contra sí. Me pidió de nuevo: “¡Lee!” y yo repetí: “No sé leer”. Así que me volvió a abrazar y me estrechó tan fuertemente que mis huesos volvieron a crujir.

Entonces me llegó la primera revelación:

“Lee, en el nombre de Dio, que creó a la humanidad de un coágulo de sangre”.

“Lee, en el nombre de Dios, que es generoso, que enseñó a la humanidad por medio de la pluma, que enseñó a la humanidad lo que no sabía”.

Yo estaba temblando. Empecé a correr montaña abajo. Entonces llegó a mis oídos un sonido del cielo:

“¡Oh Muhammad!”.

Cuando levanté la cabeza y miré hacia los cielos, el cuerpo de Gabriel había crecido tanto que cubría el firmamento desde el este al oeste.

Volví corriendo a mi casa, a mi esposa Khadija. Todavía estaba temblando. Le dije: “Cúbreme, Cúbreme. Vi lo que vi, pero ¿qué fue lo que vi? ¿Fue un jinn, una alucinación, o fue una revelación de la Verdad?”.

Khadija respondió: “No puede ser un jinn ni una alucinación. Tú eres misericordioso con los demás. Cumples tu palabra. Enjuagas las lágrimas de los que lloran. Cuidas a los huérfanos. ¿Cómo puede aparecerse un jinn a un hombre tan bello y generoso? Eso que tú has visto y oído viene del Cielo, de Dios. Yo he soñado que iba a casarme con un Profeta, que vendría después de Jesús. Ahora se ha hecho realidad”.

Más tarde, mientras estaba sentado solo, envuelto en una pesada túnica, el ángel a mi de nuevo y dijo:

“Oh tú, el que te cubres! Levántate y lleva el temor y el amor de Dios a tu gente, con la grandeza y el poder de Dios. Invítales al Señor. Da noticias del Juicio que aguarda a los que niegan al Creador. Recuerda a Dios, invoca a Dios, reza a Dios. Ordena la limpieza y la pureza. Tú eres puro. Enseña la pureza para que toda la humanidad esté limpia, tanto por dentro como por fuera, para que toda la humanidad se adorne con la fe. El corazón humano es el asiento de Dios”.

Esa fue la segunda revelación que recibió Muhammad.

El Libro Sagrado que resultó de estas revelaciones trae el temor a los corazones de los que niegan y de los incrédulos. Pero detrás vibra siempre la misericordia y la compasión. Si un padre les dice a sus hijos que hagan algo o de lo contrario les castigará, ¿estaría contento si realmente tuviera que administrar el castigo? Y el amor de un padre es limitado, mientras que el amor y la misericordia de Dios son infinitos.

El temor que Dios inspira en los corazones de los incrédulos es superado por su Compasión. Su Compasión es mucho mayor que Si ira.

A los que son sinceros, a los creyentes leales, se les promete grandes recompensas. Así, tanto las recompensas como las de castigo se hallan contenidas en esa maravillosa fuente de misericordia, compasión y amor que es el Sagrado Corán.

Capítulo 7: Los Sueños

Los sueños pueden ser valiosos en el camino sufí, porque a menudo comunican mensajes importantes. Existen dos tipos de sueños con significado: el primero es el sueño verídico, que transmite un mensaje literal; el segundo es el sueño simbólico, que necesita ser interpretado.

Los sueños también son un medio de comunicación entre el Creador y la humanidad. Esto es aplicable a todo el mundo. No es una cuestión de creer en los sueños o no, ni tan siquiera de creer en Dios o no.

La interpretación de los sueños es una herramienta importante en muchos sistemas de enseñanza mística. Para los derviches los sueños son indicadores significativos de su estado espiritual. Es importante, tanto para el sheikh como para el derviche, el conocer el estado espiritual de este último. Cuando tu nivel cambia, también lo hacen tus deberes y oraciones.

Los animales también sueñan. Hay un proverbio turco que dice que la gallina hambrienta se ve a sí misma en un recipiente lleno de maíz.

En las vidas y las enseñanzas de los profetas, muy a menudo se les da una gran importancia a los sueños. De hecho, otra manera de ver las revelaciones de los profetas es concebirlas como sueños puros o purificados. No se puede confundir este tipo de sueño con los sueños de la gente común, ni, por supuesto, con el de la gallina hambrienta que sueña con el maíz.

¿Cómo aparecen las imágenes de los sueños, si no hay un ojo que las vea? Los ojos están cerrados cuando duermen. La retina no funciona: la lente no funciona. No hay ojos para ver ni nada que pueda ser visto. Entonces, ¿qué es lo que ve y qué es lo que es visto en un sueño?.

Lo que ves procede en realidad del ámbito del conocimiento divino. Lo que para ti está oculto, sólo se halla presente en la esfera del conocimiento de Dios. Entonces ¿cómo es posible que veas y entiendas lo que está afuera del alcance de tu conocimiento, en otro ámbito?

Todo conocimiento está contenido en el reino del conocimiento divino. Todo lo que es, lo que fue y lo que será puede ser encontrado en este ámbito. Cuando las cosas pasan de allí a la existencia, todo lo que está a punto de ocurrir es reflejado en una pantalla divina. Es como si se hallara escrito allí.

Al dormir, el alma abandona el cuerpo, pero sin perder su conexión con él, como la luz que sale de una linterna. Esa luz se extiende hasta la pantalla divina y “lee” las anotaciones que le incumben. Al despertarse, la luz del alma vuelve al cuerpo, como cuando se apaga la linterna. Por medio de la extensión del alma, tú, el soñador, puedes percibir un nivel de conocimiento que se halla más allá de tu dominio, en el ámbito de lo divino.

Los símbolos e imágenes de los sueños son como jeroglíficos que pueden ser leídos por los expertos. Pero estos símbolos cambian de situación en situación, de persona a persona, de alma a alma.

Hay siete almas diferentes en cada persona: el alma mineral, el alma vegetal, el alma animal, el alma humana, el alma angelical, el alma secreta y el alma del secreto de los secretos. Los símbolos de los sueños son diferentes según el alma al que corresponden, el alma que los percibe y la persona que los ve. El sultán puede soñar las mismas imágenes que el esclavo, pero no significan lo mismo.

Esta serie de almas del ser humano no se diferencian nítidamente entre sí. Se hallan una dentro de la otra y cada una evoluciona hacia las almas superiores. Finalmente, todas esas almas se unen en el alma humana o en una de las almas superiores.

El nivel del alma que ve los sueños es muy importante. Los sueños de las almas vegetales y animales satisfacen deseos e impulsos. Por ejemplo, si estás hambriento soñarás con comida. El alma humana ve símbolos. Una serpiente puede representar posesión o, en el caso de un derviche, puede representar un nivel del ego.

Si el nivel mas alto del alma sale del cuerpo, las visiones de los sueños se vuelven directas. Este nivel del alma puede alcanzar el Trono de Dios, leer el libro y ver con claridad el futuro. Puede que la persona vea imágenes exactas de acontecimientos que están teniendo lugar en Estados Unidos, en Estambul o en Japón. Además, estos sueños siempre se recuerdan con claridad.

Un sueño sólo se le debería contar a la persona que va a interpretarlo. Esta discreción es muy, muy importante. El significado del sueño se le revela al intérprete en el momento en que el sueño es relatado.

Nunca deberíais contar vuestros sueños a alguien que acostumbra a hablar mal de otros. Contádselos sólo a aquellos cuyas bocas están limpias.

Un derviche que vivía en el campo, lejos de la ciudad donde vivía su sheikh, tuvo un sueño. Sentía que era un sueño muy importante, uno que debía contarle a su maestro de inmediato.

Había soñado que su cuerpo se hinchaba como si estuviera embarazado. Entonces una serpiente salía de su barriga y su cuerpo volvía a su tamaño normal.

Como estaba demasiado ocupado para visitar al sheikh, el derviche llamó a su sirviente de confianza. Le contó el sueño y le envió a la ciudad a contárselo al sheikh. El criado no debía contar el sueño a nadie más, ni siquiera pensar en él. El derviche sabía que era my importante el revelar los sueños sólo a su intérprete.

El criado partió inmediatamente a la ciudad. En el camino se encontró a un conocido que tenía fama de chismoso. Este hombre le preguntó que estaba haciendo y el criado respondió que iba a la ciudad. “¿Por qué? ¿Qué vas hacer allí?” preguntó el hombre.

El sirviente respondió: “Tengo que llevar un mensaje de parte de mi amo”. “¿Qué es?”. “Es confidencial”.

El hombre siguió presionando al sirviente para que le diera más detalles hasta que finalmente, éste le contó que iba a ver al sheikh sufí de su amo para contarle un sueño que éste tuvo la noche anterior. El chismoso empezó entonces a preguntarle de qué se trataba el sueño. Al principio el sirviente se negó a contarlo pero luego terminó por ceder. “Mi amo soñó que se hinchaba entero…” Sin esperar a que terminara el chismoso comenzó a reír y dijo: “y entonces estalló, como un globo pinchado con un alfiler”. Y tras haber satisfecho su curiosidad se marchó.

El criado se apresuró a llegar a la ciudad, yendo directamente a la casa del sheikh. Cuando fue admitido ante su presencia, dijo: “Mi señor tuvo un sueño la noche pasada y ruega que se lo interprete. Soñó que su cuerpo se había hinchado…” “¡Detente! dijo de pronto el sheikh. El sueño ya ha sido interpretado. No hay nada más que yo pueda hacer. Vuelve a casa y pregunta por tu amo”.

Cuando el sirviente llegó a casa se encontró con que su señor había muerto. Algunas horas después de que su criado saliera, su cuerpo había comenzado a hincharse hasta que finalmente había fallecido.

Esta historia constituye un caso extremo.

Muchas veces se utiliza para hacer que los derviches nuevos se convenzan de la importancia de contar los sueños sólo al sheikh. Después de que el sueño haya sido interpretado, se puede contar a otros.

Un aspecto importante en el tema de los sueños es la intención.

Esto es, qué le preguntas a tus sueños. Es necesaria una forma de contemplación o meditación a fin de “incubar” o pedir un sueño.

Los Compañeros del Profeta (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) relataron que él les enseñó a recordar los sueños y llevárselos a él para que los interpretara. Además, les enseñó cómo incubar los sueños a fin de recibir enseñanzas a través de ellos.

Un incidente verídico de la historia otomana se halla relacionado con el tema de la interpretación de los sueños. De hecho, también hace referencia a nuestra orden Sufí, la orden Halveti. En aquel tiempo, el Sheikh del Islam era más o menos equivalente al Papa. El sultán era el regente secular absoluto; sin embargo, sus poderes estaban limitados por la ley islámica, que cubría todos los aspectos de la vida. Una de las mayores obligaciones del Sheikh del Islam era la de interpretar la ley religiosa. Sus edictos religiosos tenían toda la fuerza de la ley.

El Sheikh del Islam buscó por todo Estambul, que era entonces la capital del Imperio Otomano, para encontrar al mejor intérprete de sueños. Buscó ayuda de la misma manera que el Faraón buscó a José (la paz de Dios sea con él).

Sus consejeros le recomendaron a un sheikh Halveti, Abdurrahman Efendi. “Pedí un sueño que me revelara el paradero de mi llave perdida, pero ¿qué quiere decir?”.

Abdurrahman sonrió y le dijo al Sheikh del Islam que mandara a su mayordomo a la biblioteca d su palacio para que les trajera el libro más grueso que hubiera. Una hora después, el mayordomo volvió de la biblioteca con un volumen inmenso, una concordancia del Sagrado Corán. Abdurrahman dijo: “En el Nombre de Dios, el Misericordioso, el Compasivo”. Entonces tomó un abrecartas y lo introdujo en las páginas del libro. Lo abrió y ¡allí estaba la llave!.

El Sheikh del Islam le confesó a Abdurrahman que él había estudiado la interpretación de los sueños y que había leído muchos libros sobre el tema, pero que no podía entender esa clase de sueños. Abdurrahman respondió: “Dios concedió el don de la interpretación de los sueños a Jacob y a José. En un grado mucho más limitado, mi interpretación de su sueño es una especie de revelación menor, un milagro menor”.

Yo creo firmemente en esto. He leído muchos libros acerca de la interpretación de los sueños y hay otros muchos disponibles. Estos libros afirman que un caballo significa esto, una manzana significa aquello y un pez lo otro. Pero éstas no son interpretaciones verdaderas. Es un tipo de enfoque que no funciona. Es como obrar al azar. Sin embargo, es posible interpretar los sueños correctamente. La verdadera interpretación es casi heredada, un regalo de Dios, como el que le fue dado a Jacob y a José, y también a nuestra orden Halveti-Jerrahi.

Sheikh Abdurrahman también nos ofrece un ejemplo de interpretación de símbolos de acuerdo con la situación particular del que sueña.

Dos hombres vinieron un día a verle. El primero dijo que había soñado que se subía a un alminar y hacía la llamada a la oración. El sheikh dijo: “Más vale que hagas los preparativos para viajar a Meca. Este año harás el peregrinaje”.

