Por Rodrigo Gómez M.
Por otro lado, el cultivar las virtudes cardinales es una forma de
santificar la vida de cualquier cristiano, ya sea laico o del clero. Aunque
también agrega Merton que existe una condición fundamental de intervención
divina en la santidad: “Si somos llamados por Dios a la santidad de vida, y si
la santidad está fuera del alcance de nuestra capacidad natural (lo cual es
cierto), se sigue entonces que el propio Dios ha de darnos la luz, la fuerza y
el valor para cumplir la tarea que Él nos pide.”. La santidad consistiría según
Merton en ser “más humano que otros
hombres”, lo que implica “una mayor capacidad de preocupación, de sufrimiento,
de comprensión, de simpatía y también de humor, alegría, aprecio de las cosas
buenas y bellas de la vida.”. El santo transluce la fuente de un amor que no es uno mismo sino Dios, es
decir, uno mismo se convierte en “un instrumento puro de la voluntad divina.”.
Esta intervención se realiza por medio de la gracia. La gracia es fundamental
en el camino hacia la perfección espiritual. Según Merton: “Es la misma
presencia y acción de Dios dentro de nosotros.”. Está, a su vez, ya en nosotros
como el dulcis
hospes animae o “dulce huésped del alma”.
Las manifestaciones de Dios en cada ser humano, van a estar múltiplemente
condicionadas, pero dirigidas por “una ética de caridad espontánea”. Vale decir que, junto con
la gracia, otro aspecto fundamental de la santidad, según explica Merton, es la
caridad, “ya que la santidad es la plenitud de la vida, la abundancia de la
caridad y la irradiación del Espíritu Santo escondido en nuestro interior.”.
Con respecto a la perfección cristiana Merton aclara que “la fe personal y
la fidelidad a Cristo no bastan para hacernos cristianos perfectos.”. Y uno de
los rasgos fundamentales que debe desarrollar el cristiano es la caridad. Pero,
como añade Merton: “No hay caridad sin justicia.” En la caridad se da un
compartir tanto de bienes materiales, como del corazón, que nace de “un
reconocimiento de la común miseria, pobreza y hermandad en Cristo.”. Es decir
que debe existir un profundo sentimiento de identificación con “los
desafortunados, los desfavorecidos, los desposeídos.”.
Además de los “actos de virtud individuales y aislados”, Merton menciona el
rol social que debe jugar la santidad en el mundo moderno: “Debe ser
considerada asimismo como parte de un enorme esfuerzo de colaboración para la
renovación espiritual y cultural de la sociedad que produzca condiciones en las
que todos los hombres puedan trabajar y gozar de los justos frutos de su
trabajo en paz.”. No es suficiente llevar “una “vida cristiana” que quede confinada
a los reclinatorios de su iglesia parroquial y a unas pocas oraciones en casa”.
Un aspecto práctico de la vida del hombre que contribuye al camino de la
santidad es el trabajo. “La
Iglesia nos enseña que el trabajo es una de las actividades
fundamentales que pueden contribuir a hacer santo al hombre.” ¿Cómo santificar
el trabajo?. Merton dice: “El cristiano individual hará más para “santificar”
su trabajo si se preocupa inteligentemente del orden social y de los medios
políticos efectivos para mejorar las condiciones sociales, de lo que
conseguiría con esfuerzos espirituales meramente interiores y personales para
superar el tedio y la vaciedad de una lucha infrahumana por el dinero.” Según
la encíclica papal Mater et magistra
presentada por Juan XXIII y citada por Merton, el trabajo propio puede ser
visto como una “continuación del trabajo de Jesús”, y en palabras del propio
Merton como “un servicio a la humanidad.”.
Luego destaca la importancia del humanismo y plantea la posibilidad de que
exista un auténtico humanismo que sea “esencial para el misterio cristiano en
sí.” El humanismo es “una necesidad en la vida de todo cristiano”, y la verdadera santidad conlleva esta "dimensión de preocupación humana y social.”