En cuanto se fue, entró un segundo hombre y contó exactamente el mismo sueño: que ascendía a lo alto de un alminar y hacía la llamada a la oración. Pero el sheikh respondió ahora: “Más vale que devuelvas lo robado, porque de lo contrario te agarrarán y la pasarás muy mal”. Boquiabierto, el hombre admitió que la interpretación era correcta y prometió no robar nunca más.

Los nuevos derviches pueden tener sueños raros o hasta pesadillas. Es común que sueñen con serpientes, escorpiones o cosas similares.

Realmente estos sueños no se interpretan. Todo lo que hace el sheikh es dar a los principiantes un remedio para su condición. Se les asignan distintos deberes, tales como la repetición de ciertos nombres de Dios o ciertas oraciones. Los sueños extraños muestran como el ego del novicio está deslizándose hacia la derecha o hacia la izquierda, haciendo lo posible para evitar ser transformado por el camino Sufí. Los principiantes precisan de ayuda y protección, necesitan ser guiados al camino interior correcto y, por consecuencia, les son asignadas varias tareas y obligaciones espirituales.

Cuando un nuevo derviche sueña con una serpiente, es probable que sea una señal de su ego, de los deseos e impulsos egoístas que dominan toda su existencia. Pero en otros casos la serpiente puede significar tiranía o algo completamente distinto.

Por ejemplo, hace algunos años, un hombre al que yo nunca había visto se me acercó, asustado y temblando. (Yo solía ser el predicador de la Gran Mezquita Suleiman en Estambul. Aquel hombre me había escuchado predicar y luego me había reconocido en la calle) Antes que nada pedí café y té para nosotros. Sabía que me iba a preguntar algo importante.

El extraño me dijo que había tenido un sueño terrible: había soñado que en su barriga aparecía un gran agujero, del cual brotaba una enorme serpiente. Yo sonreí y le dije: “Tienes un importante asunto de negocios con el gobierno. Esperas heredar algo y has hecho una solicitud al gobierno para poder recibir tu herencia. Todo saldrá bien. De hecho, tendrás tanto éxito que todos tus amigos te envidiarán”.

El hombre se asustó. Metió la mano en su cartera y extrjo un montón de papeles. Dijo que había heredado grandes posesiones de tierra en una ciudad lejana, pero que había cierta oposición a que él se convirtiera en su propietario. Había recurrido al gobierno y no estaba seguro de cómo iba a acabar aquello.

La interpretación de un sueño es un mensaje directo que uno recibe cuando aquel es relatado.

No estoy intentando haceros creer que hago milagros. Simplemente he contado esta anécdota para que sirva como ilustración de lo que os he explicado.

Es bastante difícil pensar en los términos simbólicos que encontramos en los sueños y las revelaciones. Por ejemplo, ¿por qué se convirtió el cayado de Moisés (la paz sea con él) en una serpiente? ¿por qué no se convirtió en otra especie de animal – un perro, un león o en un tigre?.

La calidad interna de Moisés es como un espejo. Y esto es también verdad de su cayado o de cualquier cosa que él tocara. Cuando el Faraón miró el bastón, lo que vió fue un símbolo de su propio ego, inflado y terrible.

¿Se convirtió en verdad el cayado en serpiente? Sí. Pero entonces, ¿qué es la realidad? Tu experiencia de la realidad depende de tu estado interior.

En el Más Allá ocurre lo mismo. Realmente, no hay fuego en el Infierno, ni tesoros en el Cielo. Todo te lo llevas de aquí. Todo lo que haces en este mundo va contigo. Tus hechos se convertirán bien en los ladrillos de tu palacio celestial, bien en el combustible de tu infierno. No pienses que todo terminará cuando mueras.

Mientras permaneces aquí estás dormido. Lo que ves aquí es sólo un sueño. Pero con la muerte despertarás y verás la realidad.
Dejadme que os cuente una historia que tiene que ver precisamente con esta cuestión de los sueños y la realidad. Su protagonista es Said Pasha, quien fue Primer Ministro del Imperio Otomano hace noventa años. Cuando Said Pasha era un niño, su padre, siguiendo una antigua costumbre, le hacía visitar regularmente a un viejo sabio. En aquellos días esto era una parte importante de la educación de la infancia.

Con el fin de asegurarse de que el niño visitase con asiduidad al anciano, el padre de Said Pasha solía darle a este sabio la asignación semanal de su hijo. Cada semana, el padre le decía a Said: “Bueno, es hora de recibir tu asignación. Vete a visitar a tu maestro”.

Esta práctica es como estudiar historia. El anciano ni siquiera necesitaba ser sabio, porque todo un hombre mayor es una acumulación tanto de errores como de buenas acciones. Para un niño, el aprender de los errores de otro es en sí una gran lección. Este aprendizaje estaba diseñado para aprender cosas sobre la vida, no era una asignatura o un oficio. Aquellos que no saben extraer lecciones de la historia o de la vida de los demás se convierten ellos en ejemplos de los errores que podían haber evitado.

Pero el anciano que Said visitaba no era simplemente un hombre normal, sino un sheikh sufí. Un día en que Said había recibido su acostumbrada asignación, alguien llamó a la puerta del anciano. Era un joven gitano que venía de vez en cuando a ver al maestro. Solía hablar acerca de su vida, además de venderle algunos cachivaches al generoso sheikh, que siempre le pagaba algún dinero, en vez de darle limosna.

Pero esta vez, el sheikh le dijo al gitano: “¡Ya basta! Mi casa está llena de baratijas que has ido trayendo. Hoy no quiero comprar nada!”. El gitano respondió: “Oh sheikh, hoy no he venido a venderle nada. Sólo quiero contarle un sueño que he tenido”.

“En ese caso, entra, por favor”.

Tras escuchar atentamente el sueño, el sheikh dijo: “Es un sueño fantástico. Aunque hoy no te voy a comprar ni lápices, ni chicles, ni baratijas, ¿estarías dispuesto a vender tu sueño? ¿estarías dispuesto a venderle tu sueño a este chico a cambio de toda tu asignación semanal? (El joven recibía un dólar de plata, lo que para aquella época, constituía mucho dinero). El gitano, que solía recibir tan sólo unos centavos por cada objeto que le vendía al sheikh, contestó sin dudar: “Por supuesto”.

Cuando el anciano le dijo a Said que comprara el sueño, éste obedeció de mala gana. Años más tarde llegaría a admitir que, en aquel instaste, se sintió realmente enfadado con el sheikh por haber tomado todo el dinero de su asignación y habérselo dado al gitano. Tras poner el dólar de plata en manos de éste, el sheikh le dijo: “Bien, ahora, ¿has vendido tu sueño?

“Sí”.

“Yo soy testigo de ello, al igual que todos los aquí presentes. Todos hemos visto cómo le has vendido tu sueño al pequeño Said”. Tras escuchar estas palabras, el gitano se despidió y se fue.

Said estaba casi llorando por haber perdido su asignación semanal. El sheikh lo consoló diciendo: “Hijo, no llores. No sabes lo que hemos comprado”.

“Y ¿qué hemos comprado? Nada”.

“Hijo, el sueño de ese mendigo le habría hecho Primer Ministr, pero yo lo he tomado para ti, porque tienes buen carácter y serás un buen gobernante. Enhorabuena. Serás el futuro Primer Ministro”.

Said Pasha llegó efectivamente a ser Primer Ministro, o Gran Visir, del Imperio Otomano. Y uno muy bueno, además. A menudo les contaba a sus amigos y conocidos que había comprado su puesto por un dólar de plata.

De todas formas, por una extraña coincidencia, el siguiente Primer Ministro era de origen gitano. Así que, probablemente, estas cosas no se pueden comprar o vender del todo. Aunque el joven gitano había vendido su sueño y perdido la oportunidad de convertirse en Primer Ministro, de alguna manera el puesto terminó por retornar al pueblo gitano.

Espero haberos dado alguna idea acerca de los sueños y de su interpretación. En esencia, los sueños son informaciones que provienen de la sabiduría divina contenida en la “madre de los lbros” y que son reflejadas en la pantalla que el alma lee por la noche. La interpretación de los sueños es posible para aquellos que poseen sabiduría e intuición y para aquellos que, como un don, reciben la capacidad de interpretarlos.

Capítulo 8: Sumisión

Después de que Dios salvara a Abraham (la paz de Dios sea con él) del horno de Nimrod, en gratitud, el profeta sacrificó mil carneros, trescientos bueyes y cien camellos. Nadie había tenido antes noticia de una ofrenda tan generosa.

Cuando se le preguntó por qué sacrificaba tal fortuna, Abraham respondió: “Estaba dispuesto a sacrificar hasta mi vida por Dios. ¿Por qué no iba a sacrificar mis bienes? El propietario de mi vida y de todo lo que poseo es Dios. Si tuviera un hijo, incluso a él lo sacrificaría, si Dios quisiera”.

¿Y nosotros? ¿Podría alguno de nosotros decir lo mismo? Y aunque no estéis a la altura del Profeta Abraham, ¿en qué medida estaríais dispuestos a sacrificar por lo menos algunos de los bienes que Dios os ha concedido; a darlos en caridad y en servicio a los demás? De hecho, cualquiera que se niega a ayudar a los demás o que se burla de la caridad de los otros, no es un ser humano, ni mucho menos un amigo de Dios.

Algunos años más tarde, Dios le concedió a Abraham un hijo, Ismael (la paz de Dios sea con él). Ismael mostró las señales de la profecía desde muy temprana edad. Viajaba a todos los sitios con su padere e incluso de niño tomaba parte de los debates religiosos más complejos.

Una noche, Dios se le apareció a Abraham en un sueño y le dijo: “¡Cumple tu promesa! Dijiste que si tuvieras un hijo lo sacrificarías por i amor. Ahora debes cumplir tu promesa”. (En el Sagrado Corán, a Abraham se le ordena que sacrifique a su primogénito, Ismael; no a Isaac como figura en la Biblia).

Al día siguiente, Abaraham reflexionó sobre aquel mensaje. Aunque Dios se le había aparecido en sueños, sabía que Dios era contrario a los sacrificios humanos, y que nunca antes se le había ordenado a un profeta que sacrificara a otra persona. Así que, en lugar de su hijo, sacrificó cien camellos.

Aquella noche, Dios se le volvió a aparecer a Abraham en sueños y le ordenó una vez más que cumpliera su promesa. Al día siguiente, Abraham volvió a considerar que Dios no quería sacrificios humanos y sacrificó otros cien camellos.

La tercera noche, Dios se le apareció otra vez a Abraham y le ordenó sacrificar a su único hijo. A la mañana siguiente Abraham decidió que tenía que llevar a cabo los deseos de Dios.

Abraham le dijo a Ismael que le acompañara al lugar del sacrificio. Por el camino, Satanás se le apareció a Abraham y cuestionó la orden de Dios: “¿Realmente vas a cortarle el cuello a tu único hijo? Ni siquiera un animal podría hacer una cosa así”.

Abraham respondió: “Aunque lo que tú dices pueda parecer razonable y lógico, he recibido mis órdenes de Dios, y le llevaré a cabo su voluntad”.

Satanás se apartó de Abraham, pero no se rindió. Decidió probar con Hagar, la madre de Ismael. Satanás le dijo a Hagar que Abraham estaba a punto de sacrificar a su hijo. Hagar respondió que Abraham era un verdadero profeta, que conocía la voluntad de Dios y cumplía sus mandatos. Añadió que ella también estaba dispuesta a sacrificar su propia vida si Dios se lo ordenaba. Entonces le dijo al diablo que se fuera y la dejara sola.

Finalmente, Satanás intentó influir en Ismael. Se le apareció al niño y le dijo que su padre le iba a atar al altar y a cortarle el cuello.

Satanás añadió que Abraham tan sólo se imaginaba que Dios le había mandado hacerlo. El niño respondió que su padre era un verdadero profeta que conocía los mandamientos de Dios y no imaginaba tales cosas. Aseguró que él estaba completamente dispuesto a ofrecer su propia vida, si Dios lo ordenaba.

De nuevo, Satanás le preguntó a Ismael si estaba dispuesto a dejar que su padre le cortara el cuello. Furioso, Ismael gritó: “Si Dios verdaderamente le ha mandado a mi padre hacer esto, estoy seguro que él tendrá la fuerza para llevar a cabo las órdenes de Dios; ¡Y yo también la tendré!”. Entonces tomó un piedra y se la tiró a Satanás, cegándole un ojo.

El diablo intentará tentarnos exactamente de la misma manera. Intenta apelar a nuestra razón, argumentando que Dios realmente no quiere que llevemos a cabo tareas difíciles o molestas. Intenta apelar a nuestra compasión, nuestro punto más débil, argumentando que ciertas tareas son demasiado dolorosas o nos imponen una carga demasiado grande para nosotros o a los demás. Nos intenta confundir, sembrar la duda, hacernos temerosos de seguir la voluntad de Dios.

Durante el Hajj, el peregrinaje a la Meca, todos los peregrinos van a Mina y tiran piedras a los pilares que allí se levantan. Fue en Mina donde Abraham iba a sacrificar a su hijo Ismael. Los tres pilares representan las tres veces que Satanás fue rechazado, por Abraham, Hagar e Ismael. A cada pilar se le tiran siete piedras, representando el rechazo del peregrino a siete cualidades negativas. Estas son: santurronería, arrogancia, hipocresía, envidia, ira, amor al status y codicia.

Cuando llegaron al lugar del sacrificio, Abraham le habló a ismael de sus sueños. En lugar de llevar a su hijo al altar en la ignorancia, Abraham prefirió preguntarle a Ismael si estaba dispuesto a cumplir los deseos de Dios y ofrecerse a sí mismo como sacrificio. Al someterse a su padre, Ismael nos enseña a todos nosotros el ideal de estar dispuestos a sacrificar hasta nuestras propias vidas por el amor a Dios y por obedecer a nuestros padres.

Aunque deberíamos estar dispuestos a hacer cualquier cosa en obediencia a nuestros padres por el amor a Dios, si los padres nos ordenan hacer algo que desagrada al Señor, no debemos obedecer. Permaneciendo corteses y respetuosos, deberíamos negarnos a obedecer a cualquiera que nos pida que incumplamos los deseos de Dios.

Ismael estuvo de acuerdo con el sacrificio. Le dijo a Abraham que le atase fuertemente con una cuerda, para que su agonía no hiriese a su padre. También le pidió que le pusiese boca abajo en el altar, para que Abraham no tuviese que ver su cara, cosa que podría hcerle temblar e impedirle usar el cuchillo. Además, Ismael le pidió a Abraham que se remangase la túnica, para así no llegar a casa con la sangre de su hijo en su ropa, causándole aún más pena a su mujer.

Abraham aceptó, profundamente conmovido por la fe y compasión de su hijo. Tumbó a Ismael en el altar y rogó a Dios que tuviera misericordia con él y con su hijo. Cuando levantó el puñal del sacrificio, Dios dijo a los ángeles: “Mirad la fe y el amor de mi amigo Abraham. Está incluso dispuesto a sacrificar a su hijo en obediencia a mis órdenes”.

Cuando Abraham intentó cortar el cuello de Ismael, a pesar de que el cuchuillo estaba tan afilado como un hoja de afeitar, nada ocurrió. Abraham lo intentó de nuevo pero el resultado fue el mismo. Lo intentó por tercera vez, pero el cuchillo seguía sin cortar. Entonces, Abraham golpeó una roca que estaba a su lado y el filo se partió en dos.

Dios concedió al cuchillo el poder de la palabra: “Ves, Abraham, solamente la voluntad de Dios hace posible que los cuchillos corten, que el fuergo arda y que el agua se ahogue. A menos que Dios lo permita, no puedo cortar nada. Pero si Dios quiere, puedo incluso partir una piedra”.

Entonces, el ángel Gabriel apareció delante de Abraham y le reveló que Dios deseaba que sacrificase un carnero en lugar de Ismael, y que Dios estaba complacido con ambos.

Dios requiere sacrificios de todos aquellos que quieren conocer a su Señor. Se nos pide que sacrifiquemos por Dios lo que más amamos: nuestro apego al mundo, nuestros malos hábitos, nuestra arrogancia. Los grandes amantes de Dios a menudo han descubierto que una vez que se habían decidido a renunciar a todo excepto Dios, les era concedido todo: abundancia tanto espiritual como material.

Capítulo 9: Paciencia

En un pequeño pueblo de Turquía, un hombre llamado Hussien se casó con la hija de su vecino. En la fiesta de la boda, Hussein se quedó fascinado por la conversación de dos religiosos eruditos que habían sido invitados a venir y oficiar la ceremonia. Aquellos hombres citaban de memoria largos pasajes del Sagrado Corán; trataban de las complejas interpretaciones de la ley religiosa y discutían los diferentes significados de las frases árabes. Hussein les preguntó cómo habían desarrollado tal conocimiento y sofisticación. Le dijeron que habían pasado muchos años estudiando en las grandes academias religiosas de Estambul.

A la mañana siguiente, después de la noche de boda, Hussein le dijo a su esposa: “Tengo veinte años y siento que no sé nada de verdadera importancia. Deseo ir a Estambul y convertirme en un erudito. Por favor, cuida de nuestra granja y de mis padres mientras estoy fuera. Volveré tan pronto como pueda ser un erudito”.

Hussein se fue a Estambul, que estaba a muchas semanas de viaje. Pasó los siguientes treinta años estudiando, yendo de un maestro a otro en búsqueda de conocimiento. Al llegar a los cincuenta años, Hussein partió finalmente a su pueblo natal, vestido con la ropa de un erudito del más alto rango.

En el camino a casa, se detuvo en un pueblo pequeño, aproximadamente a un día de distancia de su hogar. Los aldeanos estaban emocionados al encontrar un hombre de conocimiento entre ellos y le pidieron que pronunciara un pequeño sermón luego de la oración. Todos estaban encantados de escuchar sus sabias palabras, aunque no comprendieran la mayor parte de sus comentarios eruditos. Después, varios aldeanos se le acercaron y le invitaron a quedarse con ellos esa noche. El primer hombre que había hecho el ofrecimiento insistió en que el derecho era suyo y Hussein estuvo de acuerdo en quedarse con él.

Después de la cena, el aldeano le preguntó a su huésped cómo había llegado a ser un erudito. Hussein le contó la historia de su vida, cómo había dejado su casa el día después de su boda para ir a Estambul y llegar a ser un erudito. Recordó que se había ido a los veinte años y ahora volvía a la edad de cincuenta. Sus ojos se llenaban de lágrimas pensando en su familia y amigos que había dejado por tanto tiempo.

El aldeano dijo: “¿Puedo hacerte una pregunta?

“Desde luego, pregunta lo que quieras”, respondió Hussein.

“¿Cuál es el principio de la sabiduría?”.

“El principio de la sabiduría es pedir la ayuda de Dios en todo”.

“No, ese no es el principio de la sabiduría”, dijo el aldeano.

Hussein replicó: “Entonces es decir, En el Nombre de Dios, el Misericordioso, el Compasivo, antes de cada actividad”.

“No, tampoco es eso”.

Hussein mencionó todas las respuestas eruditas que había aprendido en los últimos treinta años, pero el aldeano se negó a aceptar ninguna de ellas como la respuesta correcta. Finalmente se rindió y le preguntó a su anfitrión si él lo sabía. El hombre asintió y Hussein le rogó que le enseñara el principio de la sabiduría.

El aldeano dijo: “No te puedo enseñar en una noche lo que no has sido capaz de encontrar en estos treinta años de estudios. Eres un hombre sincero e inteligente. Estoy seguro de que te puedo enseñar el principio de la sabiduría en un año. Los hay que nunca pueden aprenderlo, por mucho que lo intenten”. Así que Hussein acordó en quedarse un año con el hombre para llegar a aprender el principio de la sabiduría.

Al día siguiente, el aldeano llevó a Hussein al campo. Trabajaron tan duramente que aquella noche Hussein terminó totalmente rendido. Esto continuó durante todo un año. Hussein nunca había trabajado tan duramente en su vida, pero lo soportó todo con el propósito de aprender el principio de la sabiduría. Sin embargo, cuando le preguntaba a su anfitrión, el aldeano siempre le decía que esperara.

Al fin, el año se terminó. Cuando volvieron a la casa, Hussein le pidió al aldeano que le enseñara el principio de la sabiduría de una vez por todas. El lugareño respondió que se lo enseñaría a la mañana siguiente. “¿Tan corto es?”, estalló Hussein. “El decirlo es corto, pero no el entenderlo”.

A la mañana siguiente, después del desayuno, el aldeano le pidió a su mujer que preparase una bolsa de comida para su invitado de honor, con pan fresco para el viaje, fruta y carne.

“¡Olvídate de la comida y dime cuál es el principio de la sabiduría!”, gritó Hussein.

“Ten paciencia”, dijo el aldeano, que continuó haciendo los preparativos para la partida de su huésped.

“No intentes engañarme”, dijo Hussein. “Me he pasado un año trabajando como un burro tan sólo para aprender el principio de la sabiduría. ¿Cuál es?”.

“Paciencia”, dijo el aldeano.

“No, no me hagas esperar más”, gritó Hussein, “me lo tienes que decir ahora”.

El aldeano se volvió hacia su huésped y le dijo con la mayor seriedad: “El principio de la sabiduría es la paciencia”.

Hussein se puso furioso. “Me has tomado por tonto y te has aprovechado de mí. ¡Puedo recitar volúmenes enteros sobre el tema de la paciencia! ¡Conozco cada verso del Sagrado Corán en donde se menciona la paciencia!”.

El aldeano respondió: “Cuando hace un año te pregunté cuál era el principio de la sabiduría, no fuiste capaz de contestar. Y cuando te pregunté si estabas dispuesto a pasar un año conmigo para aprender la respuesta, estuviste de acuerdo. Hace un año, no eras capaz de comprender la respuesta. Durante todo este tiempo te he enseñado la paciencia y la verdad es que tienes que ser paciente para aprender cualquier cosa importante. Has experimentado la paciencia, y ese es el verdadero aprendizaje”.

“Un erudito lleno de sabiduría sin digerir, que no ha aprendido a aplicar lo que sabe a su propia vida, es simplemente como un burro transportando una carga de libros. Los libros no han hecho nada por el burro, y tu estallido muestra que todo tu aprendizaje no ha servido de nada”.

“El aprender muchas cosas y luego enseñarlas sin haberlas puesto en práctica causa un perjuicio terrible a los demás. Cuando la gente te escuche recitar las palabras de los grandes profetas y santos sobre la fe y la caridad y luego vean que tu mismo prescindes de estas cualidades, verán que eres un mentiroso. Y peor todavía, pueden llegar a no creer en esas verdades divinas de las que hablas. ¿Cuál crees que sería tu recompensa si aquellos a los que intentas enseñar, al final perdieran su fe porque tus acciones no estaban de acuerdo con tus palabras?”.

“Por eso es tan importante tu estudio de la paciencia. Un auténtico erudito es aquel que pone en práctica lo que sabe. Sin esto, solamente hay falsedad. Así que vuelve a casa y comparte tu sabiduría con tus vecinos, pero nunca te olvides de aplicar en tu propia vida lo que has aprendido en tus estudios”.

Este no era un aldeano corriente. Era un maestro de verdad, un santo que enseñaba las verdades más profundas a aquellos que fueran capaces de aprenderlas. A través de él, Hussein fue capaz de empezar a asimilar sus treinta años de estudios.

Hussein caminaba lentamente de vuelta a su ciudad natal, meditando sobre lo que había escuchado aquella mañana. Cuando llegó a su antigua casa era ya de noche. Al mirar por la ventana, vio como su mujer abrazaba y acariciaba el pelo de un joven. En un primer momento se quedó atónito, mas luego se enfureció al ver que su mujer había tomado a otro hombre durante su ausencia. Hussein sacó la pistola que había comprado en Estambul para protegerse de los bandidos en el largo viaje a casa. Cuando estaba a punto de matar a la pareja, recordó su lección de un año de paciencia. Quitar la vida no era una cosa insignificante.

Hussein decidió enterarse bien de todos los hechos antes de actuar. Se fue a la mezquita del pueblo, donde toda la gente empezaba a reunirse para la oración de la noche. Todos los aldeanos quedaron impresionados con sus vestiduras de erudito y le trataron con gran respeto. Nadie le reconoció y Hussein empezó a hacer preguntas acerca de sus antiguos vecinos y amigos. Muchos de los que eran mayores que él se habían muerto. Casi todos sus amigos eran abuelos.

Entonces preguntó: “¿Y qué pasó con aquel hombre llamado Hussein, que hace años se fue del pueblo para ir a Estambul? Uno de los vecinos respondió: “No hemos oído de él en más de treinta años. Su mujer tuvo grandes dificultades cuándo él se fue, al día siguiente de la boda. Se había quedado embarazada aquella noche y tuvo que trabajar mucho durante años para criar a su hijo ella sola. Sin saber lo que le había pasado a su marido, sin saber si iba a volver o no, educó a su hijo para ser un hombre erudito, lo mismo que había querido su esposo. Ahora, él es nuestro imán y maestro. Está a punto de venir para dirigir las oraciones nocturnas.

Hussein estaba profundamente conmovido con esta narración. Empezó a llorar al pensar en los esfuerzos de su mujer y el hijo que ni siquiera había llegado a conocer. Justo entonces, entró en la sala un joven, hermoso y radiante, vestido con las ropas de un imán. Era el mismo hombre que Hussein había visto en su casa.

Después de la oración, Hussein se volvió hacia el pueblo de su maestro y se postró con profunda humiladad: “Miles de gracias y miles de bendiciones para ti, mi maestro incomparable”. Cuando los aldeanos le preguntaron que significaba aquel extraño comportamiento, les contó toda la historia, que él era aquel Hussein que había salido de su pueblo treinta años antes en búsqueda de sabiduría, y les relató cómo había pasado un año aprendiendo la paciencia, y cómo aquellas enseñanzas habían evitado una terrible catástrofe. Abrazó a su hijo y los dos volvieron juntos a casa.