Si un cristiano no se informa de lo que ocurre en el mundo y de lo que
pueda afectar al cuerpo de Cristo, quedándose con las tendenciosas y sesgadas
informaciones que entregan ciertos medios de comunicación, corre el riesgo de
colaborar con el desastre: “Aún cuando tenga intenciones sinceras de servir a
la causa de Cristo, podría llegar a cooperar en desatinos e injusticias de
desastroso alcance.”. Retomando las enseñanzas de la tradición cristiana,
Merton recuerda que “la renuncia, el sacrificio y la abnegación generosa son
componentes esenciales de la santidad.”. La abnegación cristiana, tanto para el
religioso como para el laico “es liberar
la mente y la voluntad de modo que todas las energías del cuerpo y del
espíritu puedan aplicarse a Dios de forma apropiada al particular estado de
cada uno.”. Al precisar el sentido de la abnegación, debemos tener presente que
esa negación a nosotros mismos que implica, va más allá de renunciar a nuestras
posesiones de distinto tipo, ya que significa renunciar “también a lo que
somos, vivir no según nuestro propio deseo y juicio, sino según la voluntad de
Dios para nosotros.”
Merton resume con una noción clara y concisa el sentido de la santidad: “El camino de la
santidad es un camino de confianza y amor.”.
Por otro lado, el ser cristiano no es un rol espécifico y separado de otras
facetas de la vida, ni un cúmulo de rituales o una consecusión de fórmulas
prescritas, “ser cristiano –escribe Merton- es experimentado continuamente, ya
que quien lo es “vive “en el Espíritu” y bebe en todo momento de las fuentes
ocultas de la divina gracia”; más allá de las prácticas específicas de devoción,
Merton menciona lo que considera esencial de su devoción cristiana: “frecuentes
momentos de oración y fe sencillas, atención a la presencia de Dios, sumisión
amorosa a la voluntad divina en todas las cosas, especialmente en los deberes
de su estado y, coronándolo todo, el amor a su prójimo y hermano en Cristo.” En
la vida terrena la santidad no puede excluir del todo “cierta debilidad e
imperfección humanas”, pero estas son “compatibles con el amor perfecto a
Dios”, a través de la humildad y la confianza en la gracia de Dios.
Otro aspecto importante que debemos experimentar en el camino a Dios es la paz verdadera, sin paz no conocemos a Dios; pero esta paz no proviene de la voluntad humana, es creada por Dios en nuestro corazón. De hecho, Merton reconoce un lado difícil y voluntarioso de ser cristiano, que a simple vista parece alejarse de la noción de paz, “No hay vida espiritual sin persistente lucha y conflicto interior.”
Otro aspecto importante que debemos experimentar en el camino a Dios es la paz verdadera, sin paz no conocemos a Dios; pero esta paz no proviene de la voluntad humana, es creada por Dios en nuestro corazón. De hecho, Merton reconoce un lado difícil y voluntarioso de ser cristiano, que a simple vista parece alejarse de la noción de paz, “No hay vida espiritual sin persistente lucha y conflicto interior.”
En la santidad hay una profunda experiencia de renacer en Cristo, y
abandonar un yo anterior que siempre fue precario. Este renacer puede ser una
experiencia que se presente más de una vez. Durante nuestra vida se pueden dar
muchas “muertes y resurrecciones” en Cristo, “y esta interminable serie de
grandes y pequeñas “conversiones”, revoluciones interiores, lleva finalmente a
nuestra transformación en Cristo.” En el proceso de despojamiento personal
terminamos por hallarmos “en completa pobreza y oscuridad.” Cristo debe morir
en nosotros para así poder entrar en esta oscuridad del nacimiento verdadero,
el de ser totalmente divinos: “El tramo final en el camino hacia la santidad en Cristo consiste, pues, en
abandonarnos por completo con confiado gozo a la aparente locura de la cruz.
[…]Esta locura, la necedad de abandonar todo cuidado de nosotros mismos tanto
en el orden material como en el espiritual para que podamos confiarnos a
Cristo, equivale a una especie de muerte de nuestro yo temporal. Es un
retorcimiento, un abandono, un acto de total entrega. Pero también un salto
definitivo hacia el gozo.”.