Capítulo 10: Tentación

Durante el Mes de Ramadán, el mes del ayuno diario desde el alba hasta el amanecer, el gran sheikh Abdul al-Qadir al-Jilani (que su alma sea santificada) estaba cruzando el desierto con sus derviches. Todos se hallaban exhaustos por el calor, por el hambre y la sed. Al fin, el sheikh se detuvo a descansar junto al camino, mientras sus discípulos continuaban. De pronto, apareció ante los derviches una luz intensísima, de la que provenían las siguientes palabras: “Soy el Señor, vuestro Dios. Todos vosotros sois seguidores fieles y predilectos de mi amado sheikh. Hoy he hecho la comida y la bebida lícita para vosotros. Ahora podéis comer y beber”.

Los derviches se disponían a romper el ayuno, cuando llegó Abdul al-Qadir al-Jilani, gritándoles que se detuvieran. Entonces el santo se dirigió al resplandor, diciendo: “Busco refugio en Dios del Diablo Maldito”. La luz se volvió inmediatamente negra.

Una vez descubierto, Satán apareció, y le dijo al sheikh: “Sabes, he estado utilizando este truco durante miles de años y tú eres el primero en descubrirme. ¿Cómo lo has logrado?”.

El sheikh respondió: “Supe quien eras gracias a tres tipos de conocimiento. Los que tienen conocimiento y lo practican, siempre pueden reconocer a Satán. Ellos saben distinguir lo lícito de lo ilícito, lo verdadero de lo falso”.

“El primer tipo de conocimiento es la ciencia de la jurisprudencia, las leyes que nos han sido dadas por Dios a través de los profetas. De acuerdo con la ley islámica, no podemos romper nuestro ayuno a no ser que se trate de un cuestión de vida o muerte. Nadie se estaba muriendo realmente de sed. Así que tu orden violaba la ley. Sólo el Diablo haría eso. Dios no nos da leyes para luego cambiarlas”.

“La segunda es la ciencia de la teología. Sabemos que Dios no tiene un lugar fijo. Dios es el lugar de todos los lugares. Todos los Profetas han dicho que cuando Dios habla, la voz divina viene de todas partes, de todas las direcciones. La voz que escuchamos venía de una sola dirección, de la luz. Sabía que tenía que ser el diablo, no Dios”.

“El tercero, es la ciencia del Sufismo. Todos los grandes guías sufíes han enseñado que, si Allah se nos manifestara, nuestro estado interior cambiaría radicalmente, nuestro ego sería aniquilado. Pero nadie experimentó ninguna modificación en su estado interior. Si Allah nos hubiera hablado en verdad, nuestras fuerzas, incluso nuestra conciencia, se hubieran evaporado”.

El Diablo exclamó: “Verdaderamente, tú eres el maestro de esta época. Déjame postrarme ante ti, que atesoras tal sabiduría y santidad. Deberías tener muchos más derviches. Debes de sentirte muy satisfecho contigo mismo por haberme derrotado de forma tan completa”.

En ese instante el sheikh se irguió y gritó de nuevo: “Me refugio en Dios del Diablo maldito”. Inmediatamente el Diablo, que había fracasado en su intento de inflar el orgullo del sheikh, desapareció.

Ya ves como el Diablo no deja nunca de intentarlo. Muchas veces, cuando todos los demás trucos han fallado, nos puede atrapar por medio de nuestro orgullo. El Diablo es el enemigo implacable de la humanidad, y puede llegar a extremos increíbles para extraviarnos. A veces extravía a la gente pretendiendo ser un guía espiritual, o incluso Dios el Altísimo. La seguridad está en el estudio y la práctica de la ley religiosa y de las enseñanzas espirituales.

Para alguien que sólo conoce la ley religiosa, este conocimiento es como la valla de un jardín. Puede que el jardín no sólo contenga flores y árboles frutales, sino también malas hierbas y espinas. La valla mantendrá fuera a las bestias dañinas, pero, si algunos animales logran entrar, la misma valla los mantendrá dentro.

El conocimiento espiritual puede servir como una barrera contra el mal, pero no protegerá completamente a tu corazón de la codicia, la ira y el mal comportamiento. Las malas influencias no pueden penetrar fácilmente, pero, una vez adentro, posiblemente permanecerán.

La práctica espiritual sin el conocimiento es como un jardín abierto de par en par. Puede que produzca frutas y flores, pero nada impedirá que los animales coman las frutas y pisoteen las flores. A menos que se hallen rodeados de un muro de conocimiento, la inspiración y la devoción se pierden fácilmente, e incluso pueden convertirse en hipocresía, orgullo espiritual o arrogancia.

En cierto sentido la ley religiosa y el camino místico sufí son como un par de alas. Una sola no puede lograr nada. Se necesitan las dos. Tienes que limpiarte de las impurezas materiales externas y también purificar tu interior de impurezas tales como e orgullo, la hipocresía, la deshonestidad, la ira, y el amor por la fama y el estatus.

El Sufismo sin el Islam es como una vela que arde al descubierto, sin un farol que la resguarde. Hay vientos que pueden apagar la vela. Pero si tienes un farol de cristal protegiendo la llama, la vela puede continuar ardiendo con seguridad.

Es muy importante recordar que tanto la ley religiosa como el camino místico sufí son buenas. Sólo porque no puedas seguir ambos, no es sabio abandonar lo que estás haciendo. Y si Dios, quiere, para aquellos que quieren limpiar el interior de la casa, los muros exteriores también serán construidos un día.

Dios el Altísimo no mira el exterior de sus criaturas, su belleza externa. Dios mira la limpieza y belleza de sus corazones.

En un plano más alto, debes comprender que limpiar tu exterior es mucho más fácil que limpiar tu interior. No te engañes a ti mismo, pensando en limpiar tu interior sin limpiar tu exterior. Si crees, por ejemplo, que el dinero –un símbolo de este mundo- es sucio, siempre puedes lavarte las manos después de haberlo manejado. Pero si tu corazón ha sido conquistado por el deseo del dinero, esto es ya mucho más difícil de limpiar.

En este plano, tratar de limpiar tu naturaleza interna es mucho más difícil que empezar por el otro lado. Pero si eres capaz de hacerlo, el exterior brillará como un cristal. Si eres capaz de hacerlo.

Puedes gastarte uno pocos billetes e ir al peluquero, darte una ducha y comprarte un hermoso traje. Exteriormente es fácil resultar atractivo. Pero ¡cuánto esfuerzo y cuánta riqueza hacen falta para limpiarse por dentro!.

El ideal es tener tu exterior y tu interior en armonía. Tu exterior debería ser como tu interior. Lo que es extremadamente importante es la complexión y la unidad.

Este ejemplo es un poco vulgar, pero alguien que está limpio por fuera y sucio por dentro es como un retrete. Aunque mantenemos el exterior limpio, el interior está obviamente sucio. En los viejos tiempos en Turquía, antes de que hubiese agua corriente, se tenía un cubo lleno de agua limpia para lavarse después de usar el retrete. El interior estaba limpio, pero el exterior del cubo estaba sucio. Ninguna de las dos cosas es buena: limpio por dentro pero sucio por fuera, o sucio por fuera pero limpio por dentro. Debemos volvernos como una botella de cristal, limpia y transparente tanto por dentro como por fuera.

Un maestro de nuestra orden ejemplificó todo esto. Niazi Misri (que su alma sea santificada) es un santo muy importante porque muchos secretos, imposibles de comprender para la gente ordinaria, se volvieron por la gracia de Dios, comprensibles por medio de su poesía. Pero todo santo de este camino tiene que caminar sobre espinas. Niazi fue desterrado a la Isla de Lemnos. El Sultán le escribió muy cortésmente: “Dios y usted saben por qué tengo que pasar por esto y exiliarle”. Era una espina muy bien educada.

Niazi fue enviado a la Isla de Lemnos con grilletes en sus brazos y en sus piernas. No podía mantener limpios su cuerpo y sus ropas hallándose encadenado en una mazmorra. Finalmente murió. Bueno, en realidad no murió. Sólo los animales mueren; los seres humanos tan sólo se transforman.

De acuerdo con la ley islámica, el cuerpo debe ser lavado antes del entierro. Un hombre ortodoxo encargado tal dicha tarea, estaba lavando el cuerpo de Niazi y dijo: “¡Eh, mírate a ti mismo! Te llaman santo, pero ¿cómo pudiste llegar a estar tan sucio al morir?”. Entonces el santo muerto se levantó y dijo: “No hemos tenido tiempo de limpiar nuestro exterior, porque estábamos ocupados limpiando el interior”. Entonces el hombre que estaba lavando a Niazi se desmayó.

Como ves, los santos no mueren: se transforman.
Es muy importante comprender que la ley religiosa externa eleva tu ser más vasto, tu exterior, ante los ojos de Dios y de los hombres. Pero Dios también ve tu interior; incluso si tu exterior es descuidado, Dios ve lo que hay dentro. Por otra parte, el creyente es el espejo del creyente. Gracias a tu limpieza externa, serás aceptado en buena compañía. Pero si tu interior es sucio, al final se descubrirá, y serás expulsado de ella. Un exterior limpio permite la entrada. Es un pasaporte para poder entrar en la sociedad de la gente buena.

Hay diferentes niveles de personas. Cada nivel tiene un color, excepto el más alto, que es transparente. Este es el nivel de los amigos, los amantes de Dios. En este nivel, tu exterior es irrelevante porque, habiéndose tornado transparente, todo el mundo puede ver quién y qué eres tú. Tu interior y tu exterior se han unificado como una fina botella de cristal llena de agua pura.

Por otra parte, hay ciertos sufíes que, deliberadamente, vuelven su exterior feo. No hacen esto por decisión propia, sino por la voluntad de Dios. A estas personas les es dado el atraer la ira y el desprecio de los demás. Esto requiere una gran fuerza interior, así como la ayuda y la protección de Dios. Un verdadero santo puede permitirse aparecer como un borracho abandonado de Dios.

Es necesario considerar todas estas cosas a la hora de responder la cuestión del equilibrio entre el crecimiento interior y exterior. No se puede responder simplemente sí o no.

Un día, los discípulos de Abu al-Bistami acudieron a él a quejarse del Diablo. Dijeron: “El Diablo nos quita nuestra fe”. Entonces el sheikh ordenó venir al Diablo y le interrogó. El Diablo dijo: “Yo no puedo forzar a nadie a hacer nada. Temo demasiado a Dios para hacer esto. En realidad, la mayoría de la gente abandona su fe por todo tipo de razones triviales. Lo único que hago es recoger la fe que ellos tiran”.

El Diablo tiene todas las cualidades humanas, excepto una: el amor. El amor no le fue concedido al Demonio. El amor es el legado de Adán.
Ocurrió que un hermoso leñador vivía en el bosque con su familia. Cerca de allí había una tribu pagana que adoraba a un pino.

Un día, el leñador dijo: “Voy a cortar ese árbol. Estoy seguro de que Dios me recompensará por ello, pues impedirá que esta gente sea pagana y le rece a un ídolo. Y, al mismo tiempo, obtendré buena madera para vender en el mercado. Así mataré dos pájaros de un tiro”.

Mientras se dirigía, hacha en mano, hacia el territorio de la tribu, un hombre se le acercó y le preguntó: “¿Dónde vas?”. El leñador dijo: ”Voy a la tribu que adora a un pino para cortarlo”. El hombre replicó: “No. No hagas eso”.

“¿Quién eres tú para decirme lo que no puedo hacer? Voy a hacer esto por Dios. Voy a echar ese pino abajo”.

“Pues te digo que no lo hagas,” repitió el hombre.

“¿Quién me lo va a impedir?”.

“Yo”.

“¿Y quién eres tú para impedirme cortar ese pino?”.

El hombre respondió: “Soy Satanás; soy el Diablo. No puedes cortar ese árbol. Te lo impediré”.

Entonces el leñador exclamó: “¡Tú! Tú no puedes impedírmelo”. Y agarró al Diablo y lo tiró al suelo. Después, se sentó en su pecho y, dispuesto a matarlo, le puso el hacha en la garganta.

El Diablo dijo: “No me puedes matar. Dios el Altísimo me ha dado vida hasta el Juicio Final. Y mi obligación hasta ese día es desviar a todo el mundo. Mira, ¿cuánto dinero ganas? Yo sé que eres un hombre devoto y que tienes una familia grande, y que también te gusta ayudar a la gente”.

“Gano dos monedas de cobre al día”.

“Eres poco inteligente. Vas a intentar echar abajo ese árbol, pero la tribu no te dejará que cortes su dios. Puede que te maten y que tu familia quede desamparada. Sé razonable. Abandona el proyecto. Haré un trato contigo. Dices que ganas dos monedas de cobre. Todas las mañanas, pondré bajo tu lecho dos monedas de oro. ¿De acuerdo? Tú eres un hombre devoto. En vez de ir y hacer que te maten, lo que puede ocurrir fácilmente, ganarás dos monedas de oro que podrás gastar en tu familia. Y lo que te sobre se lo puedes dar a los pobres”.

El hombre replicó: “No te creo. Quieres engañarme. Todo el mundo sabe que el Diablo es un tramposo y un mentiroso. Sólo quieres salvar tu pellejo”.

“No, No,” dijo el Diablo, “no te voy a engañar. Puedes hacer la prueba. Vete a tu casa y no hagas nada. Si no encuentras las monedas de oro, siempre puedes coger tu hacha y cortar ese árbol”.

“Suena razonable”. Así que el hombre se fue a su casa. A la mañana siguiente, halló dos monedas de oro completamente nuevas debajo del colchón. Se acercó a su esposa y dijo: “Mujer, ya tenemos todo arreglado para el resto de nuestras vidas. He hecho un contrato con el diablo. No necesito ni siquiera trabajar. Todas las mañanas recibiremos dos monedas de oro para gastarlas en lo que no dé la gana”. Pero la mujer no estaba tan segura. “¿Es que no sabes que el Diablo es un mentiroso?” preguntó.

“¡Pero aquí están las monedas de oro!”.

Aquél día comieron bien. Lo que sobró lo distribuyeron entre los vecinos de la derecha y de la izquierda. A la mañana siguiente, el leñador se levantó temprano y radiante y metió la mano debajo del colchón. Nada. Levantó el colchón. Nada. Levantó las almohadas, las alfombras, incluso el suelo, pero no encontró nada. “Ah, me has engañado”. Lleno de ira, tomó su hacha y salió a cortar el pino de los idólatras. En el camino, se encontró de nuevo con el Diablo, esta vez muy sonriente. El Diablo dijo: “¿Adónde piensas que vas?”.

“¡Tramposo, mentiroso! Voy a echar abajo ese pino.”

El Diablo tocó al leñador con un dedo en el pecho y el hombre se derrumbó. Satán dijo: “¿Quieres que te mate ahora? Ayer eras tú el que quería hacerlo”.

“Oh, no, no, no me mates. Y tampoco quiero tu dinero. Tan sólo quiero preguntarle una cosa. Hace sólo dos días, cuando quisiste impedir que cortara el ídolo, te derroté muy fácilmente. Te agarré, te tiré al suelo, y, al final, casi te mato. ¿De dónde has sacado esta fuerza hoy?”.

“Ah, el otro día ibas a cortar ese árbol por Dios. Hoy, mehas atacado por dos monedas de oro”.
Una vez, un despiadado bandido que había que había matado a noventa y nueve personas, acudió a un maestro religioso ortodoxo y le dijo que quería cambiar su vida y arrepentirse de sus fechorías. El maestro le respondió que nunca podría ser perdonado por todos los asesinatos cometidos. Lleno de furia, el bandido dijo que, ya que no iba a ser perdonado, le quitaría la vida también al maestro. Así que le cortó la cabeza.

Poco después, el bandido encontró a un hombre sabio que verdaderamente digería y practicaba lo que enseñaba. El bandido le preguntó si alguna vez podría llegar a ser perdonado por haber matado a cien hombres inocentes. El hombre respondió que Dios siempre perdonaba el arrepentimiento sincero. Y añadió que el bandido debería abandonar su ciudad natal, que estaba llena de ladrones y otras gentes malvadas, y mudarse a la ciudad más cercana, el hogar de muchas personas honradas y rectas. La buena compañía nos lleva al buen comportamiento y la mala compañía al pecado.

El bandido volvió a su casa, recogió sus cosas, y se puso en marcha hacia la ciudad de los justos. Pero a pocos pasos de su ciudad natal, le llegó la hora de su muerte. En el mismo instante en que su cuerpo se desmoronaba, los ángeles guardianes vinieron del Infierno para llevarse su alma. Al mismo tiempo, los ángeles del Paraíso llegaron para reclamarla. El primer grupo de ángeles argumentó que el bandido había matado a cien personas y que su alma debía ir al infierno. Los ángeles celestiales respondieron que el hombre se había arrepentido sinceramente y había, además, puesto en práctica su arrepentimiento al salir de su hogar para dirigirse a la ciudad de los rectos.

Finalmente, el arcángel Gabriel fue enviado a juzgar la cuestión. Gabriel preguntó a Dios cómo debía proceder, ya que existían argumentos sólidos para ambos lados. Dios le dio a Gabriel una vara de medir divina y le dijo que tomara su decisión midiendo la distancia entre el cuerpo del bandido y las dos ciudades. Si había muerto más cerca de la gente recta, su alma iría al Cielo; si se hallaba más cerca de la gente malvada su alma iría al Infierno.

Todos los ángeles acordaron aceptar el procedimiento de Dios, aunque los ángeles celestes se sentían apenados de perder su alma, ya que el bandido había muerto a unos pocos pasos de la ciudad de los malvados. Gabriel extendió la vara divina y midió dos metros desde el cuerpo del bandido a la puerta de su ciudad natal. Justo cuando daba la vuelta a la vara para medir la distancia a la ciudad de los justos, por la gracia de Dios, los alejados muros se pusieron casi al lado del cuerpo, a menos de un metro de distancia. Así que el alma del pecador arrepentido fue confiada a los ángeles del Paraíso.

Lo mismo ocurre con nosotros. Si sinceramente quieres cambiar tus malas costumbres, cambia tu compañía. Y lo que es más importante, ruega a Dios que te conceda la gracia de cambiar. No consideres tu mejoría como un mérito tuyo. Tu arrepentimiento es una bendición del Señor. Y lo mismo tu capacidad para actuar de acuerdo con tu arrepentimiento. Si quieres ser una buena persona, busca la compañía de gente buena. Y si quieres amar a Dios, quédate con aquellos que aman a Dios.
Una de las mayores fuentes de mal en el mundo son el chismorreo y la difamación. Pero el Diablo puede ser también un buen maestro. Todo lo que necesitas es saber lo que él quiere y luego hacer todo lo contrario. Por ejemplo, si ves los fallos de los otros y los escondes, Dios ocultará y perdonará setenta de tus faltas.

Una vez, Dios preguntó a Gabriel: “Oh, Gabriel, ¿si te hubiera credo como un ser humano, cómo Me adorarías?”.

“Mi Señor, Tú lo sabes todo – lo que ha sido, lo que será y lo que podría ser. Nada en el cielo o en la tierra permanece oculto a tu mirada. Tú sabes cómo Te adoraría”. Dios dijo: “Sí, Gabriel, ciertamente lo sé, pero mis siervos lo ignoran. Habla para que los demás puedan escuchar y aprender”.

Entonces Gabriel dijo: “Mi Señor, si fuera un hombre te adoraría de tres formas. Primero, daría de beber al sediento. Segundo, escondería las faltas de los demás en lugar de hablar de ellas. Tercero, ayudaría a los pobres”. Entonces Dios dijo: “Porque sabía que harías estas cosas, te hice llevar las Revelaciones y te envié a mis Profetas”.

Esconde los pecados de los otros para que los tuyos puedan permanecer escondidos. Perdona a los demás para que puedas ser perdonado. No les eches en cara sus faltas, o lo mismo te podría ocurrir a ti.

Puede que conozcas una falta de una persona; Dios conoce más de mil de las tuyas. Supón que Dios descubre una de tus faltas. ¿Quién la esconderá una vez que Dios la ha revelado?.

Satisface a cualquier persona que te pida ayuda. Si te niegas a ayudar a otros, este mundo puede quitarte luego lo que ni quisiste dar voluntariamente. Recuerda: la morada de Gabriel consiste en darle agua al sediento, esconder las faltas de los demás y ayudar a los pobres. Ayuda ahora a los que lo necesitan. Si dejas escapar la oportunidad hoy, puede venir un tiempo en que no tengas ya más oportunidades de ayudar a los demás.

La difamación es una costumbre terrible. Dios la detesta. Dios dice: “Creyentes, ¿comeríais la carne de vuestro hermano muerto? Difamar a tu hermano creyente es hacer exactamente eso, porque él no está presente para defenderse”. El Profeta (la Paz y las Bendiciones de Dios sean con él) dijo que la difamación es peor incluso que el adulterio. El renunciar a la difamación y al chismorreo es un gran logro y asegura el éxito y la salvación.

Bayasid al-Bistami (que su alma sea santificada) contó en una ocasión: “Una vez que estaba en un funeral, vi a una persona hermosa y devota que estaba sosteniendo un plato de mendigo. Me sorprendió muchísimo. Sentía que una persona de tan buena apariencia no debería estar pidiendo”.

“Aquella noche tuve un sueño. El cadáver de la persona estaba enfrente a mí y se me ordenaba que comiera su carne”. “¡No puedo comer carne humana!” protesté. Entonces se me dijo: “Sin embargo, hoy has comido de su carne”. Realmente, no había hablado del hombre o criticado su mendicidad ante nadie. Tan sólo había tenido el pensamiento de que pedir no era digno de una persona tan refinada y devota”.

Solamente albergar pensamientos difamatorios es considerado un pecado en los santos de Dios. Los demás pecamos cuando hablamos o actuamos de acuerdo con nuestros pensamientos. Las virtudes de los piadosos son los pecados de los santos.
Hay una gran sabiduría en actuar por Dios y no por ninguna otra razón. Una vez, Alí (que Dios esté complacido con él) estaba luchando en el campo de batalla con uno de los más poderosos campeonas del enemigo. Finalmente, consiguió arrancarle al guerrero la espada de las manos y hacerle caer al suelo. Al levantar la espada para quitarle la vida al enemigo, el hombre levantó la vista y escupió a Alí en la cara. El guerrero musulmán se detuvo y enfundó su espada. El hombre caído dijo: “No comprendo. Estabas a punto de matarme y, ahora, que te he escupido en la cara, me perdonas la vida. ¿Por qué?”.

Alí respondió: “Antes, iba a quitarte la vida luchando en la causa por Dios. Pero cuando me escupiste, me enfurecí. Si te hubiera matado entonces me habría convertido en un asesino porque lo habría hecho por razones personales. Lucharé por Dios, pero no asesinaré por mi ego”.

El guerrero caído quedó tan impresionado que se hizo musulmán.
Un día, un yezidi (un adorador del Diablo) entró en mi librería de Estambul. Yo no estaba allí y el hombre le pidió a mi asistente un libro sobre el culto al Demonio. Mi asistente contestó: “¿Qué has dicho? Esa es la forma más terrible de incredulidad”. Los dos estaban empezando a discutir cuando yo entré en la tienda. Tranquilicé al yazidi discutiendo la historia y las creencias de los yazidis. Hablé y hablé hasta que el hombre me preguntó: “¿Eres un yazidi?”.

“No,” respondí, pero estoy interesado. Conozco el tema”.

El hombre estaba muy feliz y orgulloso de que un respetado maestro espiritual los conociera y pudiera hablar sobre ellos.

Puede que te sorprenda el hecho de que haya adoradores del Diablo. Pero hay que darse cuenta de que hay mucha gente entre nosotros de están completamente bajo la influencia del Demonio. Dios el Altísimo nos advierte: “¿No os dije que no adorarais al Diablo? El es claramente tu enemigo”. Si nadie siguiera al Diablo, ¿a quién se dirigiría Dios? Obviamente, hay muchos de nosotros que, consciente o inconscientemente, adoran al Demonio.

Pero el Diablo es útil. En nuestra degustación de esta vida terrenal, el Diablo es como la sal y las especias. Una comida sin ninguna especia no tiene sabor. Sin el Diablo, la vida sería muy aburrida. Si no fuera por él, no tendríamos ambición, ni lucharíamos por esta o aquella recompensa. No habría policía, ni prisiones, ni abogados, ni jueces. Todas estas profesiones dependen de la existencia del Diablo. Lo cierto es que todos estos trastornos nos enseñan orden. Aprendemos de la experiencia de los opuestos.

Uno de los hermosos atributos de Allah es Ya Muzil, el que extravía. Dios guía a quien quiere y extravía también a quien quiere. Los profetas de Dios son manifestaciones del atributo, Ya Hadi, el que guía. Una manifestación del atributo opuesto, Ya Muzil, es el Diablo.

Un día el Diablo dijo: “¿Qué es esto? ¡Qué injusto! Haga lo que haga la gente, siempre que ocurre algo malo me echan la culpa a mí. ¿Qué culpa tengo yo? ¡Soy inocente! Mira, te mostraré como me culpan por todo”.

Había un fuerte carnero sujeto a una cuerda, que a su vez, estaba atada a una estaca. El Diablo aflojó la estaca y dijo: “Esto es todo lo que voy a hacer”.

El carnero dio un tirón y arrancó la estaca del suelo. La puerta de la casa de su propietario estaba abierta y, en la entrada, había un hermoso espejo, enorme y antiguo. El carnero vio su reflejo en el espejo, agachó la cabeza y atacó. La luna quedó destrozada.

La dueña de la casa corrió escaleras abajo y vio su hermoso espejo, que había estado en la familia durante años, completamente destrozado. Enfurecida, les gritó a los sirvientes: “¡Cortadle la cabeza a ese carnero! ¡Matadlo!”. Así que los sirvientes mataron al animal.

Pero aquel carnero era una bestia especialmente querida de su marido, que le había dado de comer de su mano cuando era pequeño. Así que al llegar a casa halló a su hermoso carnero muerto. “¿Quién le ha matado? ¿Quién ha podido hacer algo tan terrible?”.

Su mujer gritó: “Yo maté a tu carnero. Lo hice porque había destrozado ese espejo tan hermoso que me habían legado mis padres”.

El marido, airado, replicó: “En ese caso, me divorcio de ti”.

Los chismosos del vecindario les dijeron a los hermanos de la mujer que su marido iba a divorciarse de ella por causa del carnero que había matado.

Los hermanos se pusieron furiosos. Reunieron a sus parientes y salieron a por el marido, armados con fusiles y espadas. El marido oyó que venían y llamó a sus propios parientes a defenderle. Las dos familias comenzaron una disputa en la que se quemaron muchas casas y murieron muchas personas.

El Diablo dijo: “¿Ves? ¿Qué he hecho yo? Tan sólo mover la estaca. ¿Por qué voy a ser responsable de todas las cosas terribles que se hicieron los unos a los otros? Yo tan sólo aflojé un poquito la estaca”.

Vigila tu estaca.
Lo cierto es que los hombres pueden superar al Diablo en cualquier momento. Había un hombre extremadamente devoto, que nunca perdía una oración. Por supuesto, el Diablo odia a este tipo de personas. Había intentado extraviar al joven de mil formas, pero nunca funcionaba.

En aquel tiempo, vivía una vieja mujer que era conocida por tener su propio diablo personal. La mujer, naturalmente, conocía al gran jefe. Un día le dijo al Diablo: “Sé que estás tratando de extraviar a ese joven y veo que no lo logras. Si lo deseas, yo puedo hacerlo a cambio de una pequeña recompensa”.

“¿Qué quieres?”. El Diablo estaba dispuesto a darle cualquier cosa.

“Quiero un par de zapatos rojos. Si me das un par de zapatos rojos, extraviaré a ese joven”.

“De acuerdo. Trato hecho”.

La noche siguiente, el joven devoto pasó por delante de la casa de la vieja, de camino a la oración. La vieja arpía salió gritando: “¡Se me han escapado todas mis gallinas! Están por toda la calle. Tú pareces un joven amable y estoy segura de que te gustaría ayudar a una pobre anciana. ¿Te importaría ayudarme a recoger mis gallinas?”.

El joven aceptó y ayudó a la vieja a recoger las gallinas y a meterlas en el corral. Una vez que hubieron terminado, ella dijo: “Ah, eres un joven tan maravilloso. La luz brilla en tu cara. Debes de ser tan devoto, tan amado de Dios, que quiero pedirte otro favor. Mi hija está terriblemente enferma. Estoy segura de que si vas arriba y rezas por ella, mejorará. ¿Podrías hacer esto por mí?”.

El joven accedió. En cuanto entró en la habitación de la hija, la vieja cerró la puerta y echó cerrojo desde afuera. En la habitación había una mujer muy hermosa durmiendo en la cama. La vieja habló desde el otro lado de la puerta: “Mira, joven tienes que hacer una de estas tres cosas. Hay una gran botella de vino en la habitación y también duerme ahí el bebé de la mujer. Tienes que o beberte el vino, o matar al niño o cometer adulterio con la mujer”.

El joven estaba horrorizado, pero sabía que lo habían atrapado. “¡No puedo hacer nada de eso! Soy un hombre devoto. No ha pecado en toda mi vida”.

En ese caso, voy a gritar. Los vecinos vendrán y les contaré que has entrado en mi casa por la fuerza y que estás a punto de violar a mi hija”.

“¡No, no lo hagas!”. El joven miraba a su alrededor. Asesinato, adulterio y bebida. El pecado menor es la bebida, así que se bebió la botella de vino. Cuando hubo terminado el vino, la mujer le pareció aún más atractiva. La tomó, y, al momento, el niño empezó a llorar. Le pegó un manotazo y lo mató.

Prendieron al joven y lo ahorcaron como un borracho que había cometido adulterio y asesinato.

Entonces vino el Diablo y ató el par de zapatos en la punta de una vara. Desde lejos, le acercó el palo a la vieja y dijo: “Aquí tienes tus zapatos”. ¡Ni el Diablo quería acercarse a ella!.
Un día, el Faraón estaba bañándose cuando tocaron a la puerta. Era el Diablo, que venía a visitarle. El Faraón preguntó: “¿Quién es?” y el Diablo respondió: “¡Pretendes ser un dios y ni siquiera sabes quién está tras la puerta!”.

Cuando el Faraón vio de quien se trataba, dijo: ”No soy Dios, cosa que vos y yo sabemos. Y tampoco tú tienes los poderes que pretendes tener. Lo que ocurre es que Dios nos ha dado esta cualidad malvada de tiranizar a la gente y sacar beneficio por ello. Ahora que queda claro quienes somos, me pregunto si hay alguien en el mundo peor que nosotros.

Entonces el Diablo le contó la historia de la vieja y el joven devoto.

El Diablo continuó. Después de haber recibido sus zapatos, la vieja pidió un favor, ya que había hecho un buen trabajo por un precio irrisorio. Le dijo: “Tengo una vecina que es muy devota. Tiene dos vacas y, todas las noches, sus vacas retornan del campo con sus ubres repletas de leche. Ella ordeña la leche y, tras beber una parte, distribuye el resto entre los pobres. Lo que quiero que hagas es que lleves a esas vacas al acantilado y las empujes”.

El Diablo le preguntó a la vieja: “¿Por qué? ¿Es que esa vecina no te da leche a tí?”.

“Sí, y eso es lo que más me molesta. Por eso quiero que mueran sus vacas”.

El Diablo sugirió: “En vez de matar esas vacas, déjame que te de dos a ti. Robaré dos vacas y te las traeré. Entonces podrás hacer lo que ella hace, si quieres”.

La vieja dijo: “No, no. No quiero dos vacas, ni tampoco quiero que ella las tenga”.

Así que el Diablo le dijo al Faraón: “Ves, esa mujer es peor que tú y yo”.
Dios ha dicho: “he creado a los hombres como mi obra suprema. Los he hecho mejores que ninguna criatura, incluidos mis ángeles”. Pero esto se refiere a aquellos que se embellecen con las cualidades y atributos que Dios les ha concedido. Son los seres humanos que siguen las reglas del Corán y otros libros sagrados y el ejemplo de los profetas. Sobre la gente, que no trata de seguir la guía que Dios nos ha dado, por medio de estas escrituras y profetas, Dios ha dicho: “Los humillaré hasta lo más bajo”.

A veces, estas personas tienen el aspecto de seres humanos, pero en realidad son animales. Y se comportan peor que los animales. Piensa en las bestias más violentas, carnívoras y peligrosas – la cobra, el tigre, el león. Después de todo, ¿cuánta destrucción pueden causar? Puede que maten a unos cuantos hombres y mujeres. Pero un ser humano que se vuelve un animal puede matar millones.

No hay solamente un Diablo. El Diablo y Adán fueron creados casi al mismo tiempo. En realidad, el Diablo fue creado primero; pero ambos descendieron a este mundo al mismo tiempo. Cuando Adán fue creado, Dios ordenó a todos los ángeles que se inclinaran ante él pero el Diablo se negó. Debido a esto, el Diablo fue expulsado del cielo. Entonces Adán descendió a este mundo.

Todos somos descendientes de Adán y también el Diablo tiene sus descendientes. Una de las pierna del Diablo es masculina y la otra femenina. Es decir, el Diablo es hermafrodita. El Diablo procrea y, así, cada uno de nosotros tiene su diablo personal.

El Diablo aparece en forma humana. Le hace gracia que todos se lo imaginen feo, con cuernos y cola. No, el Diablo no es feo. Antes bien, es muy hermoso. Al hombre se le aparece en la forma de una mujer muy bella. Y, por supuesto, a las mujeres se les aparece en la forma de un hombre muy apuesto. Todos tenemos nuestros diablos y así, cada uno de nosotros con un a forma propia.
Una noche, ya tarde, El Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) salió de la casa de su joven esposa Aisha. Ella estaba celosa y lo siguió. El se volvió y sonriendo, dijo:

“Aisha, veo que has traído tu demonio contigo”.

“No veo a nadie”, dijo Aisha,

“Todo el mundo tiene su propio demonio”.

Entonces, un poco impertinente, Aisha preguntó:

“¿Incluso tú, oh Mensajero de Dios? ¿También tú tienes tu demonio?”.

“Sí”, respondió el Profeta, “pero yo he convertido al mío. Lo he hecho musulmán.
Cuando los seres humanos recuerdan a Dios, ven la luz nuevos ángeles. Pero el chismorreo, la crítica y otras malas acciones dan lugar al nacimiento de nuevos demonios. Para darte un ejemplo concreto: si tú me maldices, empezaremos a luchar, a matarnos el uno al oro y a despedazarnos. Es la creación de ese demonio. Y si con tu devoción y tu comportamiento honesto y amable enseñas a otros a comportarse del mismo modo, crearás el bien. Ese es el ángel que ve la luz. No se trata de ángeles o demonios “materiales”; sino como los reflejos de los ángeles y demonios en un espejo.

El Diablo nunca ha estado en el Paraíso. La serpiente que allí habitaba era un ser muy hermoso. Tenía cuatro patas, que Dios le quitó después de lo ocurrido con Adán (que la paz de Dios sea con él).

Dios ordenó a la serpiente que se deslizase sobre su vientre. Pero incluso ahora es un animal hermoso. Las mujeres hacen bolsos y zapatos con su piel. La serpiente no era el Diablo. Aquel incidente tenía que ocurrir. Adán tenía que morder la fruta del árbol prohibido, así que, por un momento, Dios puso al Diablo en la punta de la lengua de la serpiente.

Late aquí un muy importante significado místico. El Diablo era el veneno, no la serpiente. Ni siquiera la lengua era el Diablo: sólo el veneno en la punta de la lengua de la serpiente. Esta es una prueba de que lo que te extravía está en tu lengua, el veneno del Diablo.

Dios dice acerca del incidente de Adán al ser expulsado del Paraíso: “Hablando el uno contra el otro, despreciándose el uno al otro; caed del paraíso y volveos enemigos el uno del otro”. Puede verse cómo esto se hizo realidad en tan sólo una generación. Caín y Abel se hicieron enemigos por causa de palabras envenenadas. La fuente de todo mal es que las personas hablen mal y se maldigan las unas a las otras.

Muchas veces me han preguntado cuándo podrá establecerse la paz eterna en este mundo. A partir de Adán se puede ver que todo hombre y mujer ha tenido y tendrá un adversario. El Diablo se oponía a Adán, el Faraó a Moisés, Judas a Jesús. Este es nuestro destino.

El Diablo era al principio un ángel, más: un arcángel. Su nombre era Harris, que significa ambicioso. Era ambicioso con la oración. Rezaba a Dios en todos y cada uno de los lugares del Universo. Pero cuando Dios creó a Adán, el Diablo pensó que esas oraciones le daban un derecho especial, y se volvió arrogante. Así que cuando Dios le ordenó que se postrase ante Adán, él se negó. Esta arrogancia, nacida de sus oraciones pasadas, hizo que el Diablo fuese expulsado de la misericordia de Dios.

Cuando Dios le dijo que saliera del cielo y fuera al infierno, el Diablo pidió que se le concediese tiempo. Dijo: “Te eh rezado durante miles de años, a lo largo y a lo ancho del Universo”. Dios accedió a darle tiempo al Diablo hasta el día del juicio. El Diablo, entonces, dijo que usaría ese tiempo para engañar y extraviar a todo el mundo. “Voy a estar frente a ellos y detrás de ellos, a su derecha y a su izquierda”.

Dios le concedió Su permiso, pero añadió: “Mandaré a todos los que te sigan al Infierno. Y Me manifestaré a todos desde arriba y desde abajo”.

Como ves, el Diablo reclamó sólo cuatro direcciones, dejando arriba y abajo para Dios. Por esta causa levantamos las manos e inclinamos nuestras cabezas en la oración.
Un día, el Diablo estaba paseando desnudo por las calles de Bagdad. Yunaid al-Bagdadi (que su alma sea santificada) se cruzó en su camino y le dijo: “Mírate. ¿No te da vergüenza?”.

“¿Vergüenza de qué?”.

“Mira a todas esas personas a tu alrededor, la ciudad de Bagdad entera”.

“ Tú les llamas personas, pero para mí no significan nada. Puedo jugar con ellos como un hombre que hace juegos malabares. Lo que me preocupan son los dos hombres que están en esa mezquita. Ni siquiera puedo acercarme a ellos. Si lo hiciera, su aliento me quemaría como el fuego”.

Yunaid al-Bagdadi sentía curiosidad, así que fue a la mezquita. Había sólo dos personas allí, recitando La illaha illallah, “No hay dios sino Dios”. Sus rostros estaban cubiertos. Uno de ellos levantó el velo que le cubría la cara y sonrió. Era un hermoso joven, tan joven que sus bigotes estaban sólo empezando a crecer. Se volvió y, sonriendo, le dijo al gran maestro Sufí: “Oh, Yunaid, ¿te crees todo lo que el Diablo te dice?.

Capítulo 11: La generosidad

Hace unos años, un maestro llegó a una pequeña ciudad. En aquellos tiempos, la costumbre era abrir la puerta a cualquiera que viniese como “huésped de Dios”. Así se les llamaba. Cuando alguien golpeaba tu puerta y decía que era un “huésped de Dios”, tenías que invitarlo, alimentarlo y darle un lugar donde dormir.

El viajero se encontró con un grupo de gente de la ciudad y preguntó: “¿Hay en esta ciudad alguna persona que pueda acogerme esta noche? Mañana continuaré mi viaje”.

Los lugareños respondieron: “Pues sí, hay una persona que suele recibir huéspedes. Si te quedas allí, te dará de comer, te alojará y será muy amable contigo. Pero tenemos que advertirte de que tiene un hábito muy extraño: por la mañana, cuando te vayas a ir, te dará una paliza”.

Era invierno y hacía mucho frío, así que el viajero pensó: “No voy a pasar la noche en la calle, hambriento y muerto de frío. Iré y aguantaré lo que me venga. Comeré, dormiré en una habitación caliente, y, si al final me da una paliza, que me la dé”.

El viajero llamó a la puerta y un hombre muy amable salió a abrir. El viajero dijo: “Soy un huésped de Dios”. El hombre respondió: “Ah, entre, por favor, entre”. Acto seguido, le ofreció el mejor asiento de la casa y los mejores almohadones. El viajero contestó: “Eyvallah” (Eyvallah significa “Como quieras”. Literalmente se traduce “Como Dios Quiera”. Decir Eyvallah significa que estamos dispuestos a aceptar lo que se nos dé, sea lo que sea –bueno o malo, apetecible o no- recordando que procede de Dios).

“¿Le pongo un almohadón detrás para que esté más cómodo?”

“Eyvallah”

“¿Tiene hambre?”

“Eyvallah”

El anfitrión trajo entonces una cena deliciosa y, al terminar, preguntó a su huésped si quería algo más.

“Eyvallah”

“¿Quieres café?”

“Eyvallah”

“¿Le apetece un cigarrillo?”

“Eyvallah”

“¿Le hago la cama?

“Eyvallah”

El anfitrión preparó una cama blanda maravillosa y puso una frazada de plumas encima.

“¿Quiere usted un vaso de agua antes de irse a dormir?”

“Eyvallah”

Por la mañana, el anfitrión se levantó temprano. Le preguntó al viajero:

“¿Quiere desayunar?’

“Eyvallah”

Así que sirvió un desayuno estupendo. Una vez terminado, el viajero se dio cuenta de que era hora de despedirse de su anfitrión. Después de las historias que había escuchado, tenía miedo de lo que podía ocurrir, a pesar de que este hombre había consagrado casi un día a cuidar de él.

“Me temo que tengo que despedirme ya”, dijo temerosamente.

El anfitrión respondió:

“Eyvallah”, y añadió:

“Usted parece ser un hombre sin mucho dinero. ¿me permite que le dé algo?”

“Eyvallah”.

Así que el amable anfitrión le dio diez monedas de oro. El viajero pensaba para sí: “¡Vaya paliza que me va a dar ahora!”

El anfitrión le acompañó hasta la puerta y le dijo: “¡Vaya usted con Dios!”. El viajero, asombrado, replicó:

“Perdone, pero por ahí se rumorea algo terrible sobre usted, que es la persona más generosa que he conocido en mi vida. Dicen que usted es muy hospitalario con sus huéspedes, pero que por la mañana les da una paliza. ¿Puedo correr la voz de que no hacer tal cosa y de que es usted un hombre y anfitrión maravilloso?”.

El anfitrión contestó: “No, no. Lo que dicen es cierto”.

“¡Pero usted no me ha tratado así!”.

“No, usted es diferente. Mis otros huéspedes son mucho más problemáticos. Cuando les ofrezco el mejor asiento de mi casa, dicen:

“Oh, no, no, gracias, siéntese usted ahí”. Cuando les ofrezco café, responden: “Pues no sé, no quiero molestarle”. Les pregunto si quieren cenar y dicen: “No, por favor, sería demasiada molestia”.

A esas personas ciertamente les doy una paliza por la mañana.

Hace muchos años, un gran maestro Sufí partió en peregrinaje hacia la Meca. Una vez terminado, se enteró de que, aquél año, todos los peregrinos habían sido aceptados por Dios debido al peregrinaje perfecto de un hombre, un mercader de Bagdad llamado Abdullah ibn Ibrahim. Este era un logro extraordinario.

Las reglas que rigen el Peregrinaje son extremadamente numerosas y complejas. Es virtualmente imposible para la mayoría de la gente realizar todo a la perfección. Así que cada peregrino pide a Dios Misericordioso y Compasivo que acepte su peregrinaje imperfecto.

El sheikh decidió ir a Bagdad para conocer a este Abdullah ibn Ibrahim cuyo peregrinaje había sido tan maravilloso que había hecho que todos los demás fuesen aceptados.

Tan sólo unos meses antes, en Bagdad, un hijo se quejaba a su padere de que un día en que estaba en casa de su mejor amigo, habían servido la cena a todos menos a él. El padre se sorprendió sobremanera. Uno de los principios fundamentales de la hospitalidad en el Islam es que nunca se debe comer y dejar a un huésped hambriento. Tal falta de hospitalidad puede incluso ser considerada un pecado.

Al día siguiente el padre fue a ver a su vecino y le preguntó sobre lo que había ocurrido. “Por favor, perdóneme por sacar el tema. Yo sé que usted es un hombre devoto y de buen carácter. Estoy seguro de que usted no violaría una obligación moral tan importante sin tener una buena razón”.

El padre tenía toda la razón. Si vemos que alguien comete una falta, es nuestro deber indicárselo e intentar detenerlo para que no siga errando, así como ver si le podemos ayudar. Si ves a un ciego andando hacia una fosa, tu deber como ser humano es gritar:

“¡Detente!”, y, si esto no basta, agarrar al hombre e impedir el desastre.

El vecino respondió: “Ya que me lo ha preguntado, se lo diré. No le he dicho nada a nadie, pero los negocios me han ido muy mal este año pasado. Durante semanas, mi familia ha tenido poco o nada que comer”.

“Ayer encontré un camello muerto en la carretera. Corté un trozo de una pata y lo traje a casa. Como usted sabe, esta clase de carne está prohibida para los Musulmanes. La única excepción es si hay un verdadero peligro de inanición o mala nutrición. Así que esa carne era lícita para mi familia pero no para su hijo, y, no podía servirle a él”.

El padre respondió: “Me gustaría que hubiese acudido antes de mí. Tengo bastante dinero. Por favor, permítame que le ayude”.

“No”, dijo el vecino. “Dios conoce mi situación aunque la gente no lo sepa. Confío en Dios para nuestro sustento. Nunca se lo hubiera dicho a usted ni a nadie, pero tenía que explicarle lo de su hijo”.

El padre insistió: “Por el amor de Dios, acepte mi ayuda. Dios ha querido que yo le pregunte y ha querido que usted me cuente. ¿Cómo puede saber usted que Dios no me ha elegido como un instrumento para su Misericordia? Además tengo ahorrada una cantidad considerable de dinero para ir al Peregrinaje este año que viene. Ya he estado antes en la Peregrinación, así que ya he cumplido con mi deber religioso. No necesito ir otra vez e insisto en que acepte el dinero para usted y para su familia”>

Cuando el sheikh llegó finalmente a Bagdad y encontró a Abdullah ibn Ibrahim, el mercader se quedó atónito al escuchar su sueño. Al fin dijo:

“Pues no he ido a la peregrinación este año. Quería ir, pero usé todo el dinero para ayudar a mi vecino”.
El Profeta Abraham (que la paz de Dios sea con él) es el símbolo de la generosidad y la hospitalidad. Nunca comía a menos que hubiese algún invitado a su mesa. En cierta ocasión, pasó un mes entero sin que nadie viniera a su casa. Nadie compartía su comida, así que Abraham estuvo todo ese tiempo casi sin comer.

Al fin, rezó a Dios diciendo: “Oh, Dios, Tú me has dado esta costumbre maravillosa de no comer a menos de poder compartir mi mesa con alguien. No he comido durante un mes entero. Me pregunto su hay otras personas como yo”.

Dios le dijo: “Vete y viaja por el mundo y mira a ver si hay otros como tú”.

Dios nos ordena que viajemos. Sólo viajando pueden las criaturas de Dios encontrarse y conocerse. En estos encuentros de mentes y corazones, se resuelven malentendidos y se entablan amistades.

Así que Abraham empezó a viajar. Finalmente, encontró a alguien que le rogó que aceptase su hospitalidad, diciendo: “He pasado tres meses sin comer porque no había nadie para compartir mi mesa”. Abraham no había comido durante un mes, pero aquí estaba alguien que lo superaba.

Feliz, Abraham aceptó la invitación de aquel hombre maravilloso. Después de la cena, el profeta tenía la costumbre de rezar. Dijo que incluiría a su anfitrión en sus oraciones y le pidió que rezase por él. El anfitrión respondió que había dejado de hacer esas peticiones. Durante muchos años, le había pedido a Dios una cosa, y al ver que Dios no había contestado a sus ruegos, sentía que no era digno de hacerlos. Abraham preguntó: “¿Cuál era tu petición?”. Su anfitrión respondió: “He oído decir que hay un gran profeta sobre la tierra, un amigo especial de Dios, llamado Abraham. Durante años he rezado para que se me concediera conocerle. Pero mi deseo no me ha sido concedido. Mi boca no es digna de hacer tales peticiones. Rece usted en mi lugar”.
Algunos años más tarde, después de que Abraham hubo regresado a casa, alguien llamó a la puerta. Abraham abrió y vio a un viajero desastrado, cubierto de polvo y suciedad. Comprendiendo que no se podía tratar de un creyente, le preguntó cuál era su religión. “Soy un adorador del fuego”, dijo el hombre.

Cuando oyó esto, Abraham pensó en sacarle de sus creencias falsas e idólatras. Así que echó al hombre, diciendo: “No puedo ayudar a los incrédulos y a los adoradores del fuego. Ven a la fe, a la verdadera religión y a la adoración de Dios. Entonces estaré encantado de tenerte como huésped”.

Aquella noche, Dios le habló a Abraham.

“Abraham, no le niego el sustento a este hombre, aunque él me lo niega a Mí y rechaza seguir Mis mandamientos. Así que ¿cómo puedes tú, ni servidor, negarte a darle de comer? ¡Vete a buscarle enseguida y siéntale a tu mesa!

A la mañana siguiente, Abraham empezó a buscar al forastero. Viajó durante meses hasta que finalmente halló al hombre en Medina. Le contó al adorador del fuego lo que Dios le había dicho, le llevó de vuelta a su casa, y le dio una espléndida bienvenida.

Conmovido por aquella demostración de la Gracia Divina, el adorador del fuego abrazó la verdadera religión de Abraham.
Un día, el venerable Abu Bakr (que Dios lo bendiga), amigo íntimo y suegro del Profeta, así como el primer Califa, vio algunos de los primeros dátiles frescos de la temporada en el mercado. Compró un manojo de ellos como regalo para el Profeta. Al Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) le gustaban mucho los dátiles. Abu Bakr puso los dátiles delante del Profeta. Cuando los iba a tomar, un simple beduino del desierto que estaba sentado detrás dijo: “Oh Profeta, me gustan mucho los dátiles frescos. ¿Me los puedes dar?”. Así que Muhammad le dió todos los dátiles al beduino.

Pero Omar (que Dios lo bendiga), el segundo Califa, se los compró a este y los puso de nuevo delante del Profeta.

El beduino otra vez se acercó al Mensajero de Dios y le pidió los dátiles. Así que el Profeta le dio otra vez al hombre el manojo entero de dátiles, sin tomar ni uno sólo para sí.

Ali (que Dios lo bendiga), yerno y sobrino del Profeta, le compró nuevamente los dátiles al beduino y se los ofreció de nuevo al Profeta.

Otra vez el beduino pidió los dátiles. El Profeta respondió:

“Oh beduino, ¿realmente te gustan estos dátiles o estás haciendo negocio?”.
Un día, después de que Omar (que Dios le bendiga) se conviertiese en Califa, estaba sentado con sus compañeros cuando se le acercaron tres hombres jóvenes. Dos de ellos tenían tomado al tercero. El Califa les preguntó que querían. Los dos hombres respondieron que el tercer hombre había matado a su padre. Así que lo habían agarrado y llevado ante el Califa para pedir justicia.

Omar le preguntó al tercer hombre si esto era verdad. El respondió: “Sí, es verdad. No hay testigos de este hecho aparte de Dios. Si Usted me lo permite, le contaré lo que ocurrió y aceptaré su veredicto, sea el que sea. Llegué a Medina esta mañana para visitar la tumba del Profeta. Até mi caballo a un huerto de dátiles y me lavé el polvo del camino. Antes de terminar, mi caballo comenzó a comer dátiles. Al agarrarlo, rompió una rama de la datilera. Entonces vi un hombre que corría hacia mi. Enfurecido, el hombre tomó una gran piedra y se la tiró a mi caballo. La piedra rompió su cráneo y mi pobre animal cayó al suelo muerto. Enloquecí de ira. Tomé la piedra que había matado a mi hermoso caballo y se la tiré al anciano. El también cayó al suelo muerto”.

“Podría haberme escapado fácilmente y nadie habría sabido que yo lo maté. Pero prefiero recibir mi castigo aquí en vez de recibirlo en el Más Allá. No quería matar a aquel hombre. Pero me puse ciego de ira cuando él mató a mi caballo”.

Omar respondió: “Te has confesado culpable de un crimen mayor. De acuerdo con la ley religiosa, la pena es la muerte”.

Aún condenado a muerte, el hombre permaneció tranquilo.

“Como creyente, estoy sometido a la ley. Sin embargo, tengo a mi cargo la propiedad de un huérfano. Escondí su dinero en mi pueblo, en un lugar que sólo yo conozco. Si me mataran ahora, ese dinero se perdería. Por favor, denme tres días para que ese pobre huérfano no se vea desposeído. Dejen que vaya y devuelva el dinero a su legítimo propietario”.

“No puedo”, dijo Omar, “solamente puedo dejar que te vayas si alguien garantiza tu regreso”. El joven respondió: “Oh Califa, no huí cuando maté al hombre. No pude entonces y no pudo ahora, porque el temor de Dios ha llenado mi corazón”. Omar contestó: “Hijo mío, sé que no te escaparías, pero la ley me prohibe dejarte marchar sin un fiador”. El joven miró a los Compañeros presentes. Señaló a Abu Dharr (que Dios lo bendiga) y dijo: “El garantizará mi regreso”.

Omar se volvió a Abu Dharr y le preguntó si estaba de acuerdo. “Sí”, dijo Abu Dharr, garantizo que este joven volverá y se entregará dentro de tres días. Nadie pudo objetar a esto, porque Abu Dharr era uno de los más amados y respetados de los Compañeros del Profeta.

El joven partió hacia su casa. Pasaron tres días y los dos hijos vinieron a ver al Califa. El joven no estaba allí. “Abu Dharr”, gritaron, “¿Dónde está la persona de la que eras el fiador? Te pusiste como garantía de alguien a quien no conocías, un hombre que nunca habías visto. Si no vuelve, nosotros insistiremos en vengar a nuestro padre”.

Pero Abu Dharr les dijo: “Todavía no han pasado los tres días. Si el joven no ha vuelto cuando se cumpla el plazo, yo me pondré en su lugar”. A los Compañeros presentes se les saltaron las lágrimas cuando el Califa dijo:

“Abu Dharr, quizás el joven llegue tarde, pero tú eres el fiador sólo por tres días; Dios es mi testigo de que tendré que imponerte la sentencia”. Los Compañeros lloraron, porque Abu Dharr era uno de los mejores y más devotos miembros de la comunidad musulmana. Todos los presentes estaban transidos de una emoción irresistible, una mezcla de tristeza y dolor. Ofrecieron pagar dinero como compensación por la muerte del anciano, pero los hijos insistían en recibir una vida a cambio de la de su padre.

De pronto apareció el joven, polvoriento y cansado, justo antes de terminarse los tres días. Agotado y jadeante, dijo: “Espero no haberles preocupado. He vuelto tan pronto como he podido. Dejé al huérfano con un amigo de confianza y arreglé todos mis asuntos.

Redacté mi última voluntad y volví corriendo. Casi no llego a tiempo por el calor. Ahora pueden llevar a cabo la sentencia”.

Todos se maravillaban ante este joven, tan honesto y fiel. Viendo su admiración, el joven dijo: “Un hombre cumple su palabra. Un creyente es fiel a sus promesas. El que no actúa así no es nada más que un hipócrita. ¿Podía yo dejar que se dijera: No queda fidelidad en el Islam?”.

Cuando le preguntaron a Abu Dharr si había conocido o no, anteriormente a este hombre, respondió: “No, no le conocía. No lo había visto nunca. Pero rechazar una proposición así, hecha en presencia de Omar y tantos Compañeros, habría sido un mezquino. ¿Podía dejar yo que se dijera: No queda virtud en el Islam?”.

En este punto, los corazones de los jóvenes demandantes se conmovieron. Renunciaron a la petición de la vida del joven. Ni siquiera querían aceptar dinero. “No seamos la causa de que se diga: No quedan hombres compasivos en el Islam. ¡Renunciamos a nuestros derechos con la única intención de agradar a Dios!”.

¡Se así de fiel a tu palabra! ¡Se así de fiel a tus promesas! El creyente cumple sus promesas. Abraham así lo hizo, y tuvo su recompensa.
Dhu-l Nun (que su alma sea santificada) iba un día de peregrinaje cuando vio un perro tan sediento que estaba lamiendo las rocas del desierto. Como no llevaba agua, llamó a los que viajaban con él y les dijo: “He hecho setenta peregrinaciones. Daré la recompensa de todas ellas a cualquiera que le dé agua a ese pobre perro”.

El santo estaba dispuesto a dar sus setenta peregrinaciones para conseguir agua para un perro.

Imagina el valor que tendría satisfacer la sed de un ser humano.
Un avaro estaba sentado a la puerta de un café, tomando su café matinal, cuando un loco se le acercó y le pidió dinero para un poco de yogur. El avaro trató de ignorarle, pero el hombre se negó a irse y provocó un escándalo. Otros le ofrecieron su dinero, pero él insistía en que sólo quería el del avaro. Al final, éste le dio algunas monedas para el yogur. Entonces el loco pidió algo más de dinero para acompañar al yogur. Pero esto ya era demasiado para el avaro, que se negó rotundamente.

Aquella noche el avaro soñó que había ido al Paraíso. Era un lugar hermoso, lleno de ríos, árboles y hermosas flores. Después de algún tiempo, empezó a tener hambre, pero no podía encontrar alimentos entre toda aquella belleza.

En aquel momento apareció un hombre extraordinariamente hermoso y radiante. El avaro le preguntó si aquello era verdaderamente el Paraíso y el hombre le dijo que sí. Entonces el avaro quiso saber donde estaban las comidas maravillosas y la ambrosía del paraíso, de las que tanto había oído hablar.

El hombre se disculpó y se fue.

Al volver, le trajo un poco de yogur. El avaro le pidió algo de pan para acompañar el yogur, pero el hombre respondió:

“Todo lo que has mandado aquí es yogur. Lo que siembras en el mundo es lo que cosechas aquí”.

A la mañana siguiente, el avaro se despertó cubierto de sudor. Desde aquel día se volvió uno de los hombres más generosos y alimentaba a todos los mendigos y pobres de la ciudad.
Uno de los antiguos profetas estaba en una boda. Después de la ceremonia, les dijo a sus seguidores que el novio estaba predestinado a morir en su noche de bodas. Sin embargo, el joven fue a saludar al profeta a la mañana siguiente, ante el asombro de todos sus discípulos. Entonces el profeta llevó a sus seguidores a la casa del novio. Una vez allí, pidió ver el dormitorio nupcial. Con su bastón, dio vuelta el colchón de la cama. Debajo, enrollada, había una serpiente extremadamente venenosa. El profeta le preguntó a la serpiente que estaba haciendo debajo del colchón. La serpiente respondió:

“Me fue ordenado que mordiera al propietario de esta casa. Pero no pude. No sé que me ocurrió. Simplemente, no me podía mover. Era como si estuviese atada con cadenas de hierro”.

Entonces, el Profeta le preguntó al novio si había hecho algo especial en su noche de bodas. Este le respondió que, justo antes de retirarse con su novia, un mendigo había llamado a la puerta y él le había dado una taza de leche.

El Profeta se volvió hacia sus seguidores y dijo:

“Aquí veis la importancia de la caridad. Esa taza de leche salvó la vida de ese hombre”.
Una de las virtudes de viajar es ver y aprender acerca de otros pueblos. Antes de salir de mi país, tenía la impresión de que la hospitalidad y la generosidad eran el sello de los musulmanes, especialmente de los turcos. Pero al llegar a Europa y a América, he encontrado que vosotros superáis lo que yo creía sólo nuestro.

La antigua hospitalidad otomana era realmente famosa. Mi abuelo era el Sheikh Halveti de Yambolu, que ahora está en Bulgaria. El hermano del sheikh, mi tío abuelo, un día encontró a un forastero en su puerta y le invitó a pasar a su casa como invitado de Dios.
Mandó que sus sirvientes mataran un cordero y lo asaran para la cena. El invitado se sentó y mi tío abuelo le sirvió la comida. Esta era una costumbre otomana: el propietario mismo debía servir al invitado, incluso si éste era un vagabundo sin dinero. Mi tío abuelo ni siquiera sabía si ese hombre era musulmán, cristiano o judío. No importaba.

Con el magnífico cordero asado delante, el huésped dijo:

“Ah, es maravilloso, pero no se puede comer este cordero así”. El anfitrión replicó: “¿Qué le hace falta?”. “Ah...si tuviera una buena botella de vino”.

Imaginaos: esta era la casa del hermano del sheikh, y en el Islam no sólo está estrictamente prohibido beber, sino que incluso ofrecer bebida es ilícito. Pero mi tío no se opuso. Salió a la calle para buscar vino. Era de noche y tuvo que ir a un pueblo búlgaro cercano. Su ciudad era islámica y allí no podía encontrarse una botella de vino.

Montó en su caballo y partió. Imaginaos ahora:

Aquí estaba un turco, un musulmán, el hermano del sheikh, yendo a comprar vino a los búlgaros en mitad e la noche. Este es el valor de un huésped.

Cuando mi tío estaba a punto de salir, el huésped salió a la puerta y le gritó: “¡Y que el vino sea bueno y añejado!”.

Azorado, el anfitrión se fue al pueblo vecino y trajo una botella de vino. Cuando volvió el huésped se había marchado. Pero el cordero había revivido y estaba andando sobre la mesa. El vinagre que contenían unas grandes potas se había convertido en miel espesa e hirviente, rebosando hasta el borde, pero sin derramarse.

(Este es un símbolo de prosperidad. Ayer, después de la cena, recé:

“Que lo comamos, pero no disminuya, que hierva y rebose pero que no se derrame”).
Otro ejemplo de hospitalidad en los viejos días otomanos, era que todos, ricos o pobres, tenían una casita de huéspedes delante de la suya. Los invitados solían venir y quedarse en esa casa como si fuera la suya. Se les daba de comer y se cuidaba de ellos. Al final, cuando estaban listos para irse, incluso se les daba algún dinero para gastar en el viaje.

Los huéspedes podían vivir como quisieran, como en su casa. En el edificio principal, habrían tenido que seguir las costumbres del anfitrión y habrían podido sentirse forzados. Así que la casa de los huéspedes era su casa. Se les mandaba comida el edificio principal, así como todo lo que necesiten.
A finales del Siglo XIX, la mujer del Sultán era una dama francesa que había aceptado el Islam. Era una persona muy generosa. Construyó varias mezquitas y también un hospital muy grande, que todavía hoy funciona. Al construirlo, creó un depósito permanente para cubrir a perpetuidad todos los salarios y gastos que se generaran.

Durante los años veinte, los años del comienzo de los república turca, el director del hospital decidió cambiar las cosas. Había una tradición por la que se concedía a todos los que se daban de alta el dinero suficiente para el sustento de tres días. El director del hospital pensó: “Esto es ridículo; los tratamientos ya son gratis y esa tradición de dar dinero a los enfermos es absurda. Después de todo, estamos en el siglo veinte.....”. Así que suprimió la costumbre.

Sin embargo, el dinero del depósito seguía llegando, incluyendo dinero suficiente para pagar a los que eran dados de alta. Aquella noche el director soñó con la fundadora del hospital. Venía con un paraguas en la mano, con el que le pegó varias veces en la cabeza, y dijo:” ¡Cómo te atreves! ¿Quién te crees que eres, hombre miserable, para suprimir mi acto de generosidad de esta manera? Más vale que vuelvas a ponerlo en funcionamiento”.

A la mañana siguiente, el director del hospital se levantó con chichones en la cabeza y volvió a establecer la tradición de dar dinero a los pacientes a su salida.
A veces Dios hace que hagas en tus sueños lo que eres incapaz de hacer en la vida real. Por ejemplo, la mayoría de nosotros no se pueden permitir construir un hospital. Pero Dios puede hacer que lo construyas en tus sueños y te dará la misma recompensa como si verdaderamente lo hubieras edificado.

También, si Dios te ama, puede que te llegue algo en tus sueños que estabas predestinado a sufrir, de modo que no tengas que experimentarlos en la vida real.

La intención es tan importante como la acción. Por ejemplo, puedes pasar por delante de un hospital y decir: “Ah, desearía tener recursos para construir un hospital como este”. Entonces Dios te recompensará como si hubieras construido ese hospital. El Profeta dijo: “La intención del creyente es mejor que la acción del incrédulo”.

Cuando yo era joven, algunas de las familias ricas que vivían en casas grandes solían tener siervos en la calle para invitar a la gente a cenar. Esto ocurría los lunes y viernes por la noche, y todas las noches a la hora de romper el ayuno durante el mes de Ramadán. Los siervos casi forzaban a desconocidos a entrar y cenar. En nuestro días, por causa de la situación económica, todo esto ha cambiado. Pero nuestra fe considera que todavía que el servicio a un huésped es equivalente al servicio a Dios. Ese es el principio de la hospitalidad en el Islam.
El Profeta dijo una vez:

“Aquellos que creéis en Dios y en el Día del Juicio y en el Más Allá, tratad bien a vuestros huéspedes”.

Así que vuestra hospitalidad para con nosotros en América es una prueba de maravillosa fe. Dios muestra el espejo de vuestros corazones. Que Dios aparezca en este limpio espejo. Que Dios recompense vuestros corazones generosos.

